Introducción
La crisis sistémica iniciada
en 2007 con el estallido de la burbuja inmobiliaria, ha dado origen a un enorme
incremento de las desigualdades económico-sociales. Por ello produce asombro la
pasividad de la mayor parte de la población europea ante “la que está cayendo” e
incluso la aquiescencia –por acción u omisión- con los responsables de aquello
que “cae”. Para intentar explicar este fenómeno se manejan múltiples hipótesis,
todas las cuales contienen elementos de verdad, aunque también otros poco convincentes.
No debemos olvidar la existencia de condicionantes intangibles pero evidentes.
Por ejemplo, cómo el Poder atraviesa transversalmente toda la estructura
social, modulando nuestros esquemas de
pensamiento. O las religiones con su carga de dogmas, prejuicios e intolerancia,
y el efecto amoldador de la educación, la tradición y la costumbre. Según Vicente
Romano (La formación de la mentalidad
sumisa, 1993) las opiniones de las personas –y en consecuencia sus actitudes-
resultan de las informaciones recabadas directamente o a través de otros, tanto
como de su experiencia personal, señalando hogar, familia y escuela -entornos
básicos donde el individuo comienza su aprendizaje vital-, como sus primeros
guías, disciplinadores y ahormadores, es decir lugares de conformación de las iniciales
ideas, creencias, escala de valores y juicios. Agrega que los medios de información y de entretenimiento, publicaciones, carteles,
pueden ser considerados escuelas en un sentido amplio, opinión muy acorde con
todo lo que aquí reseñaremos.
Pensamos que para
aproximarnos a la verdad, múltiple y extremadamente compleja, debemos ampliar
nuestros criterios de análisis, examinando nuevos hechos, conocimientos,
teorías, y teniendo en cuenta que todo presente se asienta firmemente sobre su
correspondiente pasado, algo que con frecuencia se suele olvidar. Comenzaremos
entonces con un tema que es igualmente un “efecto amoldador” de extraordinaria importancia: la manipulación
de la opinión pública de todo un país. Veremos cómo se llevó a cabo y por
qué, y a continuación la forma en que se
profundiza constantemente el efecto, a través de la desinformación impuesta por
los medios de comunicación de masas. Finalmente analizaremos una variante de la
misma, compartida por los media con
gobernantes y políticos: la creación de un perverso metalenguaje, tan falso
como efectivo, funcional por entero al
poder.
Módulo I – Conformando la
opinión pública
“La manipulación consciente e inteligente de
los hábitos y opiniones organizados de las masas, es un elemento de importancia
en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la
sociedad, constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que
rige el destino de nuestro país. Quienes nos gobiernan, moldean nuestros gustos
o nos sugieren nuestras ideas, son en gran medida personas de las que no hemos
oído hablar. Ello es el resultado lógico de cómo se organiza nuestra sociedad
democrática. Grandes cantidades de seres humanos deben cooperar de esta suerte
si es que quieren convivir en una sociedad funcional sin sobresaltos.”
Con este
sugestivo párrafo inicia Edward Bernays su libro
“Propaganda” (1927), usualmente considerado la Biblia de las “Relaciones
Públicas”. Por supuesto, la lectura de esas frases despierta sorpresa. En
primer lugar por la claridad con que explicitan un manejo que hoy, en cambio,
se pretende negar. Luego, por la forma en que pretenden justificarlo.
Un
mecanismo de poder oculto, utilizado de forma consciente por un “verdadero”
gobierno en la sombra ¿puede ser considerado “lógico” en una democracia real?
¿Qué entenderemos, entonces, por “sociedad funcional” y
qué clase de “sobresaltos” desean evitar? Hallaremos
la respuesta a estas preguntas en los acontecimientos producidos en
EEUU a causa de su entrada en la Gran Guerra:
la primera operación sistemática de configuración de opinión, y quizás la más
vasta y de mayores consecuencias. Un fraude gubernamental completo.
Famoso cartel conocido como “El
Tío Sam te necesita”, obra de James Montgomery Flagg, 1917, basado en otro británico de Alfred Leete de 1914. De este cartel, considerado el más famoso de
la Gran Guerra, se distribuyeron 5 millones de copias. Curiosamente, sería
adaptado en 1918 para mostrar un soldado soviético. Ver Módulo II.
El 4 de marzo
de 1916 Thomas Woodrow Wilson toma posesión como 28º presidente de los EEUU. Ha
ganado las elecciones con un eslogan abiertamente pacifista –Paz sin victoria-, como el hombre que
mantendrá a su pueblo lejos de la guerra. Sin embargo, desde tiempo atrás
recibe presiones en sentido contrario. Tal como señala Noam Chomsky (Charla
en el Z Media Institute, junio 1997) los dos bandos en conflicto competían
en intentos de granjearse el apoyo
de los estadounidenses.
Las técnicas
de desinformación son habituales como parte de la propaganda de guerra y el eficaz
Ministerio de Información británico llegó al extremo de propagar todo tipo de noticias
falsas, incluyendo tremendos bulos sobre la crueldad germana, para convencer a
los estadounidenses de que se sumaran a su causa
; por ejemplo, que durante la invasión de Bélgica, los soldados
alemanes arrancaban los brazos a los niños o los devoraban (técnica conocida
como
Atrocity propaganda).
USA no era
entonces un actor importante en el panorama mundial, y mucho menos el país
hegemónico que llegaría a ser en la segunda postguerra. Pero sí era
extraordinariamente rico y mantenía intensas relaciones comerciales con Francia
y Gran Bretaña, que podían considerarse sus aliados naturales. Ciertamente la
situación bélica no era, en aquel momento, nada favorable para ellos. Dos meses
antes,
ambas naciones se habían retirado
de Gallípoli tras un costoso fracaso; en febrero había comenzado la terrible
batalla de Verdún, de incierto resultado a lo largo de aquel año, y el ejército
británico estaba siendo derrotado por los turcos en Irak.
Era pues
indudable que Gran Bretaña, la antigua metrópoli colonial, estaba en apuros; al
mismo tiempo Wilson era consciente de las posibilidades de expansión de
prestigio, autoridad e influencia que resultarían para su país si intervenía en
la guerra.
De forma no menos
determinante gravitaba el argumento económico: las astronómicas sumas prestadas
por Wall Street a los gobiernos aliados para pagar su apro-visionamiento de
armas y alimentos, dinero que resultaría irrecuperable si aquellos naufragaban
en la contienda. El 1 de marzo 1917
se
conoce
un supuesto documento secreto -el
“telegrama Zimmermann”-, que revelaba el propósito germano de lograr que México
se uniese a la Triple Alianza invadiendo EEUU desde el sur. Una proposición nada
verosímil, dadas las condiciones en que México se hallaba entonces, pero que
lleva la tensión al apogeo. Finalmente, el 6 de abril de 1917 los EEUU entran
en el conflicto.
Y se presenta
el problema. ¿Cómo convencer a un pueblo pacifista, que eligió un gobierno
declaradamente neutral, de que la situación ha dado un giro de 180º y ahora sí
hay que ir a matar alemanes?
En 1823, el
presidente James Monroe había anunciado una doctrina de política exterior -que hoy
lleva su nombre- según la cual cualquier intervención de una potencia europea
en territorio americano sería considerada como agresión y respondida como tal.
En aquel momento, esta concepción política tuvo el significado de una oposición
al imperialismo ejercido por las potencias económicas. (Pese a ello, se darían
posteriormente varias ocupaciones coloniales sin que USA dijese nada, como la
de Islas Malvinas en 1833 o la invasión española a República Dominicana entre
1861 y 65. Pero no hay que olvidar que para ellos, América es USA y nadie más.)
Al comenzar la
Gran Guerra, la Doctrina Monroe conservaba todavía un resto del primitivo sentido
de mantener apartada cualquier influencia europea, y un mucho de aislacionismo
ensimismado, voluntario alejamiento de la sociedad internacional. La no
intervención en el conflicto imperialista, considerado “cosa de los
europeos”,
era la opción lógica de una
aplastante mayoría de la población.
Resultaba
imprescindible, por lo tanto, modificar
ese sentir general fuese como fuese. La hábil solución encontrada fue la
creación del
Comittee on Public
Information (Comité de Información Pública), también llamado
CPI o
Comisión Creel, una enorme agencia federal de propaganda, destinada
a manipular la opinión pública. Funcionó increíblemente bien.
La Comisión Creel
Creada el 13
de abril bajo la dirección del periodista y político George Creel (1876-1953)
de quien toma su nombre, esta Comisión presentada muchas veces como organismo
independiente, funcionó en la práctica como una institución oficial. Entre
figuras destacadas del mundo de prensa y publicidad, la integraron el
Secretario de Estado, Lansing; el Secretario de Guerra, Lindley Garrison y el
Secretario de Marina, J. Daniels.
Contando con una gigantesca estructura
compuesta de 19 subdivisiones, varias agencias y numerosas oficinas en el
extranjero, y con recursos económicos y humanos ilimitados, desarrolló el
primer intento de utilización gubernamental de las técnicas de psicología de
masas más eficaces y modernas, con el deliberado propósito de controlar y
subvertir la opinión mayoritaria de los estadounidenses. En apenas seis meses,
no sólo inyectó en la sociedad la curiosa idea de que había que hacer la
guerra para
preservar la paz en el mundo, sino que
consiguió cumplir la práctica totalidad de sus objetivos. Nos encontramos, así,
ante una formidable y eficiente maquinaria propagandística institucional, cuyo
éxito determinaría el nacimiento y evolución de las “Relaciones Públicas” como
actividad empresarial.
Como veremos en
su momento, sus métodos serían retomados y sistematizados en la Alemania nazi,
por el Ministerio de Propaganda de Joseph Goebbels.
Wilson se
enfrentaba a un sinfín de retos, todos fundamentales.
Había que transformar al imperio alemán, al
austrohúngaro y a los turcos -hasta poco antes, simples potencias coloniales
poco conocidas y que no interesaban a nadie- en temibles enemigos.
Era
imprescindible fomentar el alistamiento y formar un ejército; vender bonos para
solventar los descomunales gastos y reconfigurar el lugar de la mujer en la
sociedad, pues para no detener la producción industrial que, por el contrario,
era necesario aumentar, dependerían de que ellas se incorporasen a los puestos
de trabajo dejados vacantes por los hombres. Y todo ello prestando siempre
atención a la política interna, sin descuidar la economía, manteniendo el
orden, apoyando la moral guerrera…
Creación del Enemigo.
El primero de
los once principios de propaganda que Goebbels establecerá unos años después, redondeando
las “enseñanzas” del CPI, es el de
simplificación
o del enemigo único. Tomando en cuenta que la (des)información debe llegar
incluso a las personas de más bajo nivel intelectual, habrá de ser formulada
de la forma más simple posible. Tal simplificación
requiere adoptar una única idea o elemento simbólico para individualizar al oponente
y convertirlo en
el Enemigo.
El bando contrario -los llamados Imperios
Centrales- era cuádruple: imperios alemán, austrohúngaro y otomano, más
Bulgaria.
Demasiado; imprescindible unificarlos,
y reducirlos al estereotipo
“el alemán”
como aterrador representante de todos.
Lo siguiente
será transformarlo en un engendro maligno,
demonizarlo,
presentándolo como paradigma de todo lo monstruoso y por tanto llevando las
cosas, acorde con una actitud abiertamente maniquea, al terreno de las grandes
palabras:
nada menos que
la lucha entre el Bien (nosotros) y el Mal
(cualquier otro circunstancial). Otra simplificación, que se repetirá más
adelante con los “rojos”, Al Qaeda, Sadam Husein o –hasta hace bien poco- Irán
(que luego se volvió bueno. Pero ¡cuidado! Que puede metamorfosearse otra vez.)
Y siempre la
atrocity propaganda, las
horripilantes historias de maldad del adversario-ogro (las armas de destrucción
masiva de Sadam, por ejemplo) que justifican que lo ataquemos “preventivamente”
(Irak, Vietnam) o “como defensa” (Panamá, Granada). Todo, naturalmente, en
nombre de la libertad. O de Dios.
Medios y media.
Durante 28
meses, hasta agosto del 19, la
“División
of Pictorical Publicity” del CPI se valió de decenas de artistas para crear
carteles, historietas, libros, pinturas
y cualquier otro medio imaginable para obtener el apoyo a la guerra.
Hizo imprimir casi 60 millones de panfletos y octavillas, que fueron repartidos
con el concurso de los Boy Scouts y contrató unos 75.000
“four minutes men”, hombres de cuatro minutos (tiempo que, según
las técnicas de venta a domicilio, representaba el promedio de atención de las
personas), para que, introducidos en eventos sociales o espectáculos, hablaran
durante ese lapso sobre las razones para participar en el conflicto. Se calcula
en más de 7 millones los mini-discursos realizados de esta manera. Paralelamente
se recogió todo el apoyo posible por parte de clubes deportivos o recreativos,
instituciones religiosas y todo tipo de organizaciones ciudadanas.
Verdadera punta de lanza de la propaganda de
guerra fue la industria de Hollywood, que también resultará fundamental para
sostener el esfuerzo de la II Guerra Mundial, como recordará cualquier amante
del cine de los años 40. Este mundo de celuloide en pleno proceso de consolidación
y expansión, era entonces una novedad tan reciente que resultaba enormemente
atractiva, lo que incrementaba su capacidad de inoculación del mensaje programado,
ya que la gente no oponía reservas mentales a lo que se le presentaba como mero
entretenimiento.
Siendo en sí mismo un
creador de ilusiones, este medio entra decididamente en el juego manipulador. David
W. Griffith, que en
El surgimiento de una
nación había llevado al cine un tema bélico tan candente como el de la
Guerra de Secesión norteamericana de 1861-65, sería el encargado de distribuir
los films producidos por el CPI. Importantes realizadores de la época
recibieron el encargo de dirigir, tanto documentales sobre las tropas aliadas,
como películas con títulos tan sugestivos como
“El Kaiser, la Bestia de Berlín” o
“Al infierno con el Kaiser”.
Por supuesto la visión del enemigo, en todos los casos, no va más allá
de una burda caricatura, muy en el estilo del poco agraciado “prusiano” del
cartel
de promoción de alistamientos que
a continuación mostramos (que bien podría ser un claro antecedente del King
Kong de 1933, como también puede apreciarse).
En una campaña
propagandística convertida en actividad sistémica sin ningún límite de
presupuesto o recursos, en la que cada mensaje, cada idea, desempeña una importantísima
función persuasoria, contar con los medios de comunicación de masas era
ciertamente imprescindible.
Para ello se
solicitó la colaboración de los grandes propietarios, algunos de los cuales
pasaron a integrar la Comisión. Según los historiadores, en una sola semana de
actividad, este aportaba material para más de 20.000 columnas de prensa, a fin
de unificar por entero lo que decía el gobierno con
la “información” facilitada por periódicos y
emisoras de radio.
La presión
ejercida sobre la prensa oral y
escrita
por el gobierno Wilson es del todo indudable, pero no lo es menos que el
comportamiento desinformativo de los
media
no se modificó después de la guerra, tal como se verá al hablar del “miedo rojo”.
De una parte esto se debe al proceso de concentración de
las empresas periodísticas, cada vez en menos
manos pero con mayor control; de otra, a un proceso gradual de mercantilización
de la información, que acaba transformada en mercancía de consumo que debe
venderse. Así, la orientación e índole de tales mercancías (calidad, grado de
veracidad) pasará a depender de lo rentable que la misma sea.
Pronto resultó
evidente que la información que llegaba de los campos de batalla europeos, no
era precisamente la más adecuada para mantener la moral de la ciudadanía y
fomentar el reclutamiento. No hay que olvidar que la Gran Guerra fue una
carnicería terrible en la que perdieron la vida más de 9 millones de personas -hubo
más del doble de heridos y mutilados- y fueron arrasadas regiones enteras. Se
requería, pues, filtrar, recortar,
retocar o suprimir noticias, es decir deformar en aras del bien de la patria,
seleccionando lo que se revelaba cada día (técnica conocida como“gate keeper”), que era sólo aquello que el gobierno consideraba
más adecuado para ser conocido. Siempre guiándose por la máxima de que en
propaganda es preferible decir apenas una parte de la verdad; pero igualmente
por aquella otra que insiste en que una inexactitud -o incluso falsedad- repetida incansablemente, acaba por ser
creída.
Lo cierto es
que la
“manipulación consciente e inteligente”
llevada a cabo por la Comisión Creel a través de todos sus medios,
especialmente la prensa, fue total. El escritor y periodista británico
G. K. Chesterton emitió en 1917 este duro
aunque lúcido juicio:
“Hasta nuestros
días se ha confiado en los periódicos como portavoces de la opinión pública. Pero muy
recientemente, algunos nos hemos convencido, y de un modo súbito, de que no son
en absoluto tales. Son, por su misma naturaleza, los juguetes de unos pocos hombres
ricos. El capitalista y el editor son los nuevos tiranos que se han apoderado
del mundo. ./. No necesitamos una censura para la prensa. La prensa misma es la
censura. Los periódicos comenzaron a existir para decir la verdad, y hoy
existen para impedir que la verdad se diga.” (Citado por Pascual Serrano,
“Desinformación”) Hay que agregar que este período del Comité
Creel no fue el primer caso, ni el único, de noticias deliberadamente
tergiversadas. Volveremos sobre este tema.
Por su parte, Rubén
Sánchez Medero
(“Campañas
propagandísticas: su uso en la formación de la opinión pública.”) sostiene
que
“la
única forma que hace posible destruir la resistencia de la gente, para
arrebatarle su capacidad de tomar decisiones, es un bombardeo continuo de
propaganda en todos los ámbitos de la
cultura.” “La propaganda moderna [que en 1916-19 sienta las bases de lo que
será hasta el presente]
es una astuta
combinación de información, verdades a medias, juicios de valor, exageraciones
y distorsión de la realidad” (Naief Yehya, “
Guerra y propaganda. Medios masivos y el mito bélico en Estados Unidos”).
La disposición de los destinatarios a confiar en la sinceridad del emisor del
mensaje, mayor cuanto más prestigio real o supuesto posea, sumada a la
importancia que concedan al medio difusor (
“lo
dijo la tele” o
“expertos consultados
aseguran…”) hace el resto, lográndose el efecto persuasivo. (1)
La sección
internacional de la Comisión desarrolla varias actividades en el exterior. Una,
dedicada a los soldados, es la publicación de un periódico patriótico y enaltecedor
del ejército,
“The Stars and stripes” (Estrellas y barras). Naturalmente,
el Departamento de Prensa Extranjera supervisa toda noticia enviada por las
agencias. También se crea una “Sección de propaganda” para las fuerzas aliadas,
que elaboró millones de panfletos antimilitaristas para arrojar sobre las filas
enemigas fomentando deserciones y motines. Todo esto, tenía como misión convencer
a los alemanes y al mundo de que los estadounidenses no podían ser vencidos;
que la suya es tierra de libertad y democracia, por lo que merecían confianza,
ya que gracias a su visión del mundo llevarían a la humanidad hacia una era de
paz y confianza universal. Al mismo tiempo, en el interior de los EEUU era
básico impedir la difusión de juicios o noticias desacordes, incluso si se
trataba de informaciones veraces, o precisamente aún más en este caso.
Vigilancia y represión
Eliminar
cualquier disparidad de puntos de vista, cualquier duda, era imprescindible a
la hora de controlar la mente de los ciudadanos. Para ello el gobierno dictó
leyes fuertemente represoras hacia cualquier disidencia: la Ley de Espionaje
(Espionage Act) de junio de 1917 y su
complemento la Ley de Sedición
(Sedition
Act) de mayo 1918. La presión disuasoria y el alcance punitivo creados
entre ambas leyes fue formidable, reforzándose con detenciones masivas. Se
penalizaba incluso la mera expresión de opiniones que mostraran al gobierno o
el esfuerzo de guerra
de modo negativo
(“in a negative light”) o que pudieran
interferir en la venta de bonos gubernamentales. Se prohibió cualquier lenguaje
“desleal”
o “abusivo” para referirse al
Gobierno, las fuerzas armadas y sus banderas, o que fuera susceptible de
inducir a otras personas a menospreciar tales
instituciones. Las penas establecidas
resultan desmesuradas (veinte años de prisión
por interferir en la venta de bonos). Es fácil deducir de lo anterior que una
campaña institucional llevada a cabo en tales condiciones, debió suscitar
escasa resistencia interna.
Una situación
de confusión social tan deliberadamente provocada, en la que el ocultamiento de
la verdad deviene esencial, no puede funcionar sin un aparato represivo de
envergadura. Algunos “comités patrióticos” se hicieron cargo del trabajo sucio
de vigilancia, recelos, murmuraciones y denuncias, y el desarrollo del FBI
como policía política se apresuró. Todo esto
podría parecer hoy disparatado o increíble, si nosotros mismos no tuviésemos en
casa un proyecto como el de la Ley de Seguridad Ciudadana.
Cuanto mayor sea el temor de las autoridades,
más exagerado será el castigo a cualquier infracción.
Imposible
entrar aquí en detalles de la situación de histeria vivida en esos dos años a
causa del miedo-odio a “el alemán” (sensiblemente incrementados por el comienzo
de iguales sentimientos hacia “el comunista”, según veremos en módulos
siguientes). Los germanos residentes en el país sufrieron vejaciones y
hostigamientos reiterados por parte de una población enloquecida ante la idea
del “enemigo en casa”. Tampoco se libraron otros extranjeros, cualquiera fuese
su nacionalidad, y en muchos casos se llegó a deportaciones sin juicio previo.
El relato –por momentos casi inverosímil- de aquellos sucesos, abarca
situaciones ridículas, casi cómicas, como las actividades de la
“American Protective League”. Este
comité, que trabajaba codo con codo con el Departamento de Investigación del
FBI, además de fomentar la delación de cualquier persona, situación o actividad
que resultase “sospechosa”, organizaba piquetes de búsqueda de espías en los
barrios de las grandes ciudades. No logro imaginar por dónde o cómo los
buscarían, ni de qué forma podrían
identificarlos como espía, mas la posible
comicidad se transforma en horror al pensar en cuántos inocentes debieron caer
víctimas de semejante locura. (En toda situación de pánico social aparecen
estos seres mediocres, deseosos de una parcela de poder por mínima que sea, que
derivan su engreída autoridad del
hecho
de servir a un amo poderoso.
Basta a
veces un uniforme, o una placa como la mostrada más abajo,
para desatar su arrogante fanatismo.) Igualmente
dan cuenta las crónicas de las
dramáticas circunstancias producidas durante
la persecución a los sindicatos socialistas, que al entender la guerra como un
conflicto capitalista en el que los trabajadores no debían participar, se opusieron
a los alistamientos. Sobre estos
temas
el interesado encontrará
abundantísimo material en Internet.
Como hemos
dicho, la Comisión Creel logró un impresionante éxito en el cumplimiento de sus
objetivos, sentando las bases de lo que serían las Relaciones Públicas
actuales, es decir el engaño convertido en arte. Pero sobrevivió poco tiempo al
final de la guerra.
Una metedura de pata
ocurrida en los días de la conferencia de paz en Versalles, que irónicamente
fue ventilada por la misma prensa que antes había colaborado para lograr el
triunfo,
desató una considerable
tormenta política precipitando el cese de las actividades oficiales del CPI, el
12 de noviembre de 1919. Sin embargo, la simiente controladora entonces
sembrada rebrotaría con pujanza una y otra vez – el “Miedo Rojo”, McCarthy,
la campaña correspondiente a la II Guerra,
Nixon, Reagan, Bush…- y continúa rebrotando en nuestros días. Pero de eso
hablaremos en los próximos módulos.
A modo de resumen
Analizando
someramente el instrumento político utilizado en 1917-18, que combinó
“diversas técnicas y herramientas que dotan al proceso de una estructura y
organización que permiten hablar de una campaña” (Rubén Sánchez Medero:
ibid), herramienta capaz de intervenir sistémicamente en todos los órdenes de
la vida nacional, vemos que su primer núcleo de acción fue la creación y
satanización del enemigo (también sería lo primordial en todas las guerras
subsiguientes, actividad en la que destacó el Sr. Bush).
El citado
autor señala como imprescindible en tal proceso la continuidad, así como la
uniformidad y homogeneidad del punto de vista. “
Si hay lapsos en el flujo propagandístico o informaciones contrarias a
las tesis oficiales, existen posibilidades de que el individuo recupere el
control de sus ideas y desaparezca el efecto pretendido.” Se requiere
además que tal bombardeo desinformativo sea muy intenso, permanente en el
tiempo, y que obre especialmente a nivel de códigos emocionales. La posibilidad
de persuadir, afirma,
“no está en
relación con el nivel de inteligencia [del receptor],
sino con los sentimientos.” En esta tarea, la inmediatez y fuerza
de la imagen como medio cobró primordial importancia; es el momento en que se
popularizan los noticieros cinematográficos y los documentales.
A efectos de
lograr la mencionada homogeneidad, resultó inevitable recurrir al
filtrado del caudal informativo referente a
la guerra -censura institucional previa de los
media que luego se convirtió en autocensura- así como parcializarlo,
exagerarlo o deformarlo. Al erigirse la Comisión en organismo centralizador de
toda la información, se
prefigura ya el
monopolio informativo que detentará el ejército durante la Guerra del Golfo. La
simplificación manifiesta en la creación de estereotipos, es seguida de una
cuidadosa estrategia en la utilización de términos y conceptos, que
paulatinamente los irá revistiendo de un significado diferente y a veces
incluso opuesto al original, como sucediera con
“libertad” durante el gobierno Bush.
“La persuasión aparece como resultado de un discurso construido con
argumentos elegidos de manera pertinente, no necesariamente verdaderos, pero sí
aceptados.” “Los acontecimientos no sólo tienen valor como hechos, sino también
por los significados que los emisores institucionales les adscriben,
instrumentalizándolos para sus fines e interpretándolos desde perspectivas
ideológicas.”(Ibid) Señalamos asimismo el refuerzo que supuso el también
ineludible control normativo y represivo, y el respaldo de intelectuales y
académicos en la redacción de múltiples documentos que narraban las supuestas
atrocidades cometidas por los soldados alemanes, técnica básica para la
obtención de la respuesta emocional pretendida.
En definitiva,
“
la correcta creación de los mensajes, su
difusión masiva y el adecuado control de la información” por todos los
medios,
posibilitan el control sobre la
opinión pública. El CIP no sobrevivió a la paz, pero sus eficacísimos métodos
serían utilizados con idéntico propósito en múltiples ocasiones, y su éxito
llega hasta nuestros días.
Mario España Corrado, 2013-14
NOTAS
(1) Los
psicólogos estadounidenses Anthony Pratkanis y Elliot Aronson (Social
Psychology, 1993) llaman la atención acerca de la constante recepción de información
propagandística en el mundo moderno. “Todos
los días recibimos el bombardeo de una comunicación persuasiva tras otra.” Aseguran
que esto incrementa la pasividad de las personas, haciendo así más fácil la
manipulación de los símbolos y de las emociones.
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