Hoy asistiremos
a la representación de una ópera ambientada en la Nápoles del siglo XVIII,
patria de Luca Giordano, la canzone y
la pizza. El escenario nos muestra
una lujosa villa al borde del mar. En la sala, una mesa engalanada con
candelabros de plata y flores, fastuosamente servida, permite presentir un
evento especialísimo. Y en efecto, dos encantadoras damas ferraresas se
disponen a contraer matrimonio (falso) con dos apuestos (y falsos) caballeros
albaneses. Todos alzan las copas en un brindis que, dada la ocasión, podríamos
suponer festivo. Suena la música… pero absolutamente nada de alegre podemos
apreciar en el breve canon que sigue o en su texto, sino la melancolía sin
equívocos, la delicada tristeza teñida de desencanto del Mozart final.
En
el tuo, nel mio bicchiero
Si sommerga ogni pensiero
E non resti più memoria
Del passato ai nostri
cor
¡Que no
permanezca en nuestros corazones ninguna memoria del pasado! Idos para siempre los preciados recuerdos y
con ellos la nostalgia que desencadenan. Desaparecidos los errores,
debilidades, claudicaciones… la mala fe. Olvido eterno, además –y
principalmente en el caso de esta supuesta comedia- de la deslealtad hacia los
seres amados, forma exterior de la traición a nosotros mismos.
Sin embargo…
¡alto! Ese ayer que se pretende anonadar, no es solamente nuestra más preciada
posesión, sino también el entero basamento de lo que somos hoy, y por lo tanto
de lo que llegaremos a ser mañana. Renunciar a él podrá evitarnos, sí, las torturas
del infierno interior –único real y sin duda crudelísimo- pero no significará
“salvación” sino únicamente la pérdida de nosotros mismos. ¿Entonces?
Entonces no
queda otra vía que la que siempre tuvimos delante -vista, resabida y no
obstante rechazada con insistencia-: la aceptación. Aprender a vivir con
nuestros fallos, renuncios, culpas, miedos. Como habrían de hacerlo esas
atolondradas damas ferraresas y sus amantes, si tan singular historia hubiese
tenido continuación: asumiendo responsablemente sus vidas con toda su luz y su
oscuridad. ¿Qué otra redención podemos alcanzar, excepto la de ser fieles a nosotros mismos y nuestras
convicciones?
Finis coronat
opus: la fábula napolitana culmina de manera agridulce. Es un cuento, de modo
que cada uno puede interpretar libremente ese final, o incluso recrear a su
gusto todo el argumento. En la vida las cosas son más complejas, y el finiquito
de cada peripecia individual, sea imprevisto o anunciado, resultará
inmodificable, no pudiendo ser tarea nuestra registrar su crónica.
Regresando a
Mozart y a un desenlace muy diferente, optamos por retrotraernos a la propuesta
de Fígaro en sus “Bodas”: “Per finirla lietamente e all’usanza
teatrale…” Finalizar alegremente,
sí, o por lo menos con una sonrisa. Y ahora, antes de que caiga el telón,
digamos nuestro monólogo de la mejor manera posible. Es lamentable, pero nadie
nos proporciona un texto adecuado ni dirige ensayos; tendremos que improvisar,
evitando tartamudeos. La escena es harto breve, así que no perdamos más tiempo:
actuemos.
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