En el hueco sereno de la tarde de otoño
–lo más profundo y frío de un ocaso
violeta
surcado por blancuzcas
nubes
deshilachadas-
el viento trae y lleva,
lleva y trae
retazos de otras vidas, diminutas
burbujas coloreadas –rutilantes quizás,
quizás sombrías-
como traviesas
pompas
jabonosas.
Huye
rápido el día. Se presienten
ausencias.
Tal vez por ello, brizna
que cruza el aire al irse cárdeno de la
tarde,
algo,
tal vez un eco mudo de relegados sueños
-mitad novel recuerdo, mitad añejo mito-
pajarea
desplegando delgados alirones fugaces
en el azulnocturno firmamento
de la memoria.
Entonces, en el alma –eso que llaman alma- germina taciturna
una huella indeleble
menuda,
pudorosa.
Y trasoñamos.
En un instante somos universo,
En un instante somos universo,
en otro instante
nada.
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