II
-
Remembranzas o la ausencia
presente
erige
el tiempo.
Borges
Pocos meses
antes de componer Le ricordanze, uno
de sus más celebrados poemas, Giacomo Leopardi escribió en ese particularísimo
diario que llamó Zibaldone (miscelánea,
batiburrillo) di pensieri: “Un objeto cualquiera, por ejemplo un lugar,
un paisaje, por bello que sea, si al verlo no despierta ningún recuerdo, no es
poético. Pero ese mismo u otro cualquiera, absolutamente impoético en sí, será
poetiquísimo al recordarlo. El recuerdo
es esencial y principal en el sentimiento poético, porque el presente, cualquiera
que sea, no puede ser poético, y lo poético, de una manera u otra, vemos siempre
que consiste en lo lejano, lo indefinido, lo vago.”
Aceptando la definición de
poesía como “expresión artística de la belleza por medio de la palabra” (sin
meternos en el arduo problema de definir “belleza”), estableceremos una primera
asociación íntima entre sentimiento poético y estética. Luego saltamos a Platón que define la poiesis como «causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser»
(cambio producido cuando algo que no existía realiza su existencia). Y con un
nuevo salto llegamos a Martin Heidegger
que se refiere a ella, en el campo de las artes, como “la fascinación provocada en el momento en que, mediante múltiples
fenómenos asociativos aportados por la percepción, los distintos elementos de
un conjunto se interrelacionan e integran para generar una entidad nueva,
denominada estética.” Con esto ya
tenemos todos los elementos necesarios para las digresiones que perpetraremos a
partir de aquella lectura de Leopardi.
El escurridizo, casi
inaprehensible presente difícilmente puede llegar a ser poético. (Bastante tiene con el intento infructuoso por
durar.) Admitámoslo de momento, y aceptemos también denominar “presente” al
famoso “aquí y ahora”, más lábil, al que sí podemos admitirle cierta duración. Y concentrémonos en aquello lejano, indefinido, vago: el pasado
generador de recuerdos (que para Borges era nuestra única posesión: “Solo lo muerto es nuestro”). La memoria es el caudal de lo viviente que ya ha sido,
su acervo y custodio. Con esa materia
sutil pero poderosa, construye ella un duplicado de la realidad -como una
fotografía, que muestra lo que estaba
allí, lo que era- explicitando el carácter efímero de aquel instante, al mismo tiempo
que revelando su posibilidad de permanencia virtual.
Roland Barthes dice en “La
cámara lúcida” (La Chambre Claire, 1980)
que la fotografía es huella de lo real, certifica una presencia, una existencia
cierta pero pretérita, y por ello deviene ausencia presente, alucinación barnizada
de realidad. Por su parte, la memoria es también rastro, signo de lo acaecido.
Ambas se resisten al paso del tiempo, lo afrontan. Sin embargo, mientras la primera
inmortaliza el momento cristalizándolo en una inalterable imagen fija, el
recuerdo lo muestra en una secuencia viva que la memoria retoca, ilumina y
colorea diferentemente cada vez que la evoca. Así contrapone la conciencia de
nuestra finitud a la insaciable apetencia humana de permanencia. Confrontándonos
con el hecho recordado, nos brinda la certidumbre de aquel estar-vivo pasado –un hombre joven vagando por un pedregal de
montaña, feliz al sentir en la cara el frescor de la brisa- a la vez que la del estar-vivo-aún
en el acto de rememorar.
Hemos establecido una relación
entre lo poético y lo estético -entre poiesis
y belleza como cualidad capaz de provocar sensaciones o sentimientos- y también
entre imagen fotográfica y remembranza. Tras recurrir a Platón para definir la poiesis desembocamos en Heidegger y el
instante en que “mediante múltiples
fenómenos asociativos”, un todo modifica la relación entre sus partes,
transformándose en otra cosa. A ello nos referiremos en el próximo
apartado.
Comenzamos estos apuntes
narrando un inusual episodio de juventud y deseamos concluirlos con otro de
madurez. Años 80, otro viaje, ahora respondiendo a la invitación de un
entrañable amigo en otro extremo del mundo: Stockholm. Como lo haremos transcribiendo una página
redactada en aquella época, respetaremos su forma de relato en tercera persona.
Y cerramos esta suerte de interludio con otra cita de Leopardi:
Sottentra
il
pensier del presente, un van desio
del passato, ancor tristo, e il dire: io fui.
(Se infiltra la idea del
presente, un vano deseo del pasado, triste aún, y el decir: yo fui)
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