What might have been and what has been
Point
to one end, which is always present.
Lo
que pudo haber sido y lo que ha sido
apuntan
a un solo fin, siempre presente.
T.S. Eliot: “Burnt Norton”
Toda vida es una
historia, un relato potencial. Y un
sueño, sugería Calderón; idea que podemos aceptar en cuanto que estos siguen
también un guión, desarrollan un argumento. Y qué fuerte realidad tiene para
nosotros ese espectáculo que nuestro inconsciente nos organiza; como trompe
l’oeil resulta eficacísimo. Sin embargo, los sucesos que representa son
ficticios. Por tanto, si Calderón estuviese en lo cierto ¿qué certeza podríamos
tener, de que los aparentes hechos de nuestra vida han sucedido verdaderamente? Vaya… hete aquí que ha brotado una sospecha
que puede desasosegarnos. Veamos si nuestra fabulosa cultura resulta útil para
contrarrestarla.
Lo primero es
recurrir a Descartes: el conocimiento recibido a través de los sentidos suele ser erróneo; es necesario dudar
sistemáticamente de todo, etcétera. Vale. Claro está que, si nos metemos con la
filosofía, hay que tener cuidado de no liarse. Aristóteles dice que sin
experimentación no hay verdad, pero luego aparece Kant afirmando que todos los
objetos de nuestra experiencia son meras representaciones. Espacio y tiempo como características que la mente
impone al sujeto cognoscente, que soy yo… eso me gusta. Pero antes estuve de
acuerdo con la duda metódica, de modo que para ser consecuente debo admitir que lo afirmado
por el prusiano puede ser realmente así… o no. Para colmos, luego hay que tener en
cuenta a Bergson, Russell, Ortega, los realistas, materialistas, positivistas…
Y todos con argumentaciones diferentes e inclusive opuestas. No, no, basta, los seres humanos no podemos
soportar tanta realidad: eso también lo
dijo Eliot, que era sujeto cognoscente al igual que Kant y yo.
Dejo de lado
toda doctrina, aunque no puedo resistirme a la tentación de quedarme con
aquello de la “mera representación” (interpretación, escena, trama). Con ello
vuelvo atrás, al trampantojo que aparenta ser real, a la realidad polifacética,
intrincada.
Estamos hechos
de tiempo, sostiene Borges. Y cada instante es un aleph de instantes, abriendo
una multiplicidad de posibles universos coexistentes, infinitas vías al poder
ser. Unas se realizan, otras se convierten en pudo-haber-sido. Tiempo,
momentos. Cada uno es una burbuja
iridiscente que destella cálida, cerrada. Veloces reflejos circulan de una a otra procurando componer una imagen
coherente; rebotan zigzagueando, colisionan, se rozan, deflagran. Pero el mullido interior, el hueco donde cada
cosa madura y se completa o fracasa, permanece clausurado.
¿No hay nada que
las amalgame? ¿Existe en verdad un
decurso ordenado, en esa danza de alocadas esferas brillantes? ¿O todo es
sincrónico, aleatorio, puro espejismo? Y en tal caso ¿puede haber realmente una “historia” mía, tuya o de alguien cualquiera? Que tal
maremágnum semeje ser una serie de
acontecimientos, enlazados de modo lineal a través de un espacio y con una
duración, no implica que en efecto sea así.
Reflejos. Líneas
huidizas que se precipitan unas sobre otras para separarse de inmediato. Y
nosotros, sujetos cognoscentes con apetencias de totalidad, tendemos las manos
hacia ese inestable resplandor. Asiendo atropelladamente
retazos de su luz, construimos con ellos un mínimo bosquejo y, satisfechos,
llamamos a eso “la vida”.
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