VI - La Gleichschaltung
Esta
palabra designa el conjunto de medidas administrativas y legales llevadas a cabo por el régimen
nacionalsocialista a partir de su llegada al poder el 30 de enero de 1933.
Desde un punto de vista político, la traducción sería coordinación o
unificación. Se trata de un proceso de centralización de todos los organismos e
instituciones rectoras de la vida pública, conducido hasta lograr un férreo
control sobre la población en todos los aspectos de la existencia social. El
objetivo de esta política –ciertamente exitosa-
fue propagar un tipo específico de doctrina –pensamiento único-
eliminando cualquier atisbo de discrepancia individual.
Desde aquel año hasta 1937, el
Partido fue eliminando todas las organizaciones no nacionalsocialistas capaces
de ejercer influencia sobre los ciudadanos: clubes, sindicatos, partidos
políticos; también iglesias, para cuyo manejo creó un Ministerio de Asuntos
Eclesiásticos. Desterró incluso las sociedades völkisch o esotéricas como la Thule, cuyo sentir había asimilado
pocos años antes. Paralelamente, consciente de la necesidad de infiltrar su
ideología en los más jóvenes, estableció una serie de organizaciones juveniles
de pertenencia obligatoria, en las que el adoctrinamiento era constante. Pimpfen, similar a los Boy Scouts, para
chicos de 6 a 10 años; Deutsches Jungvolk,
para los de 10 a 14 y Juventudes Hitlerianas, Hitler Jugend entre los 14 y 18 años. En todos estos grupos se
fomentaba un patriotismo absoluto, el culto del Führer y valores militares como
fuerza, deber, valor y obediencia ciega.
Ningún
cabo se dejaba suelto, y el régimen se aseguró de que todo ciudadano formara
parte de algún grupo controlado por el aparato estatal. La Gleichschaltung incluía,
pues, una Unión o Liga de chicas, Bund Deutscher Mädel y otra
para los trabajadores, Fuerza a través de la Alegría, Kraft durch Freude Estas y otras
organizaciones similares maximizaban el alcance del adoctrinamiento, que
comenzaba desde la escuela.
Naturalmente, por persuasiva que
sea la ilusoria realidad así creada,
siempre habrá individuos resistentes al engaño. Para ellos, lo mismo que sucediera
en EEUU en 1917, el sistema tuvo un formidable aparato represivo: la Gestapo (Policía Secreta del Estado, GEheime STAatsPOlizei), creada en abril 1933.
Imposible detallar las enormidades cometidas por este organismo. Mencionaremos sólo uno de sus muchos abusos,
la custodia preventiva (Schutzhaft):
encarcelamientos no sujetos a ningún procedimiento legal y de tan aberrante
naturaleza que el preso debía firmar un documento expresando su deseo de ser
encarcelado. Esa firma se conseguía siempre, por tortura o por el miedo a ella.
También en este aspecto la experiencia nazi superó a su predecesora
estadounidense.
Son muchos y de muy diversa índole
los testimonios que describen el clima de pavor y recelo en que vivió aquella
ciudadanía. Entre ellos mencionaremos “Terror y Miseria del tercer Reich” (Furcht und Elend des Dritten Reiches),
Bertolt Brecht 1935-38, serie de 24
breves piezas teatrales, un inventario de
violencia, delaciones y crueldades que hacen pensar en la capacidad
humana para el daño. Pero también existen
narraciones que llaman la atención sobre los supuestos verdugos, como la
novela “El lector” (Der Vorleser) de Bernhard Schlink, 1995, que considera los dilemas morales que puede plantear
el juicio de los culpables y la responsabilidad individual frente al cumplimiento de las órdenes, en un sentido
que se aproxima a lo que Hanna Arendt llamó banalidad del mal.
No es posible comparar el horror del
nazismo con la violencia psicológica ejercida por el Comité Creel, del mismo
modo que, según hemos visto, no son equiparables los respectivos contextos
históricos. Sin embargo, el elemento generador en ambos fenómenos, una apabullante
manipulación de la opinión pública, sí es similar más allá de todo elemento
diferencial. Se trata de dos casos de distorsión de la realidad, planificada y llevada
a cabo deliberadamente por el aparato del poder institucional, con el apoyo de
partes importantes de la clase económica
dominante y de los medios de comunicación de masas, que jugaron un papel
crucial transformados primero en secuaces de los gobiernos, para llegar a ser
posteriormente elemento constitutivo y portavoz del poder corporativo, es decir
del Poder. Al mismo tiempo, se trató de un fracaso o fallo de las respectivas
ciudadanías, que no supieron o pudieron detener aquel proceso.
Este trabajo ha pretendido
únicamente mostrar cómo se desarrollaron estos dos gigantescos engaños del
siglo XX. Por detrás del mero recuento de los hechos, el lector debería entrever
causas profundas, peligrosos métodos psicológicos y, muy especialmente,
reflexionar acerca de la fragilidad de unas sociedades que con tal facilidad son dirigidas
contra sus propios intereses. Mientras la mente colectiva sea tan permeable a
la tramposa sugestión de “los de arriba” no habrá ninguna manera de edificar
una sociedad justa para “los de abajo.”
Mario España Corrado
Palencia, 2015-16