martes, 27 de diciembre de 2011

DEL ESCRITOR Y LA ESCRITURA: Borges, los laberintos y yo (Segunda parte)

Tras el rápido recorrido por los laberintos borgeanos, y de acuerdo a lo anunciado, incluyo a continuación el texto de Leyendo a Borges, poema mío de 1997 surgido como respuesta emocional/intelectual a una de las muchas relecturas de la obra del argentino.  Las citas de este, en los versos 23 y 41 corresponden a poemas incluidos en la primera parte de este análisis.

Cuando el rojo tejido de la tarde
-apenas hilos ya-
con lamentos del viento se quebranta, engendrando
en tirantes urdimbres de tristeza
los silenciosos lienzos de la noche, yo suelo
dialogar con mis muertos.
Me dicen en ritmadas estrofas, temblorosas
teclas blancas y negras
o una voz que suspira D'amor sull'ali rosee,
me dicen que la vida
fue cual el grana del poniente, vuelto
alfombra oscura donde lunas brillan
con antigua fatiga.

Y ahora, en esta noche de noviembre
afianzada con redes de llovizna, con ronco
decir del aire solo, negro, frío,
me llega la voz ciega.
Guiño cómplice, aviso... quizás una respuesta.
Alta, potente, lenta,
-así debió sonar en Delfos la soberbia,
la misteriosa lengua del voluble
dios que el Destino abría-:
"No habrá nunca una puerta."

Ya no sabré por qué, de qué manera
se fundaron los muros que me cercan.
Gemir ronco del aire por túneles vacíos;
gota de agua rodando interminablemente,
borroneando el paisaje árido de la piedra
que presidios sugiere y arenales y tiempo.
Tiempo... ese remolino que nos hace y deshace
en una incertidumbre de múltiples edades y de nombres.
Vínculo de las voces pasadas y futuras,
resuena entre murallas ya desgastadas, como
traqueteo de ruedas sobre adoquines húmedos.
Siempre las voces, siempre
el hombre solo que se escinde en todos
-imágenes en una galería de espejos-,
que cae, se levanta, se disuelve, germina,
diverso cada vez y siempre uno.
Pero nunca una puerta.

"Sé que en la sombra hay otro."  "Nos buscamos..."
No sabré para qué ni desde cuándo
el pie cansado holla con monótono afán la estrecha senda.
Huellas de mis pisadas y crujidos de arena indiferente:
forma y sonido de una vida aislada.
¿Mía? ¿Del Otro? Ah, no es uno solo:
también él se desdobla, buscador y buscado.

Solo el múltiple Otro que persigue mi sombra entre las sombras;
solo yo en el espanto de los muros;
solos la noche, el aire, la llovizna.
Ayer, mañana, hoy... trama de roca;
cansado pie y arenas y tiniebla.

No es tarde, sin embargo. Nunca es tarde
para la voz que tímida se nombra,
para el ojo que busca en el espejo el ojo que lo mira.
No hay puertas, sólo senda;
el Otro y yo -los Otros-, la noche... soledades,
desiertos de llovizna donde ventiscas gimen.
Y sin embargo alcanza, como le basta un hoyo a la simiente.

Pie fatigado: sigue, tu dominio es lo oscuro.
Sin buscar o buscando, has de llegar al término que ansías,
encuentro ineludible de sombras en la sombra.
El Otro y tú, de pronto cara a cara...
dulce y atroz momento, cuando veas
al hombre que aguardaba desde el comienzo de las vidas todas,
-temblores de tu espejo más recóndito-
para mostrarte el único y terrible
semblante verdadero.


Negrilla, octubre/noviembre 1997

No parece necesario explicitar las similitudes de ideas, de concepción del mundo, entre este poema y los anteriormente comentados. Incluso una lectura superficial las revelaría. Lo mismo puede decirse respecto del tema del Tiempo, sobre el que volveré más adelante.
Y queda pendiente un ejemplo de profundización del tema Laberinto en mi obra personal:  la Segunda de las Siete Elegías, que dada su extensión dejaré para una próxima oportunidad.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

DEL ESCRITOR Y LA ESCRITURA: Borges, los laberintos y yo. (Primera parte)

Foto: Laberinto IV - 1985 - Estampación con tinta china.

Este artículo no pretende ser un análisis en profundidad, sino apenas señalar algunos aspectos de la obra borgeana, referentes al tema del Laberinto, con los que me siento particularmente identificado y que han ejercido influencia sobre mi obra, tanto literaria como plástica. 

No te habrá de salvar lo que dejaron
Escrito aquellos que tu miedo implora;
No eres los otros y te ves ahora
Centro del laberinto que tramaron
Tus pasos. No te salva la agonía
De Jesús o de Sócrates, ni el fuerte
Siddharta de oro que aceptó la muerte
En un jardín, al declinar el día.
Polvo también es la palabra escrita
Por tu mano o el verbo pronunciado
Por tu boca. No hay lástima en el Hado
Y la noche de Dios es infinita.
Tu materia es el tiempo, el incesante
Tiempo. Eres cada solitario instante.

Incluyo la totalidad de este poema titulado El ápice, porque presenta otro de los temas básicos del escritor argentino: el Tiempo -así con mayúscula- sobre el que algún día pretendo monologar también, insinuando tangencialmente un tercero, obsesivo para mí: el Otro, ese ser que está del otro lado del Yo, ese ser que "no eres." De esta manera se comprenderá mejor Leyendo a Borges, poema de mi autoría que cerrará este comentario.
El laberinto de este soneto tiene una característica inquietante: lo tramaron los pasos de ese "tú" al que el autor se dirige, es decir el lector, todos nosotros. No es una prisión a la hemos sido arrojados, como el Minotauro de la leyenda, referente inevitable de todo laberinto. No: está construido, fabricado, "tramado" desde dentro. Forma parte del propio camino. Camino que, Machado dixit, se hace al andar.  Prisión interior, pues. Y vía cerrada. El centro en que nos encontramos  aterrados, buscando una "salvación" en "escrituras", se presupone como permanente, eterno. Y la palabra propia, el discurso, la obra, es tan inútil como la externa que invocamos.  El poema se cierra con esos versos pareados a los que volveré más adelante, cuando comente el tema del Tiempo.

Mucho antes de El ápice, Borges había planteado similar caso en Poema conjetural (perteneciente a El Otro, el mismo, libro de 1964: "A esta ruinosa tarde me llevaba / el laberinto múltiple de pasos / que mis días tejieron desde un día / de la niñez."  (Utiliza incluso el mismo tipo de imagen: tejieron/tramaron.) Y luego: "El círculo / se va a cerrar. Yo aguardo que así sea." El círculo se cierra cuando inicio y final se tocan, y esa "salida" no es otra que la muerte.
La narrativa de Borges contiene múltiples referencias al laberinto. En el relato El jardín de los senderos que se bifurcan (que forma parte de  Ficciones, 1944) dice: "Pensé en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarcara el pasado y el porvenir" y más adelante: "un laberinto de símbolos" o "un invisible laberinto de tiempo", uniendo ya, con décadas de antelación a El ápice, las dos ideas contenidas en este. Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto (de El Aleph, 1949) plantea  una variante del dédalo construido:  el supuesto Abenjacán, que huye por temor a la venganza del hombre que asesinó, hace edificar el laberinto. Y "apenas concluyeron los albañiles, se instaló en el centro:" De tal habitación central se nos dice que "tenía mucho de celda carcelaria". Estamos ante ideas similares aunque con distinto desarrollo.
A este relato sigue, en el mismo libro, otro muy breve titulado Los dos reyes y los dos laberintos, en el que "un rey de las islas de Babilonia" ordena la construcción de un laberinto en el que "los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían". A causa de "lo escandaloso" de su obra, pierde el favor de "Aquel que no muere" y es castigado con la derrota y la muerte. La mención a estas dos narraciones se comprenderá por sus reminiscencias en los ejemplos finales, Laberinto y El laberinto, poemas igualmente consecutivos pertenecientes a Elogio de la sombra, de 1969.

Laberinto
No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino
como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña
de interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
en el negro crepúsculo la fiera.

Aquí, la maraña tramada/entretejida tiene otras características: carece de centro -que es lo mismo que decir que cada punto es el centro- y límites: es informe, y casi podría decirse que ubicua. Las "bifurcaciones" enlazan con el relato antes mencionado; la repetición del verso subraya tanto  la "terquedad" del camino como esa atmósfera de ilimitada continuidad, y el destino de hierro es aquel Hado carente de lástima. Pero lo más extraño es el ser que habita ese terrible lugar: el Minotauro, "toro que es un hombre", de "forma plural"-multiforme-, no existe. ¿Quién, qué es, entonces, tal habitante, el tú destinatario? Veamos el segundo poema.

El laberinto
Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredes
que es mi destino. Rectas galerías
que se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.
En el pálido polvo he descifrado
rastros que temo. El aire me ha traído
en las cóncavas tardes un bramido
o el eco de un bramido desolado.
Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.
Nos buscamos los dos. Ojalá fuera
éste el último día de la espera.

Y hemos pasado de la segunda persona a la primera; el autor prescinde del tú/lector y pasa al Yo confesional. En el Hades que describe tampoco hay salvación: ni Jesús, Sócrates o Buda, ni los dioses. El camino curvado reitera los círculos de Poema conjetural pero ahora eternizados. La atmósfera claustrofóbica es ya total, agobiante.
"He olvidado /  los hombres que antes fui." Aquí estamos con el tema del Yo múltiple: el tiempo, elemento de cambio, produce la constante modificación de lo que somos, y las diferencias a veces abismales -sobre una base de unidad- entre el fui, el soy y el seré. En All Our Yerterdays dirá: "Quiero saber de quién es mi pasado. / ¿De cuál de los que fui?" o "Soy los que ya no son. Inútilmente / soy en la tarde esa perdida gente." Y en Poema de los dones,  tras introducir el tema del otro: "¿Cual de los dos escribe este poema / de un yo plural y de una sola sombra?" El Otro presentido y temido -la "fiera"- está  ya con nosotros, encerrado entre las mismas paredes "tramadas por tus/sus/nuestros pasos."
Volviendo a la pregunta antes planteada: ¿quién es aquel tú/destinatario, habitante del  odiado lugar sin límites? Pues es un Otro que ansía mi sangre, es decir mi vida, a mí. Un Otro que, como vimos en el soneto anterior, "no existe". Una forma plural, un eco. Ese tú es, en realidad, yo. El Yo múltiple, multiforme. En el laberinto borgeano estamos todos, pues tú, el Otro, yo, somos Uno. Dicho de otra manera: el laberinto enfrenta al hombre con su espejo.

Dada la extensión de este comentario, Leyendo a Borges y los comentarios posteriores quedan para una segunda parte.