domingo, 9 de noviembre de 2014

PROPAGANDA, LENGUAJE Y MANIPULACION - II


Módulo  II  -  Cómo  fue  posible  el  experimento Creel

 


Izquierda: cartel “Británico, tu país te necesita”,  Alfred Leete, 1914, modelo  del  “El Tío Sam te necesita” (I want you)  de EEUU en 1917. Derecha: versión soviética del cartel norteamericano, 1918.
 

El material referente a la descarada manipulación que describimos en el módulo anterior puede producir asombro. Cuesta concebir que el grueso de la ciudadanía diera crédito a semejantes infundios; y sobre todo, parece  inverosímil que tantos millones de adultos fueran llevados al grado de fanatismo e histeria que describen algunos textos.  Para  poder comprender relativamente estos hechos hemos de tener en cuenta, entre otros factores, la conformación y características socioculturales de aquella población  así como la de sus clases dominantes. También, determinadas ambigüedades del lenguaje: el distinto significado atribuido a las mismas palabras (por ejemplo “libertad” o “democracia”) en diferentes lugares y momentos.

 

No siendo posible  plantear, en el reducido ámbito de estas notas, un verdadero análisis sociológico de aquella situación, nos limitaremos a brindar, a modo de fragmentarias pinceladas temáticas, algunos puntos importantes a tener en cuenta en aras de la mencionada comprensión.
 

 La sociedad estadounidense en los años de la Gran Guerra

 

 

Durante esas dos primeras décadas del siglo XX, el enorme crisol multiétnico que era la sociedad estadounidense había continuado creciendo con sucesivos y constantes flujos de inmigración.  El cuadro siguiente da buena idea tanto de la magnitud como de la velocidad del crecimiento demográfico en EEUU.

POBLACIÓN  EN   EEUU  (Desde la colonización  a  fin  de  II  Guerra

 

1610 -               350  habitantes

1650 -          50.000

1700 -         250.000

1750 –     1.170.000

                               -------------------------Guerra de Independencia

1800 -      5.200.000

1850 -    23.000.000

--------------------------Guerra de Secesión.

1900 -    76.000.000

                                ---------------------------I  y  II Guerras Mundiales.

1950 -  151.000.000

-----------------------------------------------------------------------------------------------
 

Entre 1870 y 1914 llegaron al país quince millones de europeos desarraigados (más de un millón doscientos mil sólo en ese último año, como consecuencia del inicio de la contienda). Podemos suponer las consecuencias que ello apareja, en especial la rápida configuración de vastos estratos sociales de escasos recursos y, en gran parte,  con graves carencias culturales y educativas. La historiadora Joyce Oldman Appleby afirma, (La Verdad sobre la Historia, Appleby, Hunt y Jacob, 1994) que las diferencias religiosas, de costumbres, idioma e incluso aspecto físico constatables entre los nuevos pobladores, “activaron inesperadas resistencias” en la base autóctona blanca y anglosajona. Sin saberlo, los primitivos colonos británicos “habían definido como universales, valores que en realidad provenían de su educación protestante” y que chocaron con otras creencias.  “Se tornó imposible mantener el concepto de un pueblo indiferenciado, que tan crucial era para la conciencia que de sí mismos tenían los norteamericanos.” Desconfianza, prejuicios sobre los que prende rápidamente el sentimiento anti alemán del momento (o, más adelante, anti soviético, japonés, vietnamita, musulmán o afroamericano).

La enorme población de raza negra, manumitida tras la guerra civil pero empujada inmediatamente al apartheid, se encuentra en una situación similar. Como especifica Carlos Arauz (ibid): “Que la primera gran película de la historia del cine, ‘El nacimiento de una nación’ (1915) de D. W. Griffith –indudable obra maestra pero también verdadera apología del Ku Klux Klan, - fuera explícitamente racista, revelaba el grado de cristalización que el racismo blanco tenía en el país, y no sólo entre la élite sureña sino también y sobre todo entre los agricultores de los estados del Oeste medio y entre los trabajadores inmigrantes y autóctonos del Norte.” Racismo que fuerza a esa parte de la base popular a una diáspora incesante, que solamente mejorará su situación de forma incompleta y circunstancial.

Se llama Gran Migración Negra (Great Migration African American) al éxodo de casi dos millones de afrodescendientes  producido de 1910 a 1930.  Escapaban de la marginación y falta de derechos en los Estados sureños, buscando trabajo en las grandes zonas industriales del medio, noroeste y oeste del país.  El momento de mayor empuje migrante -cerca de medio millón de personas- se produjo  precisamente durante el bienio 1916-18, ante las demandas de mano de obra ocasionadas por la guerra.  Dato ilustrativo: la población negra en Detroit, conocido centro de la industria automotriz  esencial para el crecimiento de los sindicatos y base importante del PC de EEUU, que era de 6000 personas en 1910,  llega a 120.000 a comienzos de la Gran Depresión de 1929. Tales desplazamientos originarían las primeras comunidades  urbanas específicamente negras:  los guetos.

 Otro  punto  de vista:  ambigüedad  de los conceptos

Debemos ahora examinar el problema de lenguaje al que hicimos referencia al comienzo: el significado asignado al término “democracia” en la sociedad USA,  es muy diferente del que tiene para nosotros.  En nuestro caso se trata de un sistema de derechos y obligaciones en el que los ciudadanos han de tener  oportunidad de formarse/informarse y participar en la discusión y elaboración de programas político-sociales, a través de su propia acción. (Aunque en la práctica esto deviene, cada vez más,  letra muerta.)  En EEUU, afirma Chomsky en “Ilusiones necesarias”, no es así: “la democracia se concibe desde un punto de vista más estrecho: el ciudadano es un consumidor, un observador, pero no un partícipe.” La gente tiene la posibilidad de ratificar o no las políticas que una élite dispone para ella, votando cuando es convocada. “Pero si se sobrepasan estos límites no tenemos democracia, sino una crisis de democracia” es decir un incómodo traspié  que es necesario solventar. Toda la política exterior USA estaría destinada a mundializar este concepto limitado.

La diferencia es radical. Queda claro que ese consumidor-observador es más súbdito que ciudadano, individuo dócil del que se espera que no incordie demasiado. Tal concepción de las relaciones entre sociedad e instituciones -dice Chomsky citando a su vez a Appleby (ibid)- proviene directamente de las doctrinas establecidas por los Padres Fundadores en el inicio de la república. Estos tenían confianza en que “las nuevas instituciones políticas americanas continuarían funcionando dentro de las antiguas asunciones en cuanto a una élite políticamente activa y un electorado deferente y sumiso.” Así, George Washington, hijo de un próspero hacendado poseedor de esclavos, esperaba que su prestigio bastaría para convencer a los ciudadanos “con sentido común”, de la inconveniencia y peligro de salirse de las formas establecidas.
 

A  modo de paréntesis histórico:  las “antiguas asunciones”

L
Los actuales EEUU fueron creados por oleadas de inmigrantes británicos que fundaron sobre el Atlántico las llamadas Trece Colonias, entre los territorios franceses de Quebec y Louisiana. La primera se instaló en 1607  en Virginia.



Los colonos llevaban consigo no sólo el idioma y una fe concreta, sino también  tradiciones y hasta normas legales. Por ejemplo, referente a derechos de los trabajadores, la  ilegitimidad de cualquier organización sindical.  O el hecho de que el voto para elegir  las asambleas ciudadanas –que debían gobernar conjuntamente con los gobernadores coloniales- estaba reservado a terratenientes varones blancos.

Aquellos inmigrantes prosperaron con rapidez, de suerte que la mayoría llegó a tener tierras suficientes para obtener su derecho a votar. Pero aunque las riquezas naturales del territorio eran enormes, continuaban siendo finitas, y por tanto también lo era la posibilidad de enriquecerse con su apropiación. Viendo los datos –la población se multiplicó por 5 de 1650 a 1700 y por 23 entre 1650 y 1750- es lógico suponer que tal flujo poblacional introduciría una marcada desigualdad económico-social, creciendo exponencialmente el número de colonos sin otra pertenencia que su fuerza de trabajo.

 No es difícil conjeturar a cuál de estos grupos pertenecieron los “Padres Fundadores”, ni sus ideas. Aunque la lucha por la independencia fue conducida por prohombres  liberales pertenecientes a la aristocracia del dinero, pelearon en ella agricultores, artesanos, obreros y hasta esclavos, en nombre de la  libertad y la igualdad. Esa base social pretendía estar luego representada en las instituciones por personas de su misma clase. No lo  consiguió. Los prohombres -banqueros, terratenientes,  grandes propietarios- conquistaron rápidamente  las posiciones de gobierno y recrearon, en las nuevas condiciones republicanas, la sociedad rígida y  fuertemente clasista de sus ancestros monárquicos, reduciendo la democracia a “interacciones entre grupos de inversores  que compiten por el control del Estado” (Chomsky, ibid).   Algo cambió, para que todo continuase como estaba, Lampedusa dixit. Y esa dominación fue aceptada implícitamente por la sociedad, con la notable excepción de la  Revuelta de  Shays. (1)    

Una muestra elocuente del modo en que la burguesía acomodada, tras haber liderado la contienda independentista, logró adueñarse del Estado naciente, es el despacho -citado por Chomsky- entre  Gouverneur Morris –uno de los “Padres”-  y John Jay -que será el  primer presidente del Tribunal Supremo- en 1783. Aludiendo al descontento popular y a su personal despreocupación ante el mismo, asegura que “El Pueblo” está preparado para que la élite que él representa asuma el poder. “Cansados de la Guerra, se puede contar con su Conformidad con Certeza absoluta, y usted y yo sabemos por Experiencia, mi amigo, que cuando unos pocos Hombres de sentido y espíritu se reúnen y declaran ser la Autoridad, los pocos que tienen una opinión diferente pueden ser fácilmente convencidos de su Error por medio de ese poderoso Razonamiento: la Soga.” La índole de la “democracia” establecida por estos “Padres” queda así suficientemente aclarada.                                                                                                                                                                                                                                                        

Un poderoso Razonamiento de probada eficacia

 

Resumiendo: estamos hablando de una población con enormes desigualdades socioeconómicas, que en el transcurso del siglo XIX ha pasado de algo más de 5 a 76 millones de habitantes. Y esto en base a una inmigración que en su mayoría es de escasos recursos, muy variada étnica y culturalmente, que es la que suele tener dificultades de integración. Por otra parte tenemos un núcleo autóctono de origen anglosajón, aparentemente xenófobo y racista, adaptado a  modalidades políticas autoritarias que favorecen  la  pasividad  (ciudadanía convertida en  mero electorado) y el acatamiento a férreas  normas heredadas.

 

En  los  inicios del  siglo XX

Tras la conquista del oeste y la guerra civil, ya extendido de un océano al otro,  el país emerge velozmente como fenomenal potencia económica mundial, quizás la mayor. El período 1880-1920 es de formidable crecimiento industrial (etapa de formación de trusts);  entre 1900 y 1913 las exportaciones a Europa aumentaron casi un 50%. No obstante, las desigualdades antes mencionadas, que según algunos autores habían ensombrecido el último cuarto del XIX, se han agudizado, haciendo evidentes algunos problemas de complicada solución. Gran parte de los trabajadores industriales vive en la pobreza, de la que sufren especialmente mujeres, niños, ancianos y personas en paro.  Las ciudades,  cuya veloz extensión  ha producido conjuntos caóticos con vastas aglomeraciones de gente en sórdidos barrios bajos, están mal administradas, y la corrupción política, institucional y hasta policial, comienza a propagarse también. Llegará a hacerse endémica, como mostrará posteriormente el cine de gangsters. Los jefes políticos más poderosos –bosses- que pugnan por controlar las maquinarias político-económicas manipulando elecciones merced a enchufismos, patronazgos y sobornos, prosperarán durante la Ley Seca promovida por las mentalidades   puritanas.

 
 
 





 
Ciertamente, la “era progresista”  de Theodore Roosevelt (1901-09) y  el propio Woodrow Wilson (1913-20), aunque sin poner fin, ni mucho menos, a los conflictos y contradicciones inherentes a la forma de gestación del país, aporta un clima social favorable a la adopción institucional de medidas en defensa y protección de los derechos civiles. Colateralmente, su mayor resultado para el tema que nos ocupa, fue reconvertir la Presidencia “en lo que desde Lincoln no era: la institución rectora del país al servicio de los intereses generales de la nación (Carlos Arauz: “El progresismo: de Roosevelt a Wilson 1870-1914”) Se recupera así, agrega este autor, una clave del sistema estadounidense, aunque totalmente ilusoria: “la idea de que la Presidencia, abierta a cualquier individuo por ser elegida por el pueblo, era la encarnación de la voluntad general.” Clave que tendrá una influencia directa en la manipulación que estamos considerando.
Paralelamente, desde la guerra contra España por Cuba (1898) –exculpada argumentando que preparaban la democracia en las naciones poco desarrolladas- se está expandiendo otro elemento singular que reclamará un papel cada vez mayor: cierto sentimiento mesiánico de la existencia de EEUU. Su poderío tendría la “misión” de llevar a todas partes los “beneficios de la civilización occidental” (2), supuesto “deber” que mencionaba con frecuencia Bush hijo. En realidad, el ya conocido papel de gendarme internacional, justificado porque “somos los campeones”: una nueva “conciencia de sí mismos” al decir de Joyce Oldman.
 
El  revés de  la  trama:   élite  intelectual  y  “Relaciones Públicas”
Contrapuesta a la compleja base cultural-económico-social que de modo tan esquemático hemos mostrado, existía una clase media o media-alta y, especialmente, unos sectores de  alto nivel educativo con formas de vida, aspiraciones y conceptos completamente distintos: la “comunidad intelectual liberal” (Noam Chomsky, ibid). De este grupo saldrían varios de los hombres fundamentales de la Comisión Creel, entre ellos Edward Bernays, cuyo libro “Propaganda” citamos en el módulo anterior.
Judío de origen austríaco, hábil promotor y agente de prensa que logra hacer olvidar tan “sospechosa” ascendencia, Bernays se incorpora en 1918 al Gabinete de Prensa del CPI en el que tendrá un rol significativo. Tras la guerra, instala su primer despacho como “consejero de Relaciones Públicas” dando así origen a este turbio negocio. La cumbre de su fama e influencia llega precisamente por su éxito total en “moldear nuestros gustos”, con una campaña masiva patrocinada por la industria del tabaco para conseguir que las mujeres fumen. En 1923 publica “Cristalizando la opinión”, primer texto teórico relativo a la presión sobre la opinión pública a través de los medios de comunicación de masas. “Señalé –dice- la función social de las relaciones públicas en combatir el pensamiento estereotipado que impulsa al público a oponerse a los nuevos puntos de vista, y destaqué el deber ético del consultor en relaciones públicas.”
Para él esta labor de moldear, disciplinar la opinión pública,  no está en absoluto reñida con la moral ni debe ser considerada como negativa si quienes la realizan cumplen con el mencionado “deber ético”, que consiste en hacer ese trabajo “honestamente, guiados por el bien común.” ¿Ética? En todo caso, una quizás sincera ingenuidad que, según algunos autores, aún era posible en aquella sociedad anterior a la Gran Depresión.
“Se ha visto que es posible moldear la mente de las masas de tal suerte que dirijan su poder recién conquistado en la dirección deseada. Esta práctica resulta inevitable en la estructura actual de la sociedad.” (El subrayado es mío) La inevitabilidad radica, según él, en que  el “hombre llano” carece de pensamientos propios y se guía únicamente por clichés mentales, “sellos de goma tintados con eslóganes publicitarios” y también “con las banalidades de las gacetillas y tópicos usuales.” La mente del pueblo, nos dice “se compone de prejuicios heredados y símbolos, lugares comunes y latiguillos que los líderes de opinión suministran a la gente.” Parece evidente que al hablar de “pueblo” está pensando en aquellas clases populares de las que hablamos antes, cuya tosquedad cultural brota como un olor de su pobreza. Del mismo modo resultan perceptibles aquí las “resistencias” mencionadas por Joyce Oldman  Appleby, toda la densa carga de aprensión, desprecio y rechazo.
Más duras aún, y probablemente con mayor influencia en aquellos momentos, son las expresiones de Walter Lippman, periodista, crítico de medios y filósofo, que también pertenecía a la comunidad intelectual judía acomodada.  Sus tesis, condensadas en “Opinión pública” (1922), son una muestra clara de las posiciones ideológico-políticas de estos prestigiosos “líderes de opinión” que tanto ascendiente tuvieron en la etapa de la Comisión. Lippman llegó a ser consejero del presidente Wilson durante la Guerra y tuvo total acceso a los ámbitos de decisión de la política USA.  Sostenía  que los ideales democráticos se habían deteriorado, pues el electorado ignoraba por completo todo lo referente a política y temas de debate público, no siendo por tanto    competente  para participar en ello.
Pensar a través de estereotipos -afirma acuñando el término específicamente con su sentido más negativo de esquema mental preconcebido, simplificado hasta reducirlo a un molde-  lleva  al público a verdades parciales y a tomar decisiones antes de extraer ninguna conclusión. Ve entonces a las masas como un “gran rebaño desconcertado” que se debate en un desorden de opiniones atolondradas sobre pequeños y fútiles asuntos locales, sin preocuparse por el interés común, del que nada comprenden.  Esto le parece uno de los mayores retos de la realidad moderna, que debe ser enfrentado por una verdadera clase gobernante, compuesta por personalidades especializadas en  asuntos económicos y políticos,  con intereses más generales.
Esa clase a la que llamaba “las élites,” podría quizás solventar “el principal problema de la democracia”: la imposibilidad de alcanzar el ideal de un ciudadano competente en los asuntos públicos. El resto de la población debía conformarse con elegir –por supuesto entre los miembros de tales élites- a los hombres más responsables y capacitados para dirigir la nación.  Todo esto requería “una revolución en la práctica de la democracia”, es decir la manipulación directa de las opiniones que él denominó “fabricación del consentimiento” (consent, traducido también como “consenso”), algo sin lo cual consideraba que no es posible gobernar.  “El público debe ser puesto en su lugar,  para que los hombres responsables puedan vivir sin miedo de ser pisoteados por el rebaño de bestias salvajes.”
Imposible analizar aquí con más detenimiento estas y otras similares opiniones (3) provenientes de esta élite o “comunidad intelectual liberal” de la que Lippman es prototipo. Estas citas bastan por sí solas para explicar su decidida entrega a la tarea de la Comisión. Ante una situación tan complicada como una guerra, y siendo necesario justificarla ante un pueblo que se desprecia,  visto además como “rebaño de bestias salvajes”, estos hombres responsables fueron  consecuentes con sus ideas, desembocando de modo natural en la inmensa trampa de una superchería colectiva. Y aquella ciudadanía, en muchos casos pobre e inculta, en otros ingenua, crédula y siempre pasiva, aceptó el artificio con similar naturalidad porque estaba educada para ser sumisa, y  porque provenía del gobierno que ellos mismos  habían elegido,  en el que confiaban plenamente.

 

Es posible que el desmantelamiento total de la Comisión en 1919,  hubiese significado también el final del engaño y la vuelta a cierta normalidad de la vida nacional. Pero en 1917 había acaecido otro trascendental acontecimiento capaz de trastocar  todos  los esquemas en el  “mundo occidental y cristiano”:  la revolución rusa. De eso tratará el siguiente módulo.
NOTAS
 
(1) Daniel Shays (1747-1825), capitán en la Guerra de Independencia con notable hoja de servicios, actuó después en gobiernos locales de Massachussets. Desilusionado por la mala calidad de vida de la población, y para evitar la condena de unos pequeños agricultores endeudados, lideró la rebelión de 800 granjeros entre 1786 y 87. Vencido, huyó, siendo más tarde amnistiado.  Sostenía que se amotinó llevado por los mismos principios por los que había luchado en aquella Guerra. Esta revuelta es considerada un buen ejemplo de las contradicciones y lucha de clases en la misma base inicial de la sociedad USA.  
Afirma el historiador Edward  Countryman en su “La Revolución Americana” (citado por Chomsky): “La última boqueada del espíritu original de la Revolución, con toda su fe en la comunidad y la cooperación, la dieron los agricultores de Massachussets”  y su fracaso les enseñó que “las vías antiguas ya no funcionaban. Se vieron obligados a arrastrarse pidiendo perdón ante unos gobernantes que declaraban ser los servidores del pueblo.” Y agrega Chomsky: “Así ha seguido siendo.”  Nada demasiado original, como puede apreciarse.
(2) Dicho sentimiento aparece en USA casi desde sus comienzos. Ya en 1837 el  presidente Andrew Jackson había afirmado: “La Providencia ha escogido al pueblo norteamericano como guardián de la libertad, para que la preserve en beneficio del genero humano.” Basándose en tal designio emanado del propio Dios (desde 1935 el “Ojo de la Providencia” vigila desde el reverso de los billetes de un dólar) Theodore Roosevelt reafirmará en 1904 la Doctrina Monroe con el corolario que lleva su nombre, estableciendo abiertamente el derecho a intervenir militarmente en los países americanos. Este  concepto de “política del gran garrote” será el “derecho” que regirá en Latinoamérica durante el período de las “repúblicas bananeras.”
Un episodio de esa época muestra inequívocamente la política de injerencia USA:  Roosevelt deseaba construir en Centroamérica un canal que uniese los océanos y propuso al gobierno colombiano comprarle la franja de tierra necesaria. Colombia rechazó la oferta. Entonces, curiosamente, estalla una sublevación justo en el área más apropiada para el canal. Roosevelt  apoya de inmediato tal revuelta –que triunfa- y con igual rapidez reconoce la independencia del nuevo Estado resultante: Panamá. Poco después, el gobierno panameño recién instaurado vende a EEUU la zona para el canal.
(3) En 1927 Harold Laswell publica “Técnicas de propaganda en la Guerra Mundial” donde sostiene, en consonancia con los anteriores, “la ignorancia y superstición de las masas”; por lo tanto y en aras del bien común, se debe proporcionar a las élites, “dirigentes naturales”, todos los medios precisos para imponer sus ideas. La confianza en las instituciones así conseguida, proporcionará el equilibrio de la sociedad. Por su parte, Reinhold Niebuhr (1892-1971) dirá que “el proletario” no profesa la razón sino la fe, y requiere un elemento vital de “ilusión necesaria.”  Insta a admitir  “la estupidez del hombre medio” y a proporcionarle las “simplificaciones excesivas con poder emocional” que lo mantengan en la buena senda hacia una sociedad mejor.
Mario España Corrado – 2013 - 14
 
 
 




 

PROPAGANDA, LENGUAJE Y MANIPULACION

Introducción


La crisis sistémica iniciada en 2007 con el estallido de la burbuja inmobiliaria, ha dado origen a un enorme incremento de las desigualdades económico-sociales. Por ello produce asombro la pasividad de la mayor parte de la población europea ante “la que está cayendo” e incluso la aquiescencia –por acción u omisión- con los responsables de aquello que “cae”. Para intentar explicar este fenómeno se manejan múltiples hipótesis, todas las cuales contienen elementos de verdad, aunque también otros poco convincentes. No debemos olvidar la existencia de condicionantes intangibles pero evidentes. Por ejemplo, cómo el Poder atraviesa transversalmente toda la estructura social,  modulando nuestros esquemas de pensamiento. O las religiones con su carga de dogmas, prejuicios e intolerancia, y el efecto amoldador de la educación, la tradición y la costumbre. Según Vicente Romano (La formación de la mentalidad sumisa, 1993) las opiniones de las personas –y en consecuencia sus actitudes- resultan de las informaciones recabadas directamente o a través de otros, tanto como de su experiencia personal, señalando hogar, familia y escuela -entornos básicos donde el individuo comienza su aprendizaje vital-, como sus primeros guías, disciplinadores y ahormadores, es decir lugares de conformación de las iniciales ideas, creencias, escala de valores y juicios. Agrega que  los medios de información  y de entretenimiento, publicaciones, carteles, pueden ser considerados escuelas en un sentido amplio, opinión muy acorde con todo lo que aquí reseñaremos.

 
Pensamos que para aproximarnos a la verdad, múltiple y extremadamente compleja, debemos ampliar nuestros criterios de análisis, examinando nuevos hechos, conocimientos, teorías, y teniendo en cuenta que todo presente se asienta firmemente sobre su correspondiente pasado, algo que con frecuencia se suele olvidar. Comenzaremos entonces con un tema que es igualmente un “efecto amoldador”  de extraordinaria importancia: la manipulación de la opinión pública de todo un país. Veremos cómo se llevó a cabo y por qué,  y a continuación la forma en que se profundiza constantemente el efecto, a través de la desinformación impuesta por los medios de comunicación de masas. Finalmente analizaremos una variante de la misma, compartida por los media con gobernantes y políticos: la creación de un perverso metalenguaje, tan falso como efectivo,  funcional por entero al poder.

 


 

Módulo  I – Conformando  la  opinión  pública

 


 

“La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas, es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad, constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país. Quienes nos gobiernan, moldean nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas, son en gran medida personas de las que no hemos oído hablar. Ello es el resultado lógico de cómo se organiza nuestra sociedad democrática. Grandes cantidades de seres humanos deben cooperar de esta suerte si es que quieren convivir en una sociedad funcional sin sobresaltos.” 

 
Con este sugestivo párrafo inicia Edward Bernays su libro “Propaganda” (1927), usualmente considerado la Biblia de las “Relaciones Públicas”. Por supuesto, la lectura de esas frases despierta sorpresa. En primer lugar por la claridad con que explicitan un manejo que hoy, en cambio, se pretende negar. Luego, por la forma en que pretenden justificarlo.   Un mecanismo de poder oculto, utilizado de forma consciente por un “verdadero” gobierno en la sombra ¿puede ser considerado “lógico” en una democracia real? ¿Qué entenderemos, entonces, por “sociedad funcional” y  qué clase de “sobresaltos” desean evitar? Hallaremos la respuesta a estas preguntas en los acontecimientos producidos en  EEUU a causa de su entrada en la Gran Guerra: la primera operación sistemática de configuración de opinión, y quizás la más vasta y de mayores consecuencias. Un fraude gubernamental completo.


Famoso cartel conocido como “El Tío Sam te necesita”, obra de James Montgomery Flagg, 1917, basado en otro  británico de Alfred Leete de 1914.  De este cartel, considerado el más famoso de la Gran Guerra, se distribuyeron 5 millones de copias. Curiosamente, sería adaptado en 1918 para mostrar un soldado soviético. Ver Módulo II.

 

El 4 de marzo de 1916 Thomas Woodrow Wilson toma posesión como 28º presidente de los EEUU. Ha ganado las elecciones con un eslogan abiertamente pacifista –Paz sin victoria-, como el hombre que mantendrá a su pueblo lejos de la guerra. Sin embargo, desde tiempo atrás recibe presiones en sentido contrario. Tal como señala Noam Chomsky (Charla en el Z Media Institute, junio 1997) los dos bandos en conflicto competían en  intentos de granjearse el  apoyo  de los estadounidenses.

 
Las técnicas de desinformación son habituales como parte de la propaganda de guerra y el eficaz Ministerio de Información británico llegó al extremo de propagar todo tipo de noticias falsas, incluyendo tremendos bulos sobre la crueldad germana, para convencer a los estadounidenses de que se sumaran a su causa; por ejemplo, que durante la invasión de Bélgica, los soldados alemanes arrancaban los brazos a los niños o los devoraban (técnica conocida como Atrocity propaganda).  

 
USA no era entonces un actor importante en el panorama mundial, y mucho menos el país hegemónico que llegaría a ser en la segunda postguerra. Pero sí era extraordinariamente rico y mantenía intensas relaciones comerciales con Francia y Gran Bretaña, que podían considerarse sus aliados naturales. Ciertamente la situación bélica no era, en aquel momento, nada favorable para ellos. Dos meses antes,  ambas naciones se habían retirado de Gallípoli tras un costoso fracaso; en febrero había comenzado la terrible batalla de Verdún, de incierto resultado a lo largo de aquel año, y el ejército británico estaba siendo derrotado por los turcos en Irak.

 
Era pues indudable que Gran Bretaña, la antigua metrópoli colonial, estaba en apuros; al mismo tiempo Wilson era consciente de las posibilidades de expansión de prestigio, autoridad e influencia que resultarían para su país si intervenía en la guerra.  De forma no menos determinante gravitaba el argumento económico: las astronómicas sumas prestadas por Wall Street a los gobiernos aliados para pagar su apro-visionamiento de armas y alimentos, dinero que resultaría irrecuperable si aquellos naufragaban en la contienda. El 1 de marzo 1917  se conoce  un supuesto documento secreto -el “telegrama Zimmermann”-, que revelaba el propósito germano de lograr que México se uniese a la Triple Alianza invadiendo EEUU desde el sur. Una proposición nada verosímil, dadas las condiciones en que México se hallaba entonces, pero que lleva la tensión al apogeo. Finalmente, el 6 de abril de 1917 los EEUU entran en el conflicto.

 
Y se presenta el problema. ¿Cómo convencer a un pueblo pacifista, que eligió un gobierno declaradamente neutral, de que la situación ha dado un giro de 180º y ahora sí hay que ir a matar alemanes?

 

En 1823, el presidente James Monroe había anunciado una doctrina de política exterior -que hoy lleva su nombre- según la cual cualquier intervención de una potencia europea en territorio americano sería considerada como agresión y respondida como tal. En aquel momento, esta concepción política tuvo el significado de una oposición al imperialismo ejercido por las potencias económicas. (Pese a ello, se darían posteriormente varias ocupaciones coloniales sin que USA dijese nada, como la de Islas Malvinas en 1833 o la invasión española a República Dominicana entre 1861 y 65. Pero no hay que olvidar que para ellos, América es USA y nadie más.)

 
Al comenzar la Gran Guerra, la Doctrina Monroe conservaba todavía un resto del primitivo sentido de mantener apartada cualquier influencia europea, y un mucho de aislacionismo ensimismado, voluntario alejamiento de la sociedad internacional. La no intervención en el conflicto imperialista, considerado “cosa de los europeos”,  era la opción lógica de una aplastante mayoría de la población.  Resultaba  imprescindible, por lo tanto, modificar ese sentir general fuese como fuese. La hábil solución encontrada fue la creación del Comittee on Public Information (Comité de Información Pública), también llamado CPI o Comisión Creel, una enorme agencia federal de propaganda, destinada a manipular la opinión pública. Funcionó increíblemente bien.

 

 La Comisión  Creel

 
Creada el 13 de abril bajo la dirección del periodista y político George Creel (1876-1953) de quien toma su nombre, esta Comisión presentada muchas veces como organismo independiente, funcionó en la práctica como una institución oficial. Entre figuras destacadas del mundo de prensa y publicidad, la integraron el Secretario de Estado, Lansing; el Secretario de Guerra, Lindley Garrison y el Secretario de Marina, J. Daniels.

 
Contando con una gigantesca estructura compuesta de 19 subdivisiones, varias agencias y numerosas oficinas en el extranjero, y con recursos económicos y humanos ilimitados, desarrolló el primer intento de utilización gubernamental de las técnicas de psicología de masas más eficaces y modernas, con el deliberado propósito de controlar y subvertir la opinión mayoritaria de los estadounidenses. En apenas seis meses, no sólo inyectó en la sociedad la curiosa idea de que había que hacer la  guerra para  preservar la paz en el mundo, sino que consiguió cumplir la práctica totalidad de sus objetivos. Nos encontramos, así, ante una formidable y eficiente maquinaria propagandística institucional, cuyo éxito determinaría el nacimiento y evolución de las “Relaciones Públicas” como actividad empresarial.  Como veremos en su momento, sus métodos serían retomados y sistematizados en la Alemania nazi, por el Ministerio de Propaganda de Joseph Goebbels.

 
Wilson se enfrentaba a un sinfín de retos, todos fundamentales.  Había que transformar al imperio alemán, al austrohúngaro y a los turcos -hasta poco antes, simples potencias coloniales poco conocidas y que no interesaban a nadie- en temibles enemigos. Era imprescindible fomentar el alistamiento y formar un ejército; vender bonos para solventar los descomunales gastos y reconfigurar el lugar de la mujer en la sociedad, pues para no detener la producción industrial que, por el contrario, era necesario aumentar, dependerían de que ellas se incorporasen a los puestos de trabajo dejados vacantes por los hombres. Y todo ello prestando siempre atención a la política interna, sin descuidar la economía, manteniendo el orden, apoyando la moral guerrera…

 
Creación del Enemigo. 

 
El primero de los once principios de propaganda que Goebbels establecerá unos años después, redondeando las “enseñanzas” del CPI, es el de simplificación o del enemigo único. Tomando en cuenta que la (des)información debe llegar incluso a las personas de más bajo nivel intelectual, habrá de ser formulada de la forma más simple posible. Tal simplificación requiere adoptar una única idea o elemento simbólico para individualizar al oponente y convertirlo en el Enemigo.  El bando contrario -los llamados Imperios Centrales- era cuádruple: imperios alemán, austrohúngaro y otomano, más Bulgaria.  Demasiado; imprescindible unificarlos, y reducirlos al estereotipo  “el  alemán” como aterrador representante de todos.

 
Lo siguiente será transformarlo en un engendro maligno, demonizarlo, presentándolo como paradigma de todo lo monstruoso y por tanto llevando las cosas, acorde con una actitud abiertamente maniquea, al terreno de las grandes palabras:  nada menos que  la lucha entre el Bien (nosotros) y el Mal (cualquier otro circunstancial). Otra simplificación, que se repetirá más adelante con los “rojos”, Al Qaeda, Sadam Husein o –hasta hace bien poco- Irán (que luego se volvió bueno. Pero ¡cuidado! Que puede metamorfosearse otra vez.) Y siempre la atrocity propaganda, las horripilantes historias de maldad del adversario-ogro (las armas de destrucción masiva de Sadam, por ejemplo) que justifican que lo ataquemos “preventivamente” (Irak, Vietnam) o “como defensa” (Panamá, Granada). Todo, naturalmente, en nombre de la libertad. O de Dios.

 
Medios  y  media.

 
Durante 28 meses, hasta agosto del 19, la “División of Pictorical Publicity” del CPI se valió de decenas de artistas para crear carteles, historietas, libros, pinturas  y cualquier otro medio imaginable para obtener el apoyo a la guerra. Hizo imprimir casi 60 millones de panfletos y octavillas, que fueron repartidos con el concurso de los Boy Scouts y contrató unos 75.000 “four minutes men”, hombres de cuatro minutos (tiempo que, según las técnicas de venta a domicilio, representaba el promedio de atención de las personas), para que, introducidos en eventos sociales o espectáculos, hablaran durante ese lapso sobre las razones para participar en el conflicto. Se calcula en más de 7 millones los mini-discursos realizados de esta manera. Paralelamente se recogió todo el apoyo posible por parte de clubes deportivos o recreativos, instituciones religiosas y todo tipo de organizaciones ciudadanas.

 
Verdadera punta de lanza de la propaganda de guerra fue la industria de Hollywood, que también resultará fundamental para sostener el esfuerzo de la II Guerra Mundial, como recordará cualquier amante del cine de los años 40. Este mundo de celuloide en pleno proceso de consolidación y expansión, era entonces una novedad tan reciente que resultaba enormemente atractiva, lo que incrementaba su capacidad de inoculación del mensaje programado, ya que la gente no oponía reservas mentales a lo que se le presentaba como mero entretenimiento.  Siendo en sí mismo un creador de ilusiones, este medio entra decididamente en el juego manipulador. David W. Griffith, que en El surgimiento de una nación había llevado al cine un tema bélico tan candente como el de la Guerra de Secesión norteamericana de 1861-65, sería el encargado de distribuir los films producidos por el CPI. Importantes realizadores de la época recibieron el encargo de dirigir, tanto documentales sobre las tropas aliadas, como películas con títulos tan sugestivos como “El Kaiser, la Bestia de Berlín” o “Al infierno con el Kaiser”.  Por supuesto la visión del enemigo, en todos los casos, no va más allá de una burda caricatura, muy en el estilo del poco agraciado “prusiano” del cartel  de promoción de alistamientos que a continuación mostramos (que bien podría ser un claro antecedente del King Kong de 1933, como también puede apreciarse).
 

 


 
En una campaña propagandística convertida en actividad sistémica sin ningún límite de presupuesto o recursos, en la que cada mensaje, cada idea, desempeña una importantísima función persuasoria, contar con los medios de comunicación de masas era ciertamente imprescindible.

 
Para ello se solicitó la colaboración de los grandes propietarios, algunos de los cuales pasaron a integrar la Comisión. Según los historiadores, en una sola semana de actividad, este aportaba material para más de 20.000 columnas de prensa, a fin de unificar por entero lo que decía el gobierno con  la “información” facilitada por periódicos y emisoras de radio.

 
La presión ejercida sobre la prensa oral y  escrita por el gobierno Wilson es del todo indudable, pero no lo es menos que el comportamiento desinformativo de los media no se modificó después de la guerra, tal como se verá al hablar del “miedo rojo”. De una parte esto se debe al proceso de concentración de  las empresas periodísticas, cada vez en menos manos pero con mayor control; de otra, a un proceso gradual de mercantilización de la información, que acaba transformada en mercancía de consumo que debe venderse. Así, la orientación e índole de tales mercancías (calidad, grado de veracidad) pasará a depender de lo rentable que la misma sea.

 

 Pronto resultó evidente que la información que llegaba de los campos de batalla europeos, no era precisamente la más adecuada para mantener la moral de la ciudadanía y fomentar el reclutamiento. No hay que olvidar que la Gran Guerra fue una carnicería terrible en la que perdieron la vida más de 9 millones de personas -hubo más del doble de heridos y mutilados- y fueron arrasadas regiones enteras. Se requería, pues,  filtrar, recortar, retocar o suprimir noticias, es decir deformar en aras del bien de la patria, seleccionando lo que se revelaba cada día (técnica conocida como“gate keeper”), que  era sólo aquello que el gobierno consideraba más adecuado para ser conocido. Siempre guiándose por la máxima de que en propaganda es preferible decir apenas una parte de la verdad; pero igualmente por aquella otra que insiste en que una inexactitud -o incluso falsedad-  repetida incansablemente, acaba por ser creída.

 
Lo cierto es que la “manipulación consciente e inteligente” llevada a cabo por la Comisión Creel a través de todos sus medios, especialmente la prensa, fue total. El escritor y periodista británico  G. K. Chesterton emitió en 1917 este duro aunque lúcido juicio: “Hasta nuestros días se ha confiado en los periódicos como portavoces  de la opinión pública. Pero muy recientemente, algunos nos hemos convencido, y de un modo súbito, de que no son en absoluto tales. Son, por su misma naturaleza, los juguetes de unos pocos hombres ricos. El capitalista y el editor son los nuevos tiranos que se han apoderado del mundo. ./. No necesitamos una censura para la prensa. La prensa misma es la censura. Los periódicos comenzaron a existir para decir la verdad, y hoy existen para impedir que la verdad se diga.” (Citado por Pascual Serrano, “Desinformación”)   Hay que agregar que este período del Comité Creel no fue el primer caso, ni el único, de noticias deliberadamente tergiversadas. Volveremos sobre este tema.

 
Por su parte, Rubén Sánchez Medero (“Campañas propagandísticas: su uso en la formación de la opinión pública.”) sostiene que “la única forma que hace posible destruir la resistencia de la gente, para arrebatarle su capacidad de tomar decisiones, es un bombardeo continuo de propaganda en todos los ámbitos  de la cultura.” “La propaganda moderna [que en 1916-19 sienta las bases de lo que será hasta el presente] es una astuta combinación de información, verdades a medias, juicios de valor, exageraciones y distorsión de la realidad” (Naief Yehya, “Guerra y propaganda. Medios masivos y el mito bélico en Estados Unidos”). La disposición de los destinatarios a confiar en la sinceridad del emisor del mensaje, mayor cuanto más prestigio real o supuesto posea, sumada a la importancia que concedan al medio difusor (“lo dijo la tele” o “expertos consultados aseguran…”) hace el resto, lográndose el efecto persuasivo. (1)

 
La sección internacional de la Comisión desarrolla varias actividades en el exterior. Una, dedicada a los soldados, es la publicación de un periódico patriótico y enaltecedor del ejército, “The Stars  and stripes” (Estrellas y barras). Naturalmente, el Departamento de Prensa Extranjera supervisa toda noticia enviada por las agencias. También se crea una “Sección de propaganda” para las fuerzas aliadas, que elaboró millones de panfletos antimilitaristas para arrojar sobre las filas enemigas fomentando deserciones y motines. Todo esto, tenía como misión convencer a los alemanes y al mundo de que los estadounidenses no podían ser vencidos; que la suya es tierra de libertad y democracia, por lo que merecían confianza, ya que gracias a su visión del mundo llevarían a la humanidad hacia una era de paz y confianza universal. Al mismo tiempo, en el interior de los EEUU era básico impedir la difusión de juicios o noticias desacordes, incluso si se trataba de informaciones veraces, o precisamente aún más en este caso.


Vigilancia  y  represión

 
Eliminar cualquier disparidad de puntos de vista, cualquier duda, era imprescindible a la hora de controlar la mente de los ciudadanos. Para ello el gobierno dictó leyes fuertemente represoras hacia cualquier disidencia: la Ley de Espionaje (Espionage Act) de junio de 1917 y su complemento la Ley de Sedición (Sedition Act) de mayo 1918. La presión disuasoria y el alcance punitivo creados entre ambas leyes fue formidable, reforzándose con detenciones masivas. Se penalizaba incluso la mera expresión de opiniones que mostraran al gobierno o el esfuerzo de guerra  de modo negativo (“in a negative light”) o que pudieran interferir en la venta de bonos gubernamentales. Se prohibió cualquier lenguaje “desleal”  o “abusivo” para referirse al Gobierno, las fuerzas armadas y sus banderas, o que fuera susceptible de  inducir a otras personas a menospreciar tales instituciones. Las penas establecidas  resultan desmesuradas (veinte años de prisión por interferir en la venta de bonos). Es fácil deducir de lo anterior que una campaña institucional llevada a cabo en tales condiciones, debió suscitar escasa resistencia interna.

 
Una situación de confusión social tan deliberadamente provocada, en la que el ocultamiento de la verdad deviene esencial, no puede funcionar sin un aparato represivo de envergadura. Algunos “comités patrióticos” se hicieron cargo del trabajo sucio de vigilancia, recelos, murmuraciones y denuncias, y el desarrollo del FBI  como policía política se apresuró. Todo esto podría parecer hoy disparatado o increíble, si nosotros mismos no tuviésemos en casa un proyecto como el de la Ley de Seguridad Ciudadana.  Cuanto mayor sea el temor de las autoridades, más exagerado será el castigo a cualquier infracción.

 
Imposible entrar aquí en detalles de la situación de histeria vivida en esos dos años a causa del miedo-odio a “el alemán” (sensiblemente incrementados por el comienzo de iguales sentimientos hacia “el comunista”, según veremos en módulos siguientes). Los germanos residentes en el país sufrieron vejaciones y hostigamientos reiterados por parte de una población enloquecida ante la idea del “enemigo en casa”. Tampoco se libraron otros extranjeros, cualquiera fuese su nacionalidad, y en muchos casos se llegó a deportaciones sin juicio previo. El relato –por momentos casi inverosímil- de aquellos sucesos, abarca situaciones ridículas, casi cómicas, como las actividades de la “American Protective League”. Este comité, que trabajaba codo con codo con el Departamento de Investigación del FBI, además de fomentar la delación de cualquier persona, situación o actividad que resultase “sospechosa”, organizaba piquetes de búsqueda de espías en los barrios de las grandes ciudades. No logro imaginar por dónde o cómo los buscarían, ni de qué forma podrían  identificarlos como espía, mas la posible comicidad se transforma en horror al pensar en cuántos inocentes debieron caer víctimas de semejante locura. (En toda situación de pánico social aparecen estos seres mediocres, deseosos de una parcela de poder por mínima que sea, que derivan su engreída autoridad del  hecho de servir a un amo poderoso.  Basta a veces un uniforme, o una placa como la mostrada más abajo,  para desatar su arrogante fanatismo.) Igualmente dan cuenta las crónicas de las  dramáticas circunstancias producidas durante la persecución a los sindicatos socialistas, que al entender la guerra como un conflicto capitalista en el que los trabajadores no debían participar, se opusieron a los alistamientos. Sobre estos  temas  el interesado encontrará abundantísimo material en Internet.



 
Como hemos dicho, la Comisión Creel logró un impresionante éxito en el cumplimiento de sus objetivos, sentando las bases de lo que serían las Relaciones Públicas actuales, es decir el engaño convertido en arte. Pero sobrevivió poco tiempo al final de la guerra.  Una metedura de pata ocurrida en los días de la conferencia de paz en Versalles, que irónicamente fue ventilada por la misma prensa que antes había colaborado para lograr el triunfo,  desató una considerable tormenta política precipitando el cese de las actividades oficiales del CPI, el 12 de noviembre de 1919. Sin embargo, la simiente controladora entonces sembrada rebrotaría con pujanza una y otra vez – el “Miedo Rojo”, McCarthy,  la campaña correspondiente a la II Guerra, Nixon, Reagan, Bush…- y continúa rebrotando en nuestros días. Pero de eso hablaremos en los próximos módulos.

 

A modo de resumen

 
Analizando someramente el instrumento político utilizado en 1917-18, que combinó “diversas técnicas y herramientas que dotan al proceso de una estructura y organización que permiten hablar de una campaña” (Rubén Sánchez Medero: ibid), herramienta capaz de intervenir sistémicamente en todos los órdenes de la vida nacional, vemos que su primer núcleo de acción fue la creación y satanización del enemigo (también sería lo primordial en todas las guerras subsiguientes, actividad en la que destacó el Sr. Bush).

 
El citado autor señala como imprescindible en tal proceso la continuidad, así como la uniformidad y homogeneidad del punto de vista. “Si hay lapsos en el flujo propagandístico o informaciones contrarias a las tesis oficiales, existen posibilidades de que el individuo recupere el control de sus ideas y desaparezca el efecto pretendido.” Se requiere además que tal bombardeo desinformativo sea muy intenso, permanente en el tiempo, y que obre especialmente a nivel de códigos emocionales. La posibilidad de persuadir, afirma, “no está en relación con el nivel de inteligencia [del receptor], sino con los sentimientos.” En esta tarea, la inmediatez y fuerza de la imagen como medio cobró primordial importancia; es el momento en que se popularizan los noticieros cinematográficos y los documentales.

 
A efectos de lograr la mencionada homogeneidad, resultó inevitable recurrir al  filtrado del caudal informativo referente a la guerra -censura institucional previa de los media que luego se convirtió en autocensura- así como parcializarlo, exagerarlo o deformarlo. Al erigirse la Comisión en organismo centralizador de toda la información, se  prefigura ya el monopolio informativo que detentará el ejército durante la Guerra del Golfo. La simplificación manifiesta en la creación de estereotipos, es seguida de una cuidadosa estrategia en la utilización de términos y conceptos, que paulatinamente los irá revistiendo de un significado diferente y a veces incluso opuesto al original, como sucediera con “libertad” durante el gobierno Bush. “La persuasión aparece como resultado de un discurso construido con argumentos elegidos de manera pertinente, no necesariamente verdaderos, pero sí aceptados.” “Los acontecimientos no sólo tienen valor como hechos, sino también por los significados que los emisores institucionales les adscriben, instrumentalizándolos para sus fines e interpretándolos desde perspectivas ideológicas.”(Ibid) Señalamos asimismo el refuerzo que supuso el también ineludible control normativo y represivo, y el respaldo de intelectuales y académicos en la redacción de múltiples documentos que narraban las supuestas atrocidades cometidas por los soldados alemanes, técnica básica para la obtención de la respuesta emocional pretendida. 

 
En definitiva, “la correcta creación de los mensajes, su difusión masiva y el adecuado control de la información” por todos los medios,  posibilitan el control sobre la opinión pública. El CIP no sobrevivió a la paz, pero sus eficacísimos métodos serían utilizados con idéntico propósito en múltiples ocasiones, y su éxito llega hasta nuestros días.

 

 Mario España Corrado, 2013-14

 

 NOTAS

 

(1)   Los psicólogos estadounidenses Anthony Pratkanis y Elliot Aronson (Social Psychology, 1993) llaman la atención acerca de la constante recepción de información propagandística en el mundo moderno. “Todos los días recibimos el bombardeo de una comunicación persuasiva tras otra.” Aseguran que esto incrementa la pasividad de las personas, haciendo así más fácil la manipulación de los símbolos y de las emociones.