martes, 7 de junio de 2016

TIEMPO  CUARTO

LUZ  DE  INVIERNO



Aires de una meseta, doraduras de piedra.



La hermosura del mundo;
reflejos en un cristal, penumbras agrupadas.
Rojiazul y amarillo el tiempo y sus agravios
que tiñeron de blanco mi cabeza.

 

Secretos, predicciones, testimonios,
preguntas…
ah, que lejano ahora.





Ventanas.
Afuera pasan nubes en pálidos racimos, brisas, milanos negros,

los años,
los años, que en el viento veloz se deshilachan. Medialuz silenciosa
de invierno, día a día infiltrándose lenta,
goteando
en ese
territorio impregnable que llamamos el alma.
Día a día, bajo lívidos cielos
-atmósferas opacas con grumos de cellisca-
el pueblo
-mancha apenas; rojizo, diminuto
borrón en el verdor de la campiña-
calla, paciendo olvidos.



Espectrales los campos en febrero.
Eso que llamo cielo,
opaco terciopelo –pálido gris, tan solo memoria de un azul
acuoso,
bóveda en veladuras, en cenizas, un cielo que no es cielo ni es nada-
lentamente se anima, se dilata hecho espacio
donde el sol se desangra.
En el hambriento tajo del vacío horizonte, precarios claroscuros
desmayan
esfumándose en brumas.
Al borde del camino, los pastos modelados
en hielo;
al rozarlos estallan en cristales minúsculos,
empapando mis manos.
Todo parece muerto, negligido,
gabela de fatigas.




Ah pero el verde tierno, pero el trigo que nace…
la hierba que   incorpora bajo nieves
los delicados tallos… pero la savia nueva, semilla desvelada…
pero las amapolas de mayo, su encarnado
recuerdo… pero… pero…
Señales:
algo crece y aguarda, pese a todo.


Caminos que ajetreo; vago surcando escarchas;
la huella de mis pasos en el fango:
indicios.
La charca es un azogue glacial donde cigüeñas atestiguan
sus vuelos.
(Ya no emigran a sures más templados;
permanecen, resisten ancladas en sus nidos
como el alma resiste, savia lenta.)
La charca es un azogue donde mi alma se mira:
edades y vaciadas nostalgias y apetitos y fastidio en las venas.




Granos, grumos el tiempo de la cigüeña, el trigo, la semilla, la savia.
Terrones:
la suave despaciosa tierra negra, helada, rezumante;
los aprieto; mis dedos
desmenuzan su mórbida textura.
Palpo el surco, la piedra, los solitarios troncos desnudados:
su cálida aspereza me recuerda
la lengua de mi perra. Manipulo, acaricio, señalo: dejo marcas,
testigos, testimonios de mi estar en el mundo.




 
Ventanas.
Blanca, la luz de ahora, perlada por la bruma;
ya no se dora el aire con destellos de polvo encabritado.
Silencio de aguas hondas;
mansedumbre de brisas que juegan, en los juncos de la orilla,
con olvidos menudos y fútiles porfías.
Soledumbre.
Vibraciones sutiles: todo es, todo pulsa su latido de siglos,
decreciendo hacia cero.


Ya soy viejo, me digo. Pasó el tiempo de esperas
y preguntas.
Pero sé que me engaño. Porque sé que morir será preciso
si dejo de aguardar lo que no llega.
Todavía curioso, aunque ya sin premura, sin bullicio ni ruido.
Los deseos subsisten pero callan, prudentes.
Conmigo
llevo siempre lo mío. Y ya todo
se completa, gravamen de los años.
¿Qué arcano
aún desconocido aspiraría a cumplirse en esta luz de invierno

que con dedos artrósicos sondeo?
Tal vez solo el postrero.


Rojo, azul, amarillo... la cosa y su reflejo, en mi pupila existen
ya unidos.




Afuera pasan nubes.
Todo parece muerto, marchita tierra yerma.
¡Pero las amapolas…!
Palpitando en la hondura del surco, las semillas acechan con paciencia
su hora.


Eclosiona el ocaso en fuegos de artificio:
detonan bermellones y carmines, púrpura enajenado;
se desbocan añiles… Ah la hermosura actúa todavía:
se desanuda el alma y renace vibrando.
“¡Ah, detente minuto, eres tan bello!”

Detente,
sí, detente alegría, detente plenitud, belleza, vida…
mas no se puede demorar el agua; corre buscando cauces
sobre piedras oscuras.






Memorias.
Recuerdos de una noche de San Juan con rumores y luces a lo lejos,
nada más que imprecisa silueta la montaña;
canciones y fogatas en la playa; sobre el lago rielaba
la luna.
Abierta noche perfumada, inmensa…
Aunque no hubiese otro, ese momento
valdría eternidades de consuelo.
Reflejos
que mis pupilas guardan, azules como un sueño.




Silencio, soledades. Pronto vendrá la noche.
¿Qué importa?
¡La luz está conmigo todavía!
Solo se alza mi canto… ¡pero canta!
Nada más necesito.







Por mí pasan edades. Todo y uno. A mí mismo
la mano
tiendo.











Negrilla de Palencia, octubre 2010 – abril 2011 


Negrilla de Palencia, Agosto 2013


 

 


 


 

TIEMPO  TERCERO

CIUDADES



Vientos traen y llevan.
Inventarios de viento.



Arenal, madreselvas,
altos cielos… ¿Qué resta
del esplendor primero?
Cualquier disfrute es préstamo tan solo,
espuma entre los dedos.
(Distancias y penumbras en interior azogue,
soliloquio de espectros:
ausencias;
amarillo, ausencia es amarillo).
Pero también recuerdos:
manos que se tendieron,
resplandores de ocaso en la ventana,
sombreadas calles donde nos besamos riendo…
El juego de la vida, menos juego;
las esperas, inciertas… pero míos
los perdurables sueños en bandadas.



Después, una partida.
Vela en manos del viento jaranero;
saeta que se arroja, en la serena tarde demorada,
al estío que apura su hálito postrero.


Y fuimos extranjeros.






Lausana junto al lago: tornasoles
en apacibles aguas. Los montes azulados,
temblores
inversos en su espejo
mudable,
sin substancia: vaciados, espectrales,
apenas
imagen inconstante
tintando la soleada sobrefaz.
Detrás, inmaculadas siluetas de las cumbres
-desafío de vientos-
pendiendo de los cielos. Realidades,
reflejos.


Floresta desgajada de una hora serena;
senderos por mí hollados. Pájaros me rodeaban.
Sus trinos;
rumores del cercano aserradero;
murmullos
del hilo de agua oculto en la frescura.
Desde móviles ramas caían en el hueco de mis manos
lampos de luz. Penumbras y fulgores.
Y yo permanecía silencioso, atendiendo: a veces, por la noche,
percutía la lluvia sobre las tersas hojas
y era mía su música tranquila.



Alto el monte. ¡Tan limpio el aire y claro el día!
Funicular que trepa ronroneando;
valle abajo, sembrados.
Esquilas:
delirio de metales en lascivos verdores.
Yo, revivificado, bebiendo a grandes tragos
la vida.




Redobladas distancias; mar, de nuevo,
otra ciudad en una mediterránea orilla,
trocados escenarios:
rojo, azul, amarillo… luces en un proscenio.

Madurada la sangre, madurada
pupila, mano, vida,
no los sueños. Esperas, ilusiones:
indicio de carencias.





Castaños en un parque;
fuertes aires de octubre con nubes de tormenta.
Mano que se tendía
encuentra su modesta recompensa.
No obstante
fue apenas una tregua.


 


 

TIEMPO  SEGUNDO
 
EN  EL  MAR
 
 
 
Floraciones con pétalos salinos.
¿Llegadas de qué mares, qué distancias de arena, de fatigas
y olvido?
 

Aromas:
de retamas erguidas y amarillas, mar cadencioso, abierto,
y resina de pinos dilatados hacia añiles violentos.
Risueñas altas nubes,
soles acumulando sus pátinas de azufre.
Nosotros
cruzábamos las dunas maculadas por hierbajos pajizos
y hendíamos oleajes verdiazules
con cribados penachos burbujeantes que el viento despeinaba.
Gaviotas sobre el rítmico batir de las rompientes,
chillando.

 


Tornasoles, destellos en el cóncavo seno de las ondas.
Hundíamos las manos en su fresco
translúcido bullicio: espuma entre los dedos, crepitar inasible.


Atisbos:
pieles oliendo a sal, a bronce hirviente;  juegos, canciones, voces;
los cuerpos, ofuscados por su rudo apogeo,
dispuestos,
turbulentos,
urgidos.
Las jornadas tenían regustos de aventura,
color de lontananzas apacibles
y caracolas tersas.

 


Mediodías de estío, siempre azules
en la memoria oscura.
Perfumado recuerdo de siestas en la umbría.
Nuestras jóvenes vidas en acorde:
aguardos y deseos.
Redondos,
suaves días fluyendo con el aire marino.
Risas como cristales, como truenos. Estrépito de aves,
saeta de sus vuelos en un candente cielo.
Y abierto el mar, el aire, los aromas, abiertas
las ansias –servidumbre-

los cuerpos.
la vida,
-ventanas:
azul, rojo, amarillo-
impreciso misterio creciendo con nosotros,
abiertos
a aquello por venir, al riesgo y al acaso
y al amor, brusco fuego
amargo;
amor, cual una nube
nocturna,
hálito de alfileres y torrentera ciega,
gravamen
de sed que no se aplaca, sed que duele
al trepar por las venas.
En la espuma, crédula, nuestra mano
aguardaba otra mano, otra piel, otra vida que un día
se uniría a la nuestra.
(Amábamos amar; tal vez bastaba
la sola  dulce idea, la palabra, el sonido
del amor,
y era nuestra su azul incandescencia.)
Ah, esperanzas, quimeras:
el ansia, una ballesta.

 
Gaviotas
colgadas de la brisa, impacientes buscando
festines.


 
Suena, murmura, ruge el mar inmenso.
Esperas y deseos y aroma de retamas,
El agridulce juego de la vida.




RESCOLDO DE LOS DIAS

TIEMPO  PRIMERO

VIDRIERA








Cada día es espejo de otros días
pasados y futuros.

Reflejos
fugaces y penumbras.


Losanges de colores: azul, rojo, amarillo...
entre gruesas oblicuas líneas negras;
tintando
deslucidas baldosas,
tintando
la mano que tendíamos a su tenue substancia;
débil mano de niño
rasgueando la luz,
envuelta en espectrales gránulos danzarines
dorados
cual humo de topacios.
En vano
era el intento, en vano las manos extendidas hacia el oro, hacia el fuego.
Intocables. Apenas
destellos
sobre la piel, barnices coloridos. Azul, rojo, amarillo...
disfraces.


Nosotros
en silencio; fisgones, acechando
secretas predicciones, indicios, testimonios...
señales
de alguna incuestionable correspondencia mágica.
¿Favorable o adversa?   Inquietudes
como de hojas que caen en otoño,
o un agua que no puede estarse quieta y rueda, corre, brinca
traviesa
buscando cauces sobre musgo y piedras oscuras.
Y nuestra vida toda era un estruendo quieto.
Atentos. Esperando. ¿Qué prodigios?
Saeta preparada
al vértigo letal de la distancia,
al empellón del arco, al temblor del arquero;
vela que ansía el viento. Y el viento que no llega.



Ventanas.
Deliciosas y fútiles las horas,
y  afuera,  madreselvas; caricias de la brisa;
blanco aroma  de  flores;  sonrosados
vapores  marineros en apacible cielo.
Resoles.
El  tiempo todavía  era  un  amable  juego.


Pequeñas criaturas bulliciosas:
gorriones,
acróbatas tensando con su emplumado peso
un cable del tendido
eléctrico.
Chillidos.
Hurgadores  ojillos avistando
la vida  del  gusano.



Y nosotros
con qué expresión tan grave, en aquel mirador alucinante,
absortos
ante el cerrado enigma de las cosas
y, al tiempo,
completamente ciegos a su esencia.
A través de nosotros fluían universos a  modo
de  dispersas  sustancias  inadvertidas, densas de soledad  y  tiempo.
Pero no lo sabíamos.
Callados observando. ¿Para dilucidar cuáles arcanos,
qué incomprensibles signos, qué presagios?
Atentos,
espiando a las pardas figuras de las aves,
al gusano en su fuga
inútil
bajo jugosos mástiles de hierba,
a la nube alabeada que se extiende y afina somnolienta,
al sol de la mañana de joven primavera,
demandándoles… ¿qué?


Frívola, deleitosa suma de horas. Atmósfera ligera,
sol tibio.
Rojo, azul, amarillo: la hermosura del mundo…
vida entera sumida en la pupila
hecha interrogaciones,
aguardos y deseos.



Nunca trajo respuestas el aire jaranero.
Llegó lo no esperado, flecha ciega.

 

 


 

 




jueves, 2 de junio de 2016

Hace mucho tiempo, cuando decidí no continuar escribiendo poesía, estaba casi terminado un poema que ya no corregí y, por lo tanto, quedó fuera de este blog. Entonces esa supresión me pareció correcta, pero posteriormente comencé a pensar que este ciclo en blogger quedaba así incompleto, mutilado, y que era necesario enmendar el error, finalizando el poema y dándolo a conocer. Pero la ejecución se fue postergando también.
En vez de una corrección en frío, hubiese sido necesario reescribirlo, y no valía la pena, de modo que por fin simplemente se modificaron un par de versos y se dejó como estaba. Así se publica ahora, con todos sus errores, como cierre definitivo de esta experiencia.