domingo, 14 de octubre de 2012

APUNTES SOBRE "LOS AÑOS" DE VIRGINIA WOOLF

Para Luis, en recuerdo de un oportuno desbloqueo.

I -- TENSIONES

 Hagamos el esfuerzo de trasladarnos a Londres en una jornada primaveral de 1914, poco antes del inicio de la Gran Guerra. Pero no hablaremos de conflagraciones sino de los Pargiter, a los que conocimos hace pocas páginas.
El capitán Martin Pargiter pasea, de excelente humor. Se encuentra con su prima Sally y, como está "cansado de estar solo en compañía de sí mismo" (hay mucha gente sensible a esta curiosa fatiga) la invita a almorzar. Desea conversación, hacerla hablar, aunque al mismo tiempo teme que se ría de él, pues la chica es "especial". Sin embargo, luego cada uno va a lo suyo (suele ocurrir entre las gentes) de modo que el encuentro termina en un diálogo de sordos.

Uno más, porque lo cierto es que buena parte de las asociaciones humanas desembocan en similar descalabro. Alguien afectado por aquel cansancio de sí, ansiando contactar con otro ser (contacto que con frecuencia se reduce a hablar, hablar, hablar) va hacia él; mas eso solo no basta: en ocasiones se requiere una clave de acceso, un conjuro o contraseña. No conociéndola vacilamos, esperando que el otro resuelva el problema. Lamentablemente, la proximidad física puede actuar también en sentido inverso al esperado, patentizando la lejanía y otredad de aquel ser situado del otro lado del Yo. Y el iniciado acercamiento deviene zigzagueante, lerdo, desmañado. Stop. Ansiábamos fervientemente un buen resultado... pero las reticencias personales anulan el esfuerzo: la oportunidad naufraga. Es una pena pues quizá no se presente otra. Así, acciones y actitudes se tornan ambiguas, inestables; tal puede ser la causa de ese "quiero-y-no-quiero", los titubeos y recelos que muestran los personajes de esta novela, a los que con frecuencia les sucede que aunque no estén contra el otro, tampoco están con él. 

Unas páginas más adelante, Wolf redondeará esta idea en boca de otro personaje, Nicholas: "Vivir más naturalmente... mejor... ¿Cómo podemos? [...] El alma, el ser íntegramente considerado... desea su expansión [...] en tanto que ahora vivimos así, tensos, convertidos en un nudo pequeño y prieto. [...] Cada cual forma su propio pequeño compartimento." Esto les sucede a Martín y Sara en el restaurante y, esa noche, al capitán con otra de sus primas, Lady Lasswade, que ofrece una recepción en su casa.

Velada de clase alta inglesa a comienzos del XX: devaneo mundano, cháchara insubstancial aunque brillante, como fuegos de artificio. "Hablaban. Lo tenían todo dispuesto para añadir otra frase a la historia. ... suministraban frases con notable vivacidad." Una breve conversación entre los primos resulta un puro error: él se muestra irónico y ella piensa que se está burlando "como de costumbre". (Ese temor a la burla ¿será acaso una característica familiar? Lo veremos más adelante.) En determinado momento Lady Lasswade, sentada junto al capitán, le dice:
"- Más valdrá que hablemos."
Y la autora agrega, resumiendo brillantemente la situación en una sola frase:
"- Y, tras decir estas palabras, Kitty se calló."
Sí, somos básicamente animales parlantes. Suministradores de frases. Oleadas, aluviones entrecruzándose sin término; movedizas, efímeras construcciones de aire elevándose con la gracia refulgente de unas pompas de jabón... y la misma inútil belleza. Mas a pesar de semejante despilfarro, suele acontecer que escamoteemos lo esencial, lo único que hubiese sido conveniente, imperioso, vital decir. Pero volvamos al salón de Lady Lasswade.

Instantes después la dama percibe, una vez más y con razón, la crítica de su pariente. "Martín ignora la razón por la que siempre desea herir a Kitty; pero lo desea, no cabe la menor duda." Y ello aunque le cae simpática y le gusta verla; en ese momento querría verdaderamente hablar con ella; sin embargo, zigzags, absurdas, compulsivas acciones indeseadas. El inconsistente contacto se quiebra. Tal vez sería posible remediar el fallo... pero no, un pequeño incidente interrumpe la escena, separándolos.

La fiesta continúa; poco después Lady Lasswade vuelve con su primo.
"- Siéntate, Martin, y hablemos - dijo Kitty.
Martin se sentó, aunque tenía la impresión de que Kitty deseaba que se fuera."
Cierto, pues ella espera que la recepción acabe cuanto antes para marcharse al campo. (Una vez más, no contra pero tampoco con.) Las personas, en el mundo de Lady Lasswade y Martin (también frecuentemente en el nuestro) actúan por compromiso; no pueden estar donde quieren ni hacer lo que les apetece. Hay pautas, una enmarañada red de condicionantes externos rigiendo su comportamiento. Imperativos impuestos por la presión social del "debes" o "no debes": oscilación constante entre el impulso y su freno, entre deseo y obligación.

Finalmente el capitán se marcha sintiéndose echado, excluido y celoso porque los jóvenes se dirigen a otra fiesta a la que él no ha sido invitado. Entre tanto Kitty, que ha dominado su impaciencia para cumplir su detestado deber de anfitriona, consigue finalmente marcharse a la ansiada soledad de su casa de campo, en un final de capítulo que insinúa que, por lo menos de tanto en tanto, aquel cumplimiento conlleva como premio el aplacamiento de las tensiones.



II - TEMORES

 
Han pasado más de dos décadas. En una noche de verano -cuyo relato cierra el libro- el clan Pargiter al completo celebra una alegre reunión. Vaso de vino en mano, North conversa con sus tíos Edward y Eleanor. Esta comenta algo a propósito de Antígona, pero de improviso calla "como si temiera proseguir." "Es inútil, pensó North. No puede decir lo que quiere decir; tiene miedo. Todos tienen miedo; miedo a que se rían de ellos; miedo a delatarse." "Cada uno de nosotros teme a los demás, pensó. Pero ¿de qué tenemos miedo? De las críticas, de las risas."

Delatarse: "poner de manifiesto alguna cosa oculta y por lo común reprobable." "Hacer patente alguien su intención involuntariamente." (Acad.) Es decir: meter la pata. Eleanor teme pifiarla ante su erudito hermano, con un juicio desacertado acerca de la tragedia de Sófocles. El Yo vacila ante el Otro, en esa suerte de competición de inteligencia o cultura o fuerza o ingenio o belleza en que se transforman muchas veces nuestras relaciones personales. Delatarse es quedar descalificados, reconocernos vencidos, con enorme menoscabo de nuestra imagen pública. Es colocarse uno mismo como objeto de burla: el temor de Martin durante su encuentro con Sally, o de Kitty con él, aquel día de 1914. El temor de Eleanor ahora, bajo la atenta y lúcida mirada de North, que formula entonces su resumen/sentencia: "Esto es lo que nos separa: el miedo." Y brota entonces como un eco distante el dictamen de Nicholas: vivimos tensos, cada cual conformando su propio compartimento estanco. Separados, indecisos, buscando y temiendo el contacto o la pugna.

Archipiélagos, eso somos. Islas, a veces contiguas pero desunidas. No hay barcos, no hay puentes. Esperamos que alguien sepa construirlos. Alguien: otro. Cada uno en su propio mínimo territorio, observando a los demás. Necesitándolos, deseándolos. Observando con ansia y pánico, pues el otro es un territorio desconocido, y por eso temible. Cerrados microcosmos e indecibles separaciones entre ellos. Vagas señales van de uno en otro buscando un difícil entendimiento.



                                     III - INSEGURIDADES (La palabra)

 
Muchas páginas atrás, aquel día en que conocimos a Eleonor que, de visita en casa de su hermano Morris -padre de North- dudaba de la conveniencia de haberlo impulsado hacia la abogacía, ella acababa de regresar de España. Preguntada acerca de su viaje, no sabe qué responder. "Había visto cosas maravillosas: edificios, montañas y rojas ciudades en la llanura. Pero ¿cómo iba a describirlas?"
Ahora, en esta veraniega fiesta del clan, muy tarde en la noche, está tan inmersa en recuerdos de su vida que habla para sí misma en voz alta. Al darse cuenta de que la escuchan se interrumpe, víctima de la misma vergüenza/aprensión/inseguridad que horas antes a propósito de Antígona. "Por esto, Eleanor debía poner en orden sus pensamientos y luego debía buscar palabras. Pero no, pensó, no puedo encontrar palabras; a nadie puedo contarlo."

Búsqueda perenne de la palabra exacta, clara, indispensable, única. Ambiciosa, obsesiva, angustiosa búsqueda tantas veces fracasada. Porque ¿cómo describir aquello que nos colma por entero, nos rebasa? ¿Aquello que visceralmente rechazamos o amamos? (En cambio, qué fácil es hablar de lo que nos es indiferente.) ¿Cómo expresar lo inaudito o maravilloso o enorme o sublime o bello? ¿Cómo, la emoción que nos produce? ¿Cómo, aquello que no alcanzamos a definir o explicar?

Ah, los griegos lo consiguieron; Shakespeare lo hizo.

(Pero no estamos a esa altura. Acaso sea vano escribir libros, publicar poemas, decir, manifestarse cuando no estamos a esa altura. Por que apenas si arañamos la superficie; el núcleo duro, virgen de la palabra, se nos niega. Cuanto más perseguido, más distante; y sólo a veces, coquetamente, velado, se nos muestra, burlando.)

¿Vagas señales, yendo? No, ah, no: atisbos, sólo atisbos.

Y sin embargo debemos intentarlo: tender viaductos, pasarelas, nexos. Hallar la voz, el tono, la palabra nuestra. Si no ¿para qué todo? Es eso o el silencio.