martes, 16 de agosto de 2016

Hiroshima, 6 de agosto 1945


Una mañana de mayo de 1945 mi madre me cogió de la mano llevándome hasta un ventanal, desde el que veíamos un retazo de cielo soleado, partido por los entrecruzados dedos de una parra.  Allí, muy emocionada, me explicó que Alemania se había rendido y la guerra estaba concluida. Esa fue la primera vez que oí hablar de Guerras y me produjo una gran impresión, razón por la cual tengo siempre presente aquella escena. Sin embargo, el término solo había llegado para Europa. Faltaba otra parte.
El 6 de agosto amaneció caluroso en  Honshu, la isla principal de Japón. A primeras horas de la mañana, un avión B-29  llamado Enola Gay se aproximó a la costa oeste japonesa. Cargaba una bomba de 4 toneladas de peso que, por su forma fina y alargada era llamada “Little boy”.  Llegado a su objetivo, la ciudad de Hiroshima -350.000 habitantes- situada en  el delta del río Ota, lanzó su carga. Cuando estaba a unos 600 metros por encima del centro de la ciudad, la bomba estalló. Eran las 8,15.
La explosión del núcleo de uranio 235 liberó un poder destructor equivalente a 15 kilotones de dinamita. La mitad de esa energía formó la onda de choque, que se unió al efecto de los rayos caloríficos y la radiación. La bola de fuego alcanzó un diámetro de casi 300 metros y tuvo una temperatura de 300.000º centígrados en su interior. El  característico hongo se alzó 16 kilómetros.  En un radio de dos kilómetros alrededor del epicentro la destrucción fue absoluta, y decenas de miles de personas fueron prácticamente volatilizados. La mortal  “lluvia negra” radiactiva comenzó a caer media hora después.

La radiación nuclear inicial duró hasta finales de año, momento en que las víctimas mortales ascendían a 140.000. Los efectos posteriores se prolongaron durante una década.
 
 
 
La diferencia horaria entre Japón y Uruguay es de 12 horas. Mientras caía y caía Little Boy, en Montevideo eran las 20,15 hs. del día 5, plena noche y seguramente muy fría. Yo estaría cenando o terminando mis tareas escolares, ignorante del horror nuclear. Nadie en mi casa comentó lo sucedido en Hiroshima. Nadie, nunca. Hoy, ahora que soy viejo, aquel silencio me duele por injusto.