lunes, 27 de febrero de 2012

CIRCUNSTANCIAS EXTERNAS

   Declina el sol, invisible desde mi atalaya. Lo imagino vibrante, pesado de sueño tras el periplo diario, burbuja de rubí que apenas roza el horizonte de los campos resecos. Frente a mí, los cristales de la fachada de la Facultad espejean, se saturan con azufres bullentes y corales, abdicando de su transparencia. Hay un vislumbre de ramajes movedizos, zigzaguear de líneas en desorden, como gotas de tinta sopladas que divergen huyendo.
   De súbito, uno de aquellos grandes ventanales relumbra como fanal. Lo miro y se me llenan los ojos de bengalas chispeantes. El resplandor prestado lanza sus rayos sobre mi propia ventana, que eclosiona encendiéndose, y el polvo brilla en girantes cascadas de oro fino. Apenas un instante; luego todo se acalla adormecido en ecos de penumbra.
   El exacto semicírculo de la luna, espectral y sereno, trepa intensificándose por un firmamento desnudo que el último espasmo del día -tintorero sutil- colora con sonrojos y lamparones violáceos. La brisa es apenas recuerdos de movimiento del aire apático, y los geranios de mi balcón inician gestos mínimos que de inmediato olvidan.

   Se puebla el cielo de carbones, frío. Vagamente se asoman y desmayan la púrpura, el morado. Anochece. Velocidad de coches que se afanan gruñendo; brillo de faros como pupilas alarmadas, rescoldo de impacientes vértigos andadores. ¿Dónde van máquinas tantas? ¿Adónde, apresuradas? No hay aires que murmuren cortejando a los álamos del Tormes, ni celofán de brumas desprendido del agua... Sólo memoria turbia de los puentes, que absurdamente se contemplan reflejados, solos.
   Ya noche, cielo en luto. Aprisionada luna, presintiendo menguantes, araña con su filo pálidas nebulosas. Amarillos, despiertan los guiños del mercurio, salpicando la acera. Encrespadas en risas, voces desconocidas fabrican alegrías.

   Y el alma -eso tan tenue que llamamos el alma- ¿adónde va, sin prisas y sin ganas? ¿Con qué azabaches líquidos se impregna?  ¿De qué sueños se acuerda? ¿En qué vientos se esfuerza, águila fatigada?
   Nada más que memoria sombría, prisionera.

Salamanca, septiembre de 1989

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