domingo, 9 de noviembre de 2014

PROPAGANDA, LENGUAJE Y MANIPULACION - II


Módulo  II  -  Cómo  fue  posible  el  experimento Creel

 


Izquierda: cartel “Británico, tu país te necesita”,  Alfred Leete, 1914, modelo  del  “El Tío Sam te necesita” (I want you)  de EEUU en 1917. Derecha: versión soviética del cartel norteamericano, 1918.
 

El material referente a la descarada manipulación que describimos en el módulo anterior puede producir asombro. Cuesta concebir que el grueso de la ciudadanía diera crédito a semejantes infundios; y sobre todo, parece  inverosímil que tantos millones de adultos fueran llevados al grado de fanatismo e histeria que describen algunos textos.  Para  poder comprender relativamente estos hechos hemos de tener en cuenta, entre otros factores, la conformación y características socioculturales de aquella población  así como la de sus clases dominantes. También, determinadas ambigüedades del lenguaje: el distinto significado atribuido a las mismas palabras (por ejemplo “libertad” o “democracia”) en diferentes lugares y momentos.

 

No siendo posible  plantear, en el reducido ámbito de estas notas, un verdadero análisis sociológico de aquella situación, nos limitaremos a brindar, a modo de fragmentarias pinceladas temáticas, algunos puntos importantes a tener en cuenta en aras de la mencionada comprensión.
 

 La sociedad estadounidense en los años de la Gran Guerra

 

 

Durante esas dos primeras décadas del siglo XX, el enorme crisol multiétnico que era la sociedad estadounidense había continuado creciendo con sucesivos y constantes flujos de inmigración.  El cuadro siguiente da buena idea tanto de la magnitud como de la velocidad del crecimiento demográfico en EEUU.

POBLACIÓN  EN   EEUU  (Desde la colonización  a  fin  de  II  Guerra

 

1610 -               350  habitantes

1650 -          50.000

1700 -         250.000

1750 –     1.170.000

                               -------------------------Guerra de Independencia

1800 -      5.200.000

1850 -    23.000.000

--------------------------Guerra de Secesión.

1900 -    76.000.000

                                ---------------------------I  y  II Guerras Mundiales.

1950 -  151.000.000

-----------------------------------------------------------------------------------------------
 

Entre 1870 y 1914 llegaron al país quince millones de europeos desarraigados (más de un millón doscientos mil sólo en ese último año, como consecuencia del inicio de la contienda). Podemos suponer las consecuencias que ello apareja, en especial la rápida configuración de vastos estratos sociales de escasos recursos y, en gran parte,  con graves carencias culturales y educativas. La historiadora Joyce Oldman Appleby afirma, (La Verdad sobre la Historia, Appleby, Hunt y Jacob, 1994) que las diferencias religiosas, de costumbres, idioma e incluso aspecto físico constatables entre los nuevos pobladores, “activaron inesperadas resistencias” en la base autóctona blanca y anglosajona. Sin saberlo, los primitivos colonos británicos “habían definido como universales, valores que en realidad provenían de su educación protestante” y que chocaron con otras creencias.  “Se tornó imposible mantener el concepto de un pueblo indiferenciado, que tan crucial era para la conciencia que de sí mismos tenían los norteamericanos.” Desconfianza, prejuicios sobre los que prende rápidamente el sentimiento anti alemán del momento (o, más adelante, anti soviético, japonés, vietnamita, musulmán o afroamericano).

La enorme población de raza negra, manumitida tras la guerra civil pero empujada inmediatamente al apartheid, se encuentra en una situación similar. Como especifica Carlos Arauz (ibid): “Que la primera gran película de la historia del cine, ‘El nacimiento de una nación’ (1915) de D. W. Griffith –indudable obra maestra pero también verdadera apología del Ku Klux Klan, - fuera explícitamente racista, revelaba el grado de cristalización que el racismo blanco tenía en el país, y no sólo entre la élite sureña sino también y sobre todo entre los agricultores de los estados del Oeste medio y entre los trabajadores inmigrantes y autóctonos del Norte.” Racismo que fuerza a esa parte de la base popular a una diáspora incesante, que solamente mejorará su situación de forma incompleta y circunstancial.

Se llama Gran Migración Negra (Great Migration African American) al éxodo de casi dos millones de afrodescendientes  producido de 1910 a 1930.  Escapaban de la marginación y falta de derechos en los Estados sureños, buscando trabajo en las grandes zonas industriales del medio, noroeste y oeste del país.  El momento de mayor empuje migrante -cerca de medio millón de personas- se produjo  precisamente durante el bienio 1916-18, ante las demandas de mano de obra ocasionadas por la guerra.  Dato ilustrativo: la población negra en Detroit, conocido centro de la industria automotriz  esencial para el crecimiento de los sindicatos y base importante del PC de EEUU, que era de 6000 personas en 1910,  llega a 120.000 a comienzos de la Gran Depresión de 1929. Tales desplazamientos originarían las primeras comunidades  urbanas específicamente negras:  los guetos.

 Otro  punto  de vista:  ambigüedad  de los conceptos

Debemos ahora examinar el problema de lenguaje al que hicimos referencia al comienzo: el significado asignado al término “democracia” en la sociedad USA,  es muy diferente del que tiene para nosotros.  En nuestro caso se trata de un sistema de derechos y obligaciones en el que los ciudadanos han de tener  oportunidad de formarse/informarse y participar en la discusión y elaboración de programas político-sociales, a través de su propia acción. (Aunque en la práctica esto deviene, cada vez más,  letra muerta.)  En EEUU, afirma Chomsky en “Ilusiones necesarias”, no es así: “la democracia se concibe desde un punto de vista más estrecho: el ciudadano es un consumidor, un observador, pero no un partícipe.” La gente tiene la posibilidad de ratificar o no las políticas que una élite dispone para ella, votando cuando es convocada. “Pero si se sobrepasan estos límites no tenemos democracia, sino una crisis de democracia” es decir un incómodo traspié  que es necesario solventar. Toda la política exterior USA estaría destinada a mundializar este concepto limitado.

La diferencia es radical. Queda claro que ese consumidor-observador es más súbdito que ciudadano, individuo dócil del que se espera que no incordie demasiado. Tal concepción de las relaciones entre sociedad e instituciones -dice Chomsky citando a su vez a Appleby (ibid)- proviene directamente de las doctrinas establecidas por los Padres Fundadores en el inicio de la república. Estos tenían confianza en que “las nuevas instituciones políticas americanas continuarían funcionando dentro de las antiguas asunciones en cuanto a una élite políticamente activa y un electorado deferente y sumiso.” Así, George Washington, hijo de un próspero hacendado poseedor de esclavos, esperaba que su prestigio bastaría para convencer a los ciudadanos “con sentido común”, de la inconveniencia y peligro de salirse de las formas establecidas.
 

A  modo de paréntesis histórico:  las “antiguas asunciones”

L
Los actuales EEUU fueron creados por oleadas de inmigrantes británicos que fundaron sobre el Atlántico las llamadas Trece Colonias, entre los territorios franceses de Quebec y Louisiana. La primera se instaló en 1607  en Virginia.



Los colonos llevaban consigo no sólo el idioma y una fe concreta, sino también  tradiciones y hasta normas legales. Por ejemplo, referente a derechos de los trabajadores, la  ilegitimidad de cualquier organización sindical.  O el hecho de que el voto para elegir  las asambleas ciudadanas –que debían gobernar conjuntamente con los gobernadores coloniales- estaba reservado a terratenientes varones blancos.

Aquellos inmigrantes prosperaron con rapidez, de suerte que la mayoría llegó a tener tierras suficientes para obtener su derecho a votar. Pero aunque las riquezas naturales del territorio eran enormes, continuaban siendo finitas, y por tanto también lo era la posibilidad de enriquecerse con su apropiación. Viendo los datos –la población se multiplicó por 5 de 1650 a 1700 y por 23 entre 1650 y 1750- es lógico suponer que tal flujo poblacional introduciría una marcada desigualdad económico-social, creciendo exponencialmente el número de colonos sin otra pertenencia que su fuerza de trabajo.

 No es difícil conjeturar a cuál de estos grupos pertenecieron los “Padres Fundadores”, ni sus ideas. Aunque la lucha por la independencia fue conducida por prohombres  liberales pertenecientes a la aristocracia del dinero, pelearon en ella agricultores, artesanos, obreros y hasta esclavos, en nombre de la  libertad y la igualdad. Esa base social pretendía estar luego representada en las instituciones por personas de su misma clase. No lo  consiguió. Los prohombres -banqueros, terratenientes,  grandes propietarios- conquistaron rápidamente  las posiciones de gobierno y recrearon, en las nuevas condiciones republicanas, la sociedad rígida y  fuertemente clasista de sus ancestros monárquicos, reduciendo la democracia a “interacciones entre grupos de inversores  que compiten por el control del Estado” (Chomsky, ibid).   Algo cambió, para que todo continuase como estaba, Lampedusa dixit. Y esa dominación fue aceptada implícitamente por la sociedad, con la notable excepción de la  Revuelta de  Shays. (1)    

Una muestra elocuente del modo en que la burguesía acomodada, tras haber liderado la contienda independentista, logró adueñarse del Estado naciente, es el despacho -citado por Chomsky- entre  Gouverneur Morris –uno de los “Padres”-  y John Jay -que será el  primer presidente del Tribunal Supremo- en 1783. Aludiendo al descontento popular y a su personal despreocupación ante el mismo, asegura que “El Pueblo” está preparado para que la élite que él representa asuma el poder. “Cansados de la Guerra, se puede contar con su Conformidad con Certeza absoluta, y usted y yo sabemos por Experiencia, mi amigo, que cuando unos pocos Hombres de sentido y espíritu se reúnen y declaran ser la Autoridad, los pocos que tienen una opinión diferente pueden ser fácilmente convencidos de su Error por medio de ese poderoso Razonamiento: la Soga.” La índole de la “democracia” establecida por estos “Padres” queda así suficientemente aclarada.                                                                                                                                                                                                                                                        

Un poderoso Razonamiento de probada eficacia

 

Resumiendo: estamos hablando de una población con enormes desigualdades socioeconómicas, que en el transcurso del siglo XIX ha pasado de algo más de 5 a 76 millones de habitantes. Y esto en base a una inmigración que en su mayoría es de escasos recursos, muy variada étnica y culturalmente, que es la que suele tener dificultades de integración. Por otra parte tenemos un núcleo autóctono de origen anglosajón, aparentemente xenófobo y racista, adaptado a  modalidades políticas autoritarias que favorecen  la  pasividad  (ciudadanía convertida en  mero electorado) y el acatamiento a férreas  normas heredadas.

 

En  los  inicios del  siglo XX

Tras la conquista del oeste y la guerra civil, ya extendido de un océano al otro,  el país emerge velozmente como fenomenal potencia económica mundial, quizás la mayor. El período 1880-1920 es de formidable crecimiento industrial (etapa de formación de trusts);  entre 1900 y 1913 las exportaciones a Europa aumentaron casi un 50%. No obstante, las desigualdades antes mencionadas, que según algunos autores habían ensombrecido el último cuarto del XIX, se han agudizado, haciendo evidentes algunos problemas de complicada solución. Gran parte de los trabajadores industriales vive en la pobreza, de la que sufren especialmente mujeres, niños, ancianos y personas en paro.  Las ciudades,  cuya veloz extensión  ha producido conjuntos caóticos con vastas aglomeraciones de gente en sórdidos barrios bajos, están mal administradas, y la corrupción política, institucional y hasta policial, comienza a propagarse también. Llegará a hacerse endémica, como mostrará posteriormente el cine de gangsters. Los jefes políticos más poderosos –bosses- que pugnan por controlar las maquinarias político-económicas manipulando elecciones merced a enchufismos, patronazgos y sobornos, prosperarán durante la Ley Seca promovida por las mentalidades   puritanas.

 
 
 





 
Ciertamente, la “era progresista”  de Theodore Roosevelt (1901-09) y  el propio Woodrow Wilson (1913-20), aunque sin poner fin, ni mucho menos, a los conflictos y contradicciones inherentes a la forma de gestación del país, aporta un clima social favorable a la adopción institucional de medidas en defensa y protección de los derechos civiles. Colateralmente, su mayor resultado para el tema que nos ocupa, fue reconvertir la Presidencia “en lo que desde Lincoln no era: la institución rectora del país al servicio de los intereses generales de la nación (Carlos Arauz: “El progresismo: de Roosevelt a Wilson 1870-1914”) Se recupera así, agrega este autor, una clave del sistema estadounidense, aunque totalmente ilusoria: “la idea de que la Presidencia, abierta a cualquier individuo por ser elegida por el pueblo, era la encarnación de la voluntad general.” Clave que tendrá una influencia directa en la manipulación que estamos considerando.
Paralelamente, desde la guerra contra España por Cuba (1898) –exculpada argumentando que preparaban la democracia en las naciones poco desarrolladas- se está expandiendo otro elemento singular que reclamará un papel cada vez mayor: cierto sentimiento mesiánico de la existencia de EEUU. Su poderío tendría la “misión” de llevar a todas partes los “beneficios de la civilización occidental” (2), supuesto “deber” que mencionaba con frecuencia Bush hijo. En realidad, el ya conocido papel de gendarme internacional, justificado porque “somos los campeones”: una nueva “conciencia de sí mismos” al decir de Joyce Oldman.
 
El  revés de  la  trama:   élite  intelectual  y  “Relaciones Públicas”
Contrapuesta a la compleja base cultural-económico-social que de modo tan esquemático hemos mostrado, existía una clase media o media-alta y, especialmente, unos sectores de  alto nivel educativo con formas de vida, aspiraciones y conceptos completamente distintos: la “comunidad intelectual liberal” (Noam Chomsky, ibid). De este grupo saldrían varios de los hombres fundamentales de la Comisión Creel, entre ellos Edward Bernays, cuyo libro “Propaganda” citamos en el módulo anterior.
Judío de origen austríaco, hábil promotor y agente de prensa que logra hacer olvidar tan “sospechosa” ascendencia, Bernays se incorpora en 1918 al Gabinete de Prensa del CPI en el que tendrá un rol significativo. Tras la guerra, instala su primer despacho como “consejero de Relaciones Públicas” dando así origen a este turbio negocio. La cumbre de su fama e influencia llega precisamente por su éxito total en “moldear nuestros gustos”, con una campaña masiva patrocinada por la industria del tabaco para conseguir que las mujeres fumen. En 1923 publica “Cristalizando la opinión”, primer texto teórico relativo a la presión sobre la opinión pública a través de los medios de comunicación de masas. “Señalé –dice- la función social de las relaciones públicas en combatir el pensamiento estereotipado que impulsa al público a oponerse a los nuevos puntos de vista, y destaqué el deber ético del consultor en relaciones públicas.”
Para él esta labor de moldear, disciplinar la opinión pública,  no está en absoluto reñida con la moral ni debe ser considerada como negativa si quienes la realizan cumplen con el mencionado “deber ético”, que consiste en hacer ese trabajo “honestamente, guiados por el bien común.” ¿Ética? En todo caso, una quizás sincera ingenuidad que, según algunos autores, aún era posible en aquella sociedad anterior a la Gran Depresión.
“Se ha visto que es posible moldear la mente de las masas de tal suerte que dirijan su poder recién conquistado en la dirección deseada. Esta práctica resulta inevitable en la estructura actual de la sociedad.” (El subrayado es mío) La inevitabilidad radica, según él, en que  el “hombre llano” carece de pensamientos propios y se guía únicamente por clichés mentales, “sellos de goma tintados con eslóganes publicitarios” y también “con las banalidades de las gacetillas y tópicos usuales.” La mente del pueblo, nos dice “se compone de prejuicios heredados y símbolos, lugares comunes y latiguillos que los líderes de opinión suministran a la gente.” Parece evidente que al hablar de “pueblo” está pensando en aquellas clases populares de las que hablamos antes, cuya tosquedad cultural brota como un olor de su pobreza. Del mismo modo resultan perceptibles aquí las “resistencias” mencionadas por Joyce Oldman  Appleby, toda la densa carga de aprensión, desprecio y rechazo.
Más duras aún, y probablemente con mayor influencia en aquellos momentos, son las expresiones de Walter Lippman, periodista, crítico de medios y filósofo, que también pertenecía a la comunidad intelectual judía acomodada.  Sus tesis, condensadas en “Opinión pública” (1922), son una muestra clara de las posiciones ideológico-políticas de estos prestigiosos “líderes de opinión” que tanto ascendiente tuvieron en la etapa de la Comisión. Lippman llegó a ser consejero del presidente Wilson durante la Guerra y tuvo total acceso a los ámbitos de decisión de la política USA.  Sostenía  que los ideales democráticos se habían deteriorado, pues el electorado ignoraba por completo todo lo referente a política y temas de debate público, no siendo por tanto    competente  para participar en ello.
Pensar a través de estereotipos -afirma acuñando el término específicamente con su sentido más negativo de esquema mental preconcebido, simplificado hasta reducirlo a un molde-  lleva  al público a verdades parciales y a tomar decisiones antes de extraer ninguna conclusión. Ve entonces a las masas como un “gran rebaño desconcertado” que se debate en un desorden de opiniones atolondradas sobre pequeños y fútiles asuntos locales, sin preocuparse por el interés común, del que nada comprenden.  Esto le parece uno de los mayores retos de la realidad moderna, que debe ser enfrentado por una verdadera clase gobernante, compuesta por personalidades especializadas en  asuntos económicos y políticos,  con intereses más generales.
Esa clase a la que llamaba “las élites,” podría quizás solventar “el principal problema de la democracia”: la imposibilidad de alcanzar el ideal de un ciudadano competente en los asuntos públicos. El resto de la población debía conformarse con elegir –por supuesto entre los miembros de tales élites- a los hombres más responsables y capacitados para dirigir la nación.  Todo esto requería “una revolución en la práctica de la democracia”, es decir la manipulación directa de las opiniones que él denominó “fabricación del consentimiento” (consent, traducido también como “consenso”), algo sin lo cual consideraba que no es posible gobernar.  “El público debe ser puesto en su lugar,  para que los hombres responsables puedan vivir sin miedo de ser pisoteados por el rebaño de bestias salvajes.”
Imposible analizar aquí con más detenimiento estas y otras similares opiniones (3) provenientes de esta élite o “comunidad intelectual liberal” de la que Lippman es prototipo. Estas citas bastan por sí solas para explicar su decidida entrega a la tarea de la Comisión. Ante una situación tan complicada como una guerra, y siendo necesario justificarla ante un pueblo que se desprecia,  visto además como “rebaño de bestias salvajes”, estos hombres responsables fueron  consecuentes con sus ideas, desembocando de modo natural en la inmensa trampa de una superchería colectiva. Y aquella ciudadanía, en muchos casos pobre e inculta, en otros ingenua, crédula y siempre pasiva, aceptó el artificio con similar naturalidad porque estaba educada para ser sumisa, y  porque provenía del gobierno que ellos mismos  habían elegido,  en el que confiaban plenamente.

 

Es posible que el desmantelamiento total de la Comisión en 1919,  hubiese significado también el final del engaño y la vuelta a cierta normalidad de la vida nacional. Pero en 1917 había acaecido otro trascendental acontecimiento capaz de trastocar  todos  los esquemas en el  “mundo occidental y cristiano”:  la revolución rusa. De eso tratará el siguiente módulo.
NOTAS
 
(1) Daniel Shays (1747-1825), capitán en la Guerra de Independencia con notable hoja de servicios, actuó después en gobiernos locales de Massachussets. Desilusionado por la mala calidad de vida de la población, y para evitar la condena de unos pequeños agricultores endeudados, lideró la rebelión de 800 granjeros entre 1786 y 87. Vencido, huyó, siendo más tarde amnistiado.  Sostenía que se amotinó llevado por los mismos principios por los que había luchado en aquella Guerra. Esta revuelta es considerada un buen ejemplo de las contradicciones y lucha de clases en la misma base inicial de la sociedad USA.  
Afirma el historiador Edward  Countryman en su “La Revolución Americana” (citado por Chomsky): “La última boqueada del espíritu original de la Revolución, con toda su fe en la comunidad y la cooperación, la dieron los agricultores de Massachussets”  y su fracaso les enseñó que “las vías antiguas ya no funcionaban. Se vieron obligados a arrastrarse pidiendo perdón ante unos gobernantes que declaraban ser los servidores del pueblo.” Y agrega Chomsky: “Así ha seguido siendo.”  Nada demasiado original, como puede apreciarse.
(2) Dicho sentimiento aparece en USA casi desde sus comienzos. Ya en 1837 el  presidente Andrew Jackson había afirmado: “La Providencia ha escogido al pueblo norteamericano como guardián de la libertad, para que la preserve en beneficio del genero humano.” Basándose en tal designio emanado del propio Dios (desde 1935 el “Ojo de la Providencia” vigila desde el reverso de los billetes de un dólar) Theodore Roosevelt reafirmará en 1904 la Doctrina Monroe con el corolario que lleva su nombre, estableciendo abiertamente el derecho a intervenir militarmente en los países americanos. Este  concepto de “política del gran garrote” será el “derecho” que regirá en Latinoamérica durante el período de las “repúblicas bananeras.”
Un episodio de esa época muestra inequívocamente la política de injerencia USA:  Roosevelt deseaba construir en Centroamérica un canal que uniese los océanos y propuso al gobierno colombiano comprarle la franja de tierra necesaria. Colombia rechazó la oferta. Entonces, curiosamente, estalla una sublevación justo en el área más apropiada para el canal. Roosevelt  apoya de inmediato tal revuelta –que triunfa- y con igual rapidez reconoce la independencia del nuevo Estado resultante: Panamá. Poco después, el gobierno panameño recién instaurado vende a EEUU la zona para el canal.
(3) En 1927 Harold Laswell publica “Técnicas de propaganda en la Guerra Mundial” donde sostiene, en consonancia con los anteriores, “la ignorancia y superstición de las masas”; por lo tanto y en aras del bien común, se debe proporcionar a las élites, “dirigentes naturales”, todos los medios precisos para imponer sus ideas. La confianza en las instituciones así conseguida, proporcionará el equilibrio de la sociedad. Por su parte, Reinhold Niebuhr (1892-1971) dirá que “el proletario” no profesa la razón sino la fe, y requiere un elemento vital de “ilusión necesaria.”  Insta a admitir  “la estupidez del hombre medio” y a proporcionarle las “simplificaciones excesivas con poder emocional” que lo mantengan en la buena senda hacia una sociedad mejor.
Mario España Corrado – 2013 - 14
 
 
 




 

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