martes, 12 de abril de 2011

GUARDERIA

Cerca de mi casa hay una guardería infantil  ante la que paso con frecuencia. Cristaleras con feas cortinas de colorines, detrás de las cuales se adivina, más que oir, la barahúnda de los críos.
No sé si  fue con la imaginación o con ojos inusualmente curiosos, ávidos de mundo ajeno, que un día vi a varios de los infantes jugando, bajo la cansina y aburrida mirada de una mujer indefinible, a componer palabras con grandes y llamativas letras de plástico. Advertí -de una manera casi no vista- cómo construían mamá, casa y ojo. Y de inmediato los olvidé, absorta mi atención en el juego en sí.
Me imaginé niño, hombre, vejestorio -un futuro muy próximo que tal vez ya aconteció- intentando dar forma, con sueltas letras multicolores, a las tres o cuatro frases que -así lo espero- señalarán mi identidad, mi testimonio en el libro sin hojas de la vida. Faltándome aquí vocal, allá consonante; deshilvanando un verbo sin presente, apenas pretérito imperfecto; olvidando luego el sujeto para un predicado imposible... Inasible gramática. ¡Siempre me  faltan  letras!
Analfabetos críos en un abandonado parvulario, escribiendo con humo las palabras sin orden ni ritmo ni traducción posible, de un idioma desconocido con resonancias ásperas vaciadas. Lengua de desdibujados jeroglíficos; signos inertes, comunicación improbable a través de un lenguaje que incesantemente se disipa.

                                                                                                                                                         1990

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