martes, 19 de abril de 2011

TURBIEDADES

Gris, oscura mañana. El otoño es apenas turbiedades, vibración, aleteo fugaz de opacidades, en la atmósfera quieta, aún ensimismada en remembranzas de los enormes soles del verano. El cielo adormecido -ajado velo de cenizas frías- regatea esplendores, pincelado con lampos de pizarra. Las nubes renunciantes -filamentos, almas de nubes muertas- abandonan, y un viento perezoso, descuidado, dibuja con sus ruinas, delicadas, precarias estructuras vacías.
(Ah, mas detrás, detrás, presentidas apenas, otras, pujantes, torvas, ruedan oscuramente.)
Pese a ser tan temprana, hay en la hora pesantez de eclipses, resonancia de tarde que agoniza callada, anticipo impasible de un anonadamiento de las cosas, promesa de tiniebla sin fronteras, que en secreto se infiltra, rezumando, en el íntimo último esplendor de las rosas.
Veloz el aire, ahora. Nube negra. Horizonte sonoro con redoble de lóbregos tambores. Perfume de la tierra humedecida.
Día que se mutila sin fuerzas para ser. Naufragan porvenires tras el sol enfoscado.
(Alma como en la sombra, en neblinas, callada.)
Hoy es ya ayer, ocaso precoz y desperdicio, estéril languidez de los sentidos; ceguera, negligencia, del alma que se olvida de sus sueños. Todo vuelto hacia días pretéritos vaciados, a grises vastedades sin memoria. También la mano, vuelta, y la mirada, saludo y despedida:  pupila que no busca, no reconoce.
Tono menor, sonata asordinada, resbala del teclado plomizo de las nubes.

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