martes, 14 de febrero de 2012

DEL ESCRITOR Y LA ESCRITURA - Borges y el Tiempo (Primera parte)

Como en el caso anterior referido a los laberintos, este comentario no pretende ser un estudio crítico riguroso, completo, sino apenas una serie de anotaciones de acercamiento al tema visto desde mi punto de vista y sin entrar en consideraciones formales ni ahondar en otras de tipo filosófico o psicológico.

Analizaré primero lo que llamaré "tesis" o "ideas" borgeanas, expresadas en sus ensayos, para ver luego su reflejo en la poesía.




La preocupación de Borges por el tiempo -yo diría: el Tiempo- recorre la totalidad de su obra. En unas notas agregadas en 1969 a Fervor de Buenos Aires, libro de 1923, el autor dice en relación al poema El Truco: "[en esa obra] asoma por primera vez una idea que me ha inquietado siempre. Su declaración más cabal está en Sentirse en muerte (El idioma de los argentinos, 1928) y en Nueva refutación del tiempo (Otras inquisiciones, 1952)."


Omite decir que esa declaración está igualmente recogida en Historia de la Eternidad, de 1936. En el ensayo que da nombre a dicho libro, comienza diciendo: "el Tiempo es un problema para nosotros, un tembloroso y exigente problema, acaso el más vital de la metafísica", para afirmar luego: "Ninguna de las varias eternidades que planearon los hombres ./. es una agregación mecánica del pasado, del presente y del porvenir. Es una cosa más sencilla y más mágica: es la simultaneidad de esos tiempos."


Tras repasar esos varios conceptos de eternidad -en los que no podemos detenernos- Borges cierra el ensayo con su "teoría personal" es decir la transcripción literal del antes mencionado Sentirse en Muerte. Su colocación como colofón de esta Historia, y el hecho de haberlo publicado tres veces (1928, 1936 y 1952) da idea de la importancia que el autor concede a este breve texto, pese a calificarlo de "fruslería evanescente."


Se trata, nos dice, de una escena y su palabra: "...palabra ya antedicha por mí, pero no vivida hasta entonces con entera dedicación de mi yo." Y narra cómo, durante un paseo nocturno, se detuvo en una esquina de suburbio, un arrabal tan típico que parece intemporal, permanente, y cómo su contemplación le provocó la sensación de hallarse allí en algún momento del siglo XIX. Concluyendo que esa escena -paredes, noche, calle de tierra- "no es meramente idéntica a la que hubo en esa esquina hace tantos años; es, sin parecidos ni repeticiones, la misma. El tiempo, si podemos intuir esa identidad, es una delusión."


Volverá sobre la misma idea dieciséis años después, en Nueva refutación del tiempo, definiéndola como "el débil artificio de un argentino extraviado en la metafísica." En este ensayo propondrá: "...podemos postular, en la mente de un individuo (o de dos ./. en quienes se opera el mismo proceso) dos momentos iguales." Y se pregunta: "Esos idénticos momentos ¿no son el mismo? ¿No basta un solo término repetido para desbaratar y confundir la serie del tiempo?" Esta reflexión se halla en sintonía con la simultaneidad antes planteada.


Pero regresemos a aquellas notas de 1969 que hacían referencia a Sentirse en muerte, pues allí se autocorregía, agregando: "Su error, ya denunciado por Parménides y Zenón de Elea, es postular que el tiempo está hecho de instantes individuales, que es dable separar unos de otros." Así pues, simultaneidad unida a inseparabilidad.


La tesis expuesta en Nueva refutación... parte del idealismo de Berkeley y Hume (aunque reconociendo que ambos "abundan en párrafos que contradicen o excluyen mi tesis") para, tras considerar las ideas de ambos autores, decir: "La metafísica idealista declara que añadir [a nuestras percepciones] una sustancia material (el objeto) y una sustancia espiritual (el sujeto) es aventurado e inútil; yo afirmo que no menos ilógico es pensar que son términos de una serie." Niega la sucesión, esa "intolerable miseria" para, luego de transcribir por tercera vez Sentirse en muerte, extraer sus conclusiones: cada instante es autónomo y existente como tal, pero no su imaginario conjunto; el futuro no nos ocurre a nosotros, que "somos el minucioso presente" fuera del cual no existe el tiempo.


En El tiempo circular, breve ensayo -perteneciente también a Historia de la Eternidad- donde analiza la teoría del Eterno Retorno, estaba ya presente esta idea, aunque sólo a través de una cita de Marco Aurelio: "El presente es de todos; morir es perder el presente, que es un lapso brevísimo. Nadie pierde el pasado ni el porvenir, pues a nadie pueden quitarle lo que no tiene."


Volviendo a Nueva refutación... diremos que, como siempre en Borges, abundan las citas a múltiples autores. De Heráclito y su "No bajarás dos veces al mismo río"; Schopenhauer: pasado y porvenir "no existen más que para el concepto y por el encadenamiento de la conciencia"; Plutarco: "el hombre de ayer ha muerto en el de hoy, el de hoy muere en el de mañana." Y finaliza: "El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy ese río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges."


Aunque signifique desviarme del tema principal, no quiero cerrar esta primera parte sin mencionar otro asunto que el argentino trata en El tiempo circular: "la conjetura de que todas las experiencias del hombre son (de algún modo) análogas." Y cita nuevamente a Marco Aurelio, quien afirma tal analogía de los destinos individuales. Tiempo después, cuando escriba la Nueva refutación... tantas veces mencionada, rozará una vez más esta idea: "Las ruidosas catástrofes generales -incendios, guerras, epidemias- son un solo dolor, ilusoriamente multiplicado en muchos espejos." Para, al cabo, en la dedicatoria de la edición de sus obras completas, resumirla: "las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos."


Examinaremos a continuación cómo este conjunto de reflexiones, que podría haberse quedado tan sólo en eso: el hilo de pensamiento de un hombre culto que incursionaba en la filosofía -aquel "débil artificio" que él mismo sugirió- se hace poesía metafísica de gran nivel, en el corpus de una obra grandiosa.

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