viernes, 6 de abril de 2012

OTREDADES

     Asta, personaje de una novela de Barbara Vine, decide llevar un diario.  Esta danesa que vive en Londres aún no habla bien el inglés, por lo que se siente sola. Este hecho, nos dice, "es una de las peores cosas que he de soportar en este horrible país extranjero."  El cuaderno -asegura- aliviará un poco su soledad;  tendrá algo que hacer cuando sus  hijos estén  dormidos, "alguien con quien hablar" y podrá "contar historias."  Le gusta contarse a sí misma esas historias "tanto verdaderas como inventadas", para evadirse de una realidad evidentemente poco gratificante.
    
     Contarse historias. Especialmente, las inventadas. Fantasear. Es una tendencia de la especie.  De niños, los libros, el cine disparan nuestra imaginación, haciéndonos discurrir mil aventureras peripecias.  Más adelante vendrán las play station, juegos de rol, fantasías sexuales... ¿Y qué son las ilusiones, fervientemente sustentadas, sino fabulaciones a las que nuestro anhelo augura un happy-end que casi nunca llega?  Fantasías, castillos de naipes.  Nos fabricamos, con porciones de nuestra realidad-real o sin ellas, una realidad-otra más placentera, confeccionada a medida, como un traje.

     ¿Será acaso que el ser humano mantiene siempre latente, en su trasfondo, la tentación de la otredad?  Está en la naturaleza de las cosas que el crío que lee Salgari desee ser el Tigre de la Malasia.  (Salgari, sí; admito que soy antiguo.  De haber nacido sesenta años después, habría leído a Rowling y deseado ser Harry Potter.)  Es igualmente lógico que la persona que compra un billete de lotería divague -como la lechera del popular cuento- sobre la forma en que gastará el premio.  Casi todos aspiramos a tener una vida extraordinaria, ser alguien especialísimo a quien le suceden cosas especiales.  Es decir: deseamos, en algún momento, ser otra persona...  otro.  Aquello que somos y tenemos no nos satisface por completo.  Nos falta algo.  O nos sobra.
     Bruce Wayne es millonario, poderoso, guapo, etc. etc.... Pero arriesga su vida siendo Batman, un justiciero enmascarado que nada ganará con ello excepto golpes y fatigas.  Y el mismísimo Superman, paradigma del Héroe  ¿no ha deseado varias veces, a lo largo de su dilatada carrera de papel y tinta, ser un terrícola cualquiera, corriente y "normal"?

     La mente forjadora de mitos plasmó en ellos sus propias apetencias inconscientes, que las gentes para quienes ese mito se forjó comparten, sustentan y reiteran.  El ser mítico tiene siempre un elemento diferencial, un atributo que lo destaca.  Es el Otro por antonomasia.  Y en ese atributo reside su grandeza y su miseria, recompensa y castigo.  Porque aquello que nos distingue también nos señala, nos segrega, y puede  ser un riesgo en una sociedad que desconfía y abomina de los diferentes.

     Moraleja:  es preferible ser prudentes en nuestras aspiraciones, pues el Otro modélico, superlativo, que ambicionamos ser, podría resultarnos peor que un fiasco: un tiro por la culata.  A fin de cuentas, lo nuestro no está tan mal.
     ¿O sí?

1 comentario:

  1. No quiero dejar de soñar y fantesear , pero sin perder el norte . Un beso

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