jueves, 5 de abril de 2012

COSÌ

     Hagamos un breve viaje, mayor en el tiempo que en el espacio: a la Nápoles del siglo XVIII, patria de Luca Giordano, la canzone y la pizza.  Escenario: lujosa casa al borde de  una playa.  En la sala, una mesa engalanada con candelabros de plata, servida fastuosamente.  Dos encantadoras damas ferraresas, que se disponen a contraer matrimonio (falso) con dos (falsos) caballeros albaneses, alzan copas en un brindis que, dada la ocasión, podríamos suponer festivo.  Suena la música... pero nada hay de alegre o bullicioso en ese breve canon, sino una melancolía sin equívocos;  la grave, delicada tristeza del mejor Mozart, teñida de desencanto.

               E nel tuo, nel mio bicchiero
               Si sommerga ogni pensiero
               E non resti più memoria
               Del passato ai nostri cor.

     ¡Que no quede ninguna memoria del pasado!  Ida para siempre la nostalgia...  pero también el preciado recuerdo dichoso que la genera.  Desaparecidas las debilidades, errores, cobardías, claudicaciones, falsedades... la mala fe.  Olvido, además  -y principalmente, en este caso-  de la deslealtad hacia los seres amados, forma exterior de la traición a nosotros mismos. 

     Pero... ¡alto!  Ese ayer que se pretende anonadar, es no sólo nuestra única posesión verdadera, sino también el entero basamento de lo que somos hoy, y por tanto de lo que llegaremos a ser mañana.  Renunciar a él podrá evitarnos las torturas provenientes del infierno interior -único real, y sin duda crudelísimo- pero no significará "salvación", sino solamente la pérdida de nosotros mismos.
     ¿Entonces?  Entonces no queda otra vía que la que siempre tuvimos delante, vista, sabida, y sin embargo insistentemente rechazada: la aceptación.   Aprender a vivir con nuestras indecisiones y fallos, nuestras falsedades, remordimientos, culpas, miedos.  Como aquellas damas ferraresas habrían de vivir, si su singular historia tuviese continuación.  Las cosas son como deben ser; es preciso aceptarlas tal cual vienen, con toda su luz y su oscuridad.  En verdad ¿qué otra salvación podemos tener excepto la de ser nosotros mismos, constantes, fieles a nuestro núcleo profundo, a la esencia intocable del sistema que cada uno de nosotros es?

     Finis coronat opus.  La fábula de las dos hermanas de Ferrara culmina de modo agridulce.  Es un cuento, de modo que cada uno puede recrearlo a su manera y, si lo desea, modificar ese final.  En la vida sucede de otra manera: cada peripecia individual llega a término junto con el sujeto que la protagoniza.  Pero ese finiquito, imprevisto o anunciado, resultará inmodificable nada más producirse, y no será tarea nuestra registrar su crónica. 
     Pocos años después del engañoso brindis mencionado, Fígaro marcará una pauta deseable: "Per finirla lietamente e all'usanza teatrale..."  Focos, proscenio, bambalinas.  Antes de que caiga el telón, digamos nuestro monólogo de la mejor manera posible.  Es lamentable pero nadie nos proporciona el texto, ni dirige ensayos;  habrá que improvisar, evitando tartamudeos.  La escena es harto breve, de modo que no perdamos más tiempo:  actuemos.

        

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