martes, 10 de julio de 2012

DE PEDREGALES Y DESORDENES

Hace poco regresaba yo en tren a Salamanca desde Madrid. Aunque entusiasta admirador de paisajes, suelo acompañarme con un libro, “por las dudas”; en este caso “Memorias de Adriano”, de Yourcenar. Ciertamente el encanto de ese texto -la belleza del estilo pero asimismo el influjo de las ideas- me había atrapado por completo. “...el viejo Terpandro definió con tres palabras el ideal espartano, el perfecto modo de vida que Lacedemonia soñó sin alcanzarlo: Fuerza, Justicia, Musas. La fuerza constituía la base, el rigor sin el cual no hay belleza...” Ah, sí: los Ideales. Un sueño maravilloso, sin duda, aunque inalcanzable como son siempre los sueños. ¿Acaso puede un hombre inteligente y culto creer en ellos? ¿¿¿Justicia??? Una Fuerza que no sea autoritaria... Palabras, meros símbolos, como “rigor”, “perfección”...“orden”.

En aquel momento, dejadas atrás las almenas de Ávila, atravesábamos una extensión de pedregales: peñas enormes rodeadas por una cohorte de rocas menores, sucediéndose durante kilómetros mientras el tren las sorteaba despacio. He contemplado muchas veces ese panorama y, cada vez, me produce similar fascinación lo rudo, indomable de su hermosura. Belleza, sí. Fuerza también. Sin embargo... ¿rigor? ¿Orden... o caos? Desorden. Un hermosísimo desorden, tal es la impresión que siempre he tenido: la de algo casual, desestructurado. Pero... ¿es realmente así? Aquella tranquila mañana otoñal, en el ocioso interregno del somnoliento vagón, me permití someter a examen mis impresiones. ¿Desorden?

Epistemológicamente -leo en la enciclopedia- “se ha tendido a asociar al caos con la incapacidad del hombre de atender a todos los eventos de un espacio concreto y en un instante determinado, teniendo que asumir los conceptos de azar, aleatorio, incertidumbre... en oposición al orden o a una posible ratio o logos.” Muy complicado; a fin de cuentas sólo se trata de piedras y de un personal concepto de belleza. El científico francés Poincaré decía: “El azar no es más que la medida de la ignorancia del hombre.” Ignorancia, claro está: la que lleva a un individuo viajero a divagar sobre asuntos que lo superan de lejos, con el riesgo de precipitarse en especulaciones acerca de una rara variante española del Efecto Mariposa, ejercida por unas peñas. No, no, dejemos en paz la Teoría del Caos.

Caos... génesis: tal era el derrotero de mis ideas aquella mañana. El ser humano rechaza lo informe, necesita percibir en las cosas una suerte de estructura. Incluso en un pedregal. Eso que semeja desorden fortuito -me dije entonces- ¿no será en realidad una clase de organización peculiar, específica, irreconocible para mí, pero exacta? Un ordenamiento -tan preciso que sería expresable en ecuaciones- derivado del origen mismo del peñascal, de las fuerzas físicas allí actuantes, como... como una especie de karma pétreo. Más teorías, por supuesto (como siempre conmigo; a fin de cuentas, es perfectamente concebible que yo mismo sea sólo una hipótesis.)

Mientras mi mente desbocada realizaba su propio viaje, habíamos entrado en la provincia de Salamanca, y sólo se veían campos roturados. Otro tipo de panorama, de belleza: figuraciones geométricas sucediéndose, nada librado al azar. Al viejo Terpandro le hubiese gustado. Ya puestos a conjeturar -me dije poco después mientras descendía en Vialia- también es posible que el desarreglo -si lo hay- esté en nosotros, en mí, no en el pedregal. Un desbarajuste interno que me empujó, en aquel soleado viernes, a irme por los cerros de Úbeda -y los pedregales abulenses- en compañía de Fuerza y Belleza.

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