lunes, 4 de febrero de 2013

FOTOGRAMAS

     Hay en la vida momentos que parecen anteriores a cualquier existencia. O, más exactamente, por completo ajenos a ella, desvinculados, como si una inconmensurable nolición se hubiese posado -insecto letal de relucientes élitros negruzcos- sobre el endeble corazón de la noche. La hoz nacarada de la luna, zozobra, pez anestesiado, en el estanque vacío y sin orillas del firmamento.

     Lo familiar: voces, luces, atisbos de movimiento -trazas de todo lo que se agita y cambia- se retarda entonces, enronquecido por el vasto manto-mortaja que lo cubre apretadamente: funda de un relegado instrumento (orquesta de salón en interrumpido baile pueblerino), paño sobre la jaula para silenciar al pájaro. No-vida en cámara lenta; fotograma inmovilizado en la moviola del destino, sin un antes y un después que esclarezcan el gesto absurdamente petrificado; bala que se detiene antes del blanco, rebosante de impacto y velocidad, en un aire sin aire de lejanas arboledas cautivas. Nada sopla, y aquello predispuesto al sacudimiento lo olvida en un ensimismamiento de vértices curvados hacia el suelo.

     Así, el alma deviene paréntesis de sí misma, silencio con calderón en el que toda la orquesta se apaga y aguarda, atenta al no-dirigir de la batuta que flota en una amnesia de corcheas. Un núcleo profundo se ha desplomado y anida ahora en un indescifrable espacio sin salida. Del otro lado del espejo -allí donde la profundidad estalla en irisaciones planas- la imagen nos contempla, desigual por inversa, en una atmósfera que es solamente reflejo y velo, nada, humareda de cosas largamente quemadas.

     Esquizofrenia total de los sentidos.

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