miércoles, 30 de abril de 2014

PROPAGANDA Y MANIPULACION



Sub-módulo II  -  La “lección” del  experimento Creel





 Izquierda: cartel “Británico, tu país te necesita”, de Alfred Leete, 1914, modelo del “I want you” de EEUU en 1917. Derecha: versión soviética del cartel norteamericano, 1918.


 La sociedad americana en los años de la Gran Guerra

Cuando se lee el material referente a la descarada manipulación de la opinión pública, puede producir una primera reacción de sorpresa; no solamente porque la mayor parte de la ciudadanía no fue nunca consciente de la forma en que era manipulada,  sino porque cuesta creer que tantos millones de adultos hayan sido llevados al grado de fanatismo histérico que describen los textos. Para poder comprender relativamente este hecho histórico, hemos de tener en cuenta múltiples factores; entre ellos la conformación y


características de esa población y de sus clases dominantes. También, las ambigüedades del lenguaje: el distinto significado atribuido a las mismas palabras (por ejemplo “libertad” o “democracia”) en diferentes poblaciones y momentos.

Siendo imposible, en una somera reseña como esta, plantear un verdadero análisis sociológico de la situación que relatamos, nos limitaremos a brindar, a modo de fragmentarias pinceladas temáticas, algunos puntos importantes a tener en cuenta en aras de la mencionada comprensión.

Durante esas dos primeras décadas del siglo XX, el gran crisol multiétnico que es la sociedad estadounidense continúa creciendo con sucesivos flujos de inmigración.  Entre 1870 y 1914 llegaron al país quince millones de europeos desarraigados (más de 1.200.000 sólo en ese último año) con todas las consecuencias que ello apareja, incluyendo la rápida configuración de estratos sociales de escasos ingresos, con grandes carencias culturales y educativas. La historiadora Joyce Oldman Appleby afirma, (La Verdad sobre la Historia, Appleby, Hunt y Jacob, 1994) que las diferencias religiosas, de hábitos y conductas e incluso de aspecto físico,  constatables

POBLACIÓN  EN   EEUU  (Desde la colonización  a  fin  de  II  Guerra

1610 -               350  habitantes
1650 -          50.000
1700 -         250.000
1750 –     1.170.000
                               -------------------------Guerra de Independencia
1800 -      5.200.000
1850 -    23.000.000
--------------------------Guerra de Secesión.
1900 -    76.000.000
                               ---------------------------I  y  II Guerras Mundiales.
1950 -  151.000.000
-----------------------------------------------------------------------------------------------
entre los nuevos pobladores, “activaron inesperadas resistencias” en la base autóctona blanca, británica y protestante. “Se tornó imposible mantener el concepto de un pueblo indiferenciado, que tan crucial era para la conciencia que de sí mismos tenían los norteamericanos.” Desconfianza y prejuicios sobre los que prende rápidamente el sentimiento anti alemán del momento (más adelante anti soviético,  japonés, vietnamita o iraní).


Por su parte la enorme población negra, manumitida tras la guerra civil pero empujada inmediatamente al apartheid, (1) se encuentra en una situación muy similar, viéndose forzada a una diáspora que solamente mejorará su situación de forma incompleta y circunstancial. (2) Es igualmente necesario tener en cuenta aquí el otro problema planteado: la diferencia de significado que el término “democracia” tiene para aquella sociedad de base blanca anglosajona, en relación con el que nosotros le damos. Para nosotros, se trata de un sistema de derechos y obligaciones en el que 
 los ciudadanos han de tener la oportunidad de formarse/informarse y participar en la discusión y elaboración de políticas y programas, a través de su propia acción. (Y dejo de lado –por ahora- el hecho indiscutible de que esto deviene cada vez más, en la práctica,  letra muerta sobre papel mojado.) 

Fotos: trabajo infantil en EEUU en 1910


 En EEUU, según dice Chomsky en “Ilusiones necesarias”: “la democracia se concibe desde un punto de vista más estrecho: el ciudadano es un consumidor, un observador, pero no un partícipe.” La gente tiene la oportunidad de ratificar las políticas que una élite prepara y dispone para ella, “pero si se sobrepasan estos límites no tenemos democracia, sino una crisis de democracia” que es necesario solventar de un modo u otro.

Queda muy claro que ese consumidor-observador es más súbdito que ciudadano, un individuo dócil con escaso sentido crítico. Y esta concepción de la sociedad y las instituciones, nos dice Chomsky citando a su vez a Appleby (ibid) proviene directamente de las doctrinas establecidas por los Padres Fundadores de la nación. Estos tenían confianza en que “las nuevas instituciones políticas americanas continuarían funcionando dentro de las antiguas asunciones en cuanto a una élite políticamente activa y un electorado deferente y sumiso.” Así, George Washington, hijo de un próspero hacendado poseedor de esclavos, esperaba que su prestigio convencería a los ciudadanos con sentido común, de la conveniencia de apartarse de los peligros de las sociedades que intentan autocrearse saliéndose de las formas establecidas. (3) Volveremos sobre estos temas.


Tras la conquista del oeste, el país se extiende de un océano al otro, pero aunque emerge velozmente como la mayor potencia económica mundial –entre 1900 y 1913 las exportaciones a Europa aumentaron casi un 50%- presenta todavía, en esas primeras décadas del siglo, algunos problemas de complicada solución:  Las ciudades, muy desarrolladas  pero caóticas, están mal administradas, con vastas aglomeraciones de gente en paupérrimos barrios bajos, y la endémica corrupción política y hasta policial e institucional que mostraría más adelante el cine de gangsters. (4)


 
Ciertamente, la llamada “era progresista” de Theodore Roosevelt (1901-09) y el propio Woodrow Wilson (1913-20), aunque no pone fin a los problemas y contradicciones de la nación, implica un clima social favorable a la adopción institucional de medidas en defensa de los derechos y libertades civiles. Pero su mayor resultado para el tema que nos ocupa, fue “transformar el papel de la Presidencia en lo que desde Lincoln no era: la institución rectora del país al servicio de los intereses generales de la nación(5) (Carlos Arauz: “El progresismo: de Roosevelt a Wilson 1870-1914”) Se recupera así, agrega este autor, una idea clave del sistema estadounidense, aunque totalmente ilusoria: “la idea de que la Presidencia, abierta a cualquier individuo por ser elegida por el pueblo, era la encarnación de la voluntad general.”

Al mismo tiempo, se estaba dando desde la guerra con España por Cuba (1898) otro elemento importante: un cierto sentido mesiánico del papel de los EEUU y su “deber” de llevar a todas partes los “beneficios de la civilización occidental”. (6) Los estadounidenses justificaron esa guerra argumentando que preparaban la democracia en las naciones poco desarrolladas (aunque en realidad  no concedieron a Filipinas un autogobierno limitado hasta 1907 y la independencia recién en 1946). Algunos intelectuales –William James entre ellos- denunciaron estas acciones como contrarias a los valores nacionales, pero el grueso de la población apoyó al gobierno aprobando aquella demostración de poder.


 El acorazado Maine entrando en el puerto de La Habana. Su explosión, tres semanas después, fue la excusa para la guerra contra España.

Contrapuesta a la compleja base social/cultural/económica que de modo tan esquemático hemos mostrado, existía una clase media o media-alta y, especialmente, unos sectores de nivel cultural más elevado, con diferente forma de vida y distintas aspiraciones e ideas: la “comunidad intelectual liberal” al decir de Noam Chomsky (ibid) De este grupo saldrán varios de los hombres fundamentales de la Comisión Creel.




La  élite  intelectual   y  las  “Relaciones Públicas”

“La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas, es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad, constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país. Quienes nos gobiernan, moldean nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas, son en gran medida personas de las que no hemos oído hablar. Ello es el resultado lógico de cómo se organiza nuestra sociedad democrática. Grandes cantidades de seres humanos deben cooperar de esta suerte si es que quieren convivir en una sociedad funcional sin sobresaltos.” 

Con este sugestivo párrafo inicia Edward Bernays su libro “Propaganda” (1927). Judío de origen austríaco, hábil promotor y agente de prensa, Bernays se incorpora en 1918 al Gabinete de Prensa del Creel, en el que tendrá un papel significativo. En 1920 funda su primer despacho como “consejero de Relaciones Públicas” dando así origen a esta industria. La cumbre de su fama e influencia llegará precisamente por su éxito total en “moldear nuestros gustos” con la campaña masiva, patrocinada por la industria del tabaco, para conseguir que las mujeres comenzaran a fumar. En 1923 publica “Cristalizando la opinión”, primer texto teórico relativo al trabajo sobre la opinión pública a través de los media. “Señalé –dice en él- la función social de las relaciones públicas en combatir el pensamiento estereotipado que impulsa al público a oponerse a los nuevos puntos de vista, y destaqué el deber ético del consultor en relaciones públicas."

Manipular, disciplinar la opinión pública. “Se ha visto que es posible moldear la mente de las masas de tal suerte que dirijan su poder recién conquistado en la dirección deseada. Esta práctica resulta inevitable en la estructura actual de la sociedad.”   



Y eso porque el “hombre llano” carece de pensamientos propios, movido por clichés mentales –“sellos de goma tintados con eslóganes publicitarios ./. con las banalidades de las gacetillas y tópicos usuales.” La mente del pueblo –nos dice, y parece evidente que al hablar de “pueblo” está pensando en aquellas clases populares que vimos en el apartado anterior- “se compone de prejuicios heredados y símbolos, lugares comunes y latiguillos que los líderes de opinión suministran a la gente.”  Pero esta labor de moldeado no debe ser entendida como algo negativo –agregará- si quienes la llevan a cabo lo hacen “honestamente, guiados por el bien común.” ¿Ética? Sincera ingenuidad, en todo caso, que en aquella Norteamérica anterior a la Gran Depresión, aún era posible.

Más duras, y probablemente con mayor influencia en aquel momento, son las tesis de Walter Lippman, que fue consejero del presidente Wilson durante la Guerra. También perteneciente a la comunidad intelectual judía acomodada, este periodista, crítico de medios y filósofo, tuvo total acceso a los ámbitos de decisión de la política USA.  Pensaba que los ideales democráticos se habían deteriorado; que los votantes,  completamente ignorantes acerca de la política y los temas de debate público, carecían por tanto de competencia para participar en ello.

Condensará estas ideas en “Opinión pública” (1922), sosteniendo que los desafíos de la realidad moderna deben ser enfrentados por una verdadera clase gobernante. Pensar a través de estereotipos –nos dice-  (término que acuña con este sentido específico) lleva  al público a verdades parciales y a tomar decisiones antes de extraer ninguna conclusión.  Ve así a las masas populares como un “gran rebaño desconcertado” que se debate en el desorden de las opiniones locales sin preocuparse por el interés común, y que debe ser gobernado por aquella clase especializada con intereses más generales. 


Izquierda: Cuando todos piensan igual, entonces nadie está pensando. Walter Lippman




Esos expertos, a los que se referirá como “las élites,”  solventarán el “principal problema de la democracia”: la imposibilidad del  ideal de un ciudadano competente en los asuntos públicos. Hay que conseguir que el grueso de la población se conforme con elegir entre los miembros de tales élites, a los hombres más responsables para dirigir la nación. Y para esto se necesita “una revolución en la práctica de la democracia”, es decir la mencionada manipulación, que llamará “fabricación del consentimiento” (consent, traducido también como “consenso”) sin el cual no se puede gobernar.  “El público debe ser puesto en su lugar  –escribirá- para que los hombres responsables puedan vivir sin el miedo de ser pisoteados por el rebaño de bestias salvajes.”

En 1927 Harold Laswell (1902-78) publica “Técnicas de propaganda en la Guerra Mundial”, donde sostiene que el funcionamiento equilibrado de una sociedad democrática (siempre considerando el vocablo en la acepción estrecha antes mencionada) se obtiene confiando en el sistema institucional, pues los mejores jueces en los asuntos sociales  son las élites, debido a “la ignorancia y superstición de las masas.” Por tanto, por el bien de todos se debe proporcionar a esos “dirigentes naturales” todos los medios precisos para imponer sus ideas.  Por su parte, Reinhold Niebuhr (1892-1971) dirá que “el proletario” no profesa la razón sino la fe, y requiere un elemento vital de “ilusión necesaria.” Por ello insta a admitir  “la estupidez del hombre medio”  y a proporcionarle las “simplificaciones excesivas con poder emocional” que lo mantengan en la buena senda hacia una sociedad mejor.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        
Parece claro, pues,  que las posiciones ideológicas de la “comunidad intelectual liberal” a la que pertenecen, en una situación tan complicada como la necesidad de justificar la guerra ante aquella población mayoritaria pobre “con carencias culturales y educativas” y por ello sumisa -para peor, vista como un “rebaño de bestias salvajes”- llevaron de modo natural  a estos hombres responsables al gran fraude de un engaño masivo. Quizás el artificio hubiese finalizado con el desmantelamiento de la Comisión en 1919, de no haber mediado otro trascendental acontecimiento de 1917: la revolución rusa.


El  “Miedo Rojo”

Es imaginable el impacto de la revolución de octubre en una nación ya trastornada por el miedo, y también sobre el sentimiento mesiánico, de “pueblo escogido” de sus gobernantes,  que antes hemos apuntado. “La Providencia –debió pensar Wilson- está teniendo un cortocircuito.” ¿Por qué no continuar aplicando el mismo método, que tan buen resultado estaba proporcionando? Ayudar a la Providencia nunca está de más, y todo el mecanismo estaba ya listo y engrasado.



 Ilustración rusa fácilmente comprensible sin traducción.





Ciertamente, EEUU junto con el resto de los Aliados (y hasta Japón), participó activamente en la guerra civil rusa, apoyando a las fuerzas contrarrevolucionarias –el Movimiento Blanco- con dinero, asesoramiento militar y pertrechos, además del cuerpo expedicionario que intervino especialmente en Siberia. Pero para nuestro análisis interesa solamente la repercusión interna –¡enorme!- del conflicto con la URSS. (7)

El historiador Murray Levin define la tensión producida a partir de finales del 17 como una “histeria a escala nacional provocada por un miedo y ansiedad crecientes ante una inminente Revolución Bolchevique en Estados Unidos. Una revolución que destruiría propiedades, iglesias, hogares, matrimonios y el estilo de vida americano.” Ese temor se verá incrementado por la breve Revolución Alemana de noviembre 1918, con su corolario de Levantamiento Espartaquista y “República Soviética de Baviera” (5 al 12 de enero 1919), así como la posterior creación de la III Internacional en marzo.



Izq.: Karl Liebknecht habla a la multitud. Der.: barricadas en las calles. Berlín, enero de 1919.


 Pero no cabe duda de que, pese a las predicciones de Marx y a las esperanzas del movimiento obrero  en el estallido de la revolución mundial, ni los espartaquistas tuvieron posibilidad alguna de mantener su sueño de república soviética, ni la URSS la tuvo

de “exportar” su revolución, ocupada como estaba simplemente en defenderla. En cambio, se le brindó a USA el enemigo perfecto, tan atemorizador como el gorila prusiano pero sin el inconveniente de una campaña bélica directa, y con una enorme ventaja práctica: la posibilidad de crear un antagonista adicional, el enemigo interior:  la clase obrera organizada, la disidencia política y el pensamiento independiente.

En definitiva, simplemente lucha de clases.


Ilustración made in USA. Un torvo, malísimo –y muy  feo- “anarquista europeo” con claras  intenciones satánicas. 




Antes de continuar, parece oportuno hacer algunas consideraciones adicionales acerca de la línea político/ideológica de los EEUU desde su inicio. Ya mencionamos el limitado concepto  de democracia de los Padres Fundadores.   Aunque la lucha por la independencia fuese conducida por prohombres  liberales, pelearon en ella agricultores, artesanos, obreros y hasta esclavos, en nombre de, y por  la libertad. Ese pueblo pretendió luego estar representado en el gobierno por hombres de su misma clase. No fue así. El poder recayó en los banqueros, terratenientes y grandes propietarios. Algo cambió, para que todo continuase como estaba, Lampedusa dixit.    



Afirma el historiador Edward  Countryman en su “La Revolución Americana” (citado por Chomsky): “La última boqueada del espíritu original de la Revolución, con toda su fe en la comunidad y la cooperación, la dieron los agricultores de Massachussets” durante la llamada “Rebelión de Shays” y su fracaso les enseñó que “las vías antiguas ya no funcionaban. Se vieron obligados a arrastrarse pidiendo perdón ante unos gobernantes que declaraban ser los servidores del pueblo.” (8) Y agrega Chomsky: “Así ha seguido siendo.”  Nada demasiado original, como puede apreciarse.

La misma clase que gobernaba en 1786, continuaba gobernando en 1919 (y continúa hoy), de modo que las políticas represivas para mantener en su lugar al rebaño desconcertado tampoco comenzaron con W. Wilson. Baste recordar los acontecimientos de mayo de 1886 en Chicago durante la lucha por la jornada de ocho horas. (9)            


Así pues, el tema que ahora nos ocupa, el temor a la revolución, la doctrina estadounidense  de “contención” de la influencia soviética o el concepto de “enemigo interno” no son otra cosa que más de lo mismo, el objetivo –apoyado sin reservas y con dólares por el poder financiero y empresarial- de quebrar los movimientos populares y sindicales. (La ilustración soviética de páginas anteriores –un magnate, un cura y un campesino llevando el carro del rey, puede servir también parcialmente para definir esta situación.)  Al cumplimiento de esa finalidad se sumará nuevamente el poder mediático, cuya amable dedicación a la atrocity propaganda venía incluso desde antes del Creel (10) y que resulta insustituible en su función de desinformación.




 Veamos un ejemplo de la nueva forma de “solucionar” los conflictos sociales merced al espantajo del peligro rojo. El país atravesaba una gran crisis económica tras la guerra; el costo de la vida se dobló y en el inicio de 1919 se producen importantes huelgas. En Seattle, 60.000 trabajadores paralizan la actividad. Inmediatamente se les acusa de comunistas subversivos que fomentan un golpe de estado y se anuncia la movilización de 1500 policías para atajar ese peligro. Ante la amenaza de un baño de sangre, los huelguistas regresan al trabajo.




A. Mitchell Palmer, Fiscal General, crea dentro del FBI una División General de Inteligencia (GID) con J. Edgar Hoover a la cabeza, cuya misión es descubrir los “múltiples complots bolcheviques” y encarcelar a los participantes. Son fichados cerca de 200.000 “sospechosos”, y se lanza una cruzada en toda regla contra la izquierda radical, especialmente la anarquista y los partidos Socialista y Comunista. En noviembre 1919 y siguiente enero, se producen las llamadas “Redadas de Palmer” (Palmer Raids) contra residentes extranjeros y trabajadores nacionales sindicados. Miles son detenidos sin orden judicial y sin que la Corte Suprema defienda los derechos constitucionales. Por el contrario, hay un célebre pronunciamiento señalando que cuando la libre expresión constituya un “claro peligro” (según estimación de las autoridades)  para la nación, estárá justificado suspender aquellos derechos.




Esta arbitraria política va acompañada de una retórica “patriótica” según la cual todo cuestionamiento del orden establecido es antiamericano (unamerican) y las huelgas que sacuden el país se califican como crímenes contra la sociedad. El Washington Post sostiene que frente a la amenaza roja no se puede perder tiempo en “sutilezas sobre violaciones de libertades” y el New York Times alaba “el vigor inteligente del Departamento de Justicia” al acorralar a los Enemigos Rojos,  una “banda perniciosa” que estaba “urdiendo un complot para celebrar una huelga en todo el país.” Por cierto, señala Chomsky (ibid) que la prensa había avalado antes un proyecto de ley propuesto por Palmer y Hoover que solicitaba penalizar “hechos, demostraciones, escritos, impresos o divulgaciones de alguna señal, palabra, discurso, dibujo, diseño, disputa o enseñanza, que aconseje, defienda, enseñe o justifique cualquier acto de sedición.”  En un mismo orden de ideas –recuerda Chomsky- las autoridades consideraron que las “declaraciones sediciosas” de los anarquistas juzgados por las revueltas de Haymarket, eran suficientes para atribuirles la “responsabilidad moral” por el lanzamiento de la bomba aunque no fuese obra de ellos, y para justificar su condena. Palmer llegó incluso a afirmar que, entre los ideales teóricos de una persona radical y su violación real de la ley, solamente había “distinciones sutiles”. (Obviamente, a nuestro Ministro del Interior le queda mucho por aprender, aunque hay que reconocer que se esfuerza.)

La aberración fue llevada al extremo de sostener que toda duda acerca de la criminalidad de un sospechoso se disipa “ante el examen de sus fotografías.” ¡Sic! “De la mirada astuta y furtiva ./. brotan la codicia, crueldad, la locura y el crimen; en sus caras desproporcionadas, cejas oblicuas y rasgos deformados, se reconoce el tipo inconfundible del criminal.” Ante tanto despropósito y abusos, la aprobación de la ciudadanía fue desapareciendo a lo largo de 1920, y la represión se desacelera. Por otra parte, los patronos industriales comprenden que la expulsión de tantos extranjeros significa la desaparición de mano de obra barata. El Miedo Rojo se debilita,  no sin que antes los prejuicios antiextranjeros sembrados desembocaran en otro asesinato legal: la condena de Sacco y Vanzetti. (11)




Cartel del film de G. Montaldo, 1971 y foto del movimiento para salvar a los condenados.



Este primer Miedo Rojo define ya  los aspectos esenciales del anticomunismo norteamericano del siglo XX: xenofobia, intolerancia ante cualquier disidencia, utilización obsesiva de la idea de conspiración, destrucción de las libertades en nombre de la seguridad nacional, acusaciones sin fundamento y la supuesta amenaza exterior utilizada para eliminar la oposición interior.  Consolida –si ello era aún necesario- la 



estrecha alianza entre la élite del pensamiento, la clase política y la empresarial que lo apoya y financia; también reafirma la función desinformativa  de los media, transformada en campaña sistemática permanente, completando el esquema ahormador. Finalmente tuvo como útil resultado adicional, el refuerzo de una agresiva política exterior intervencionista presentada como autodefensa (la invasión de Irak será el mejor ejemplo) y “dejó como un crucial residuo institucional la policía política nacional [el FBI] que ha proyectado una larga sombra durante los años siguientes.” (Chomsky: ibid.)


Hacia  la  II Guerra Mundial 





Parte de una famosa serie de fotos de Dorothea Lange sobre la Gran Depresión, centradas en Florence Owens Thompson, de 32 años, que emigró a California con sus siete hijos en 1936.



Al llegar los difíciles años 30, el efecto devastador de la política institucional señalada sobre los movimientos de la clase trabajadora se había desvanecido en gran parte, y recomienzan los conflictos. De este período de entreguerras solamente señalaremos, por su carácter ilustrativo acerca de los mismos, el caso de la “Fórmula Mohawk Valley”, que es también un caso de manipulación social.

Se trató de un plan para romper huelgas atribuido a James Rand Jr., presidente de la Remington Rand, durante una huelga en esa localidad en 1937. Se describió en un artículo del “Boletín de Relaciones Laborales” de la Asociación Nacional de Fabricantes y fue editado y distribuido más tarde como folleto. Sus reglas básicas son:

1º - Etiquetar inmediatamente a los líderes sindicales como “agitadores” minoritarios y  enemigos de América. Presionar,  amenazando con llevar la fábrica a otra parte y organizar a banqueros, empresarios y propietarios en un “Comité Ciudadano.”
2º - Enarbolar la bandera de “Ley y Orden” para que la propia comunidad solicite acción policial ante imaginarias violencias. Con esto se consigue separar a los huelguistas de la comunidad.
3º - Promover  un sentimiento público contrario a la huelga y sus “desórdenes.”
4º - Agrupar una gran fuerza policial para amedrentar (efecto psicológico).
5º - Organizar un movimiento aparente de “regreso al trabajo” con supuestos “empleados leales” marionetas.
6º - Que el grupo marioneta fije una fecha para la reapertura del lugar de trabajo.
7º - Realizar una teatral “reapertura” muy publicitada, con los “leales” marchando protegidos por policías armados, para aumentar el efecto desmoralizador.
8º - Realizar una gran demostración de fuerza, muy exagerada.
9º - Llevar a cabo una campaña publicitaria masiva resaltando que la planta funciona a pleno rendimiento y los huelguistas intentan interferir en la libertad de trabajo.
Con todo esto el empresario habrá triunfado, rompiendo la huelga. Al parecer, esta “fórmula” fue muy utilizada, y su efectividad se pone de manifiesto al comparar sus principios generales con las manifestaciones de los actuales gobernantes españoles.

La segunda Guerra Mundial, que estallará poco después, suaviza pero no elimina las fricciones USA-URSS. Difícil tarea, combatir a un enemigo momentáneamente transformado en aliado… pero la desarrollaron con éxito. El ataque a Pearl Harbour eliminó cualquier reticencia antiguerrera de los pacifistas.  Continuaba gruñendo el gorila  alemán  –aunque ya no un prusiano de casco puntiagudo- y se agregó el “peligro amarillo”.  Después, la “Guerra fría” durante varias décadas. Y el “Segundo Miedo Rojo” (el de McCarthy), tan útil como el primero, aunque ya comenzaba a verse la impostura.

Como antes adelantamos, el nazismo llevó los métodos de la Comisión Creel a su mayor grado de perfección.  Estudiaremos esto en el tercer y último submódulo.










NOTAS

(1)       Como especifica Carlos Arauz (ibid): “Que la primera gran película de la historia del cine, ‘El nacimiento de una nación’ (1915) de D. W. Griffith –verdadera apología del Ku Klux Klan, aunque también una obra maestra- fuera explícitamente racista, revelaba el grado de cristalización que el racismo blanco tenía en el país, y no sólo entre la élite sureña sino también y sobre todo entre los agricultores de los estados del Oeste medio y entre los trabajadores inmigrantes y autóctonos del Norte.”

(2)       Se llama Gran Migración Negra (Great Migration) al prolongado éxodo de casi dos millones de afrodescendientes, producido entre 1910 y 1930 desde los Estados del sur a los del oeste, medio y noroeste de EEUU. Escapaban de la falta de derechos inherente al racismo del apartheid, buscando trabajo en las grandes zonas industriales.

El momento de mayor empuje migrante se produjo precisamente durante el bienio 1916-18 por las carencias de mano de obra producidas por la guerra. Cerca de medio millón de personas se desplazó entonces. Un dato ilustrativo: la población negra de Detroit, importante centro de la industria del automóvil (esencial para el crecimiento de los sindicatos y base importante del PC de los EEUU), era en 1910 de 6000 personas; a comienzos de la Gran Depresión llegaba a 120.000. La Gran Migración creó las primeras comunidades urbanas específicamente negras: los guetos.



(3) EEUU se crea por colonización británica: oleadas de inmigrantes que fundan, en la costa atlántica, las llamadas Trece Colonias, entre los territorios franceses de Québec al norte y Louisiana al sur. La primera colonia se instaló en 1607 en Jamestown (Virginia). Para 1770 ya habían surgido varios centros urbanos en proceso de expansión; Filadelfia, con 28.000 habitantes, era la ciudad más grande, seguida por Nueva York y Boston. Hay que hacer notar que estos colonos llevaron desde el Reino Unido, no sólo su idioma, sino sus creencias, tradiciones y normas legales. Por ejemplo, y referente a los derechos de los trabajadores, la ilegalidad de cualquier intento de organización sindical.  O el
 hecho de que el voto para elección de las asambleas –que debían gobernar conjuntamente con los gobernadores coloniales- estaba reservado a terratenientes varones blancos. 

Dada la considerable abundancia de tierras y riquezas naturales en aquellos territorios, esos colonos prosperaron con rapidez, de suerte que la mayoría de los varones blancos llegó a tener propiedades suficientes para obtener su derecho a votar. Pero siendo finitos los bienes también lo era la posibilidad de su apropiación y reparto, que en algún momento cesó. De este modo es lógico suponer, viendo los datos –la población se multiplica por 5 entre 1650 y 1700 y por 23 entre 1650 y 1750- que las sucesivas oleadas poblacionales introducirían una marcada desigualdad social, creciendo exponencialmente el número de los migrantes sin otra propiedad que su fuerza de trabajo. No es nada difícil adivinar a cuál de estos grupos pertenecieron los “Padres Fundadores” o su ideología. 

Acomodados liberales del laissez faire pertenecientes a la aristocracia del dinero, conquistaron todas las posiciones de gobierno nada más ganada la guerra de liberación, y dispuestos a recrear, en las nuevas condiciones republicanas, la vieja sociedad rígida y fuertemente clasista de sus mayores monárquicos británicos, reduciendo la democracia a “interacciones entre grupos de inversores que compiten por el control del Estado” (Chomsky, ibid).  Esta dominación fue aceptada implícitamente por la sociedad. (Ver también nota 8.) 

Particularmente elocuente es el fragmento de carta entre el Gobernador Morris y John Jay –primer presidente del Tribunal Supremo- en 1783, citado por Chomsky: “Cansados de la Guerra, se puede contar con su Conformidad [la del pueblo, al gobierno de la élite] con Certeza absoluta, y usted y yo sabemos por Experiencia, mi amigo, que cuando unos pocos Hombres de sentido y espíritu se reúnen y declaran ser la Autoridad, los pocos que tienen una opinión diferente pueden ser fácilmente convencidos de su Error por medio de ese poderoso Razonamiento: la Soga.” La índole de aquella "democracia" queda así firmemente establecida para el futuro. 



Un poderoso razonamiento de probada eficacia.


 




 








(4)      Los bosses que controlaban las maquinarias políticas y económicas, manipulando elecciones merced a enchufismo y patronazgos, llegando a designar candidatos locales e influir incluso en la nominación de candidatos presidenciales, prosperarían durante la Ley Seca.

(5)  Otra cosa muy distinta es determinar cuáles son verdaderamente esos “intereses nacionales”
                             
(6)  El presidente Andrew Jackson había afirmado en 1837: “La Providencia ha escogido al pueblo norteamericano como guardián de la libertad, para que la preserve en beneficio del genero humano.” Basándose en tal designio emanado de Dios mismo (en el que confían, según afirman en su papel moneda) Theodore Roosevelt proclamará más adelante abiertamente el derecho a intervenir militarmente en America Latina, estableciendo los conceptos de “politica de gran garrote” y “gendarme internacional.”

(7)   Naturalmente, estamos haciendo una grosera simplificación, y no solamente porque ignoramos al Gobierno Provisional que tomó el poder tras la abdicación del Zar, sino porque la URSS como tal no existió hasta diciembre de 1922, tras la caída de Vladivostok  en octubre y el fin de la resistencia blanca.

Últimos guardianes del Palacio de Invierno. Entre ellos, el curioso Escuadrón de la Muerte femenino





(8) Daniel Shays (1747-1825) fue un capitán en la Guerra de Independencia, con una notable hoja de servicios. Luego se desempeñó en posiciones gubernamentales locales, en Massachussets. Desilusionado por la mala calidad de vida de la población, y para evitar que la Corte Suprema del Estado condenara a pequeños agricultores endeudados, lideró la rebelión de 800 granjeros entre 1786 y 87 (es decir antes de la formación del Gobierno federal, durante la Confederación de las 13 ex colonias).  Tras ser derrotado en febrero 1787, huyó y fue condenado en ausencia, pero al año siguiente se le concedió la amnistía y una pensión por sus servicios.  Siempre sostuvo que se amotinó llevado por los mismos principios que lo habían impulsado a luchar en aquella Guerra. Se considera esta revuelta como un ejemplo de las contradicciones de clase en la base misma de la sociedad USA.      






Placa conmemorativa que resalta la lucha de Shays contra una ley injusta.



 (9)  La llamada “Revuelta de Haymarket” durante las protestas de principios de mayo en respaldo a los obreros en huelga. Hubo violentísimas cargas policiales que culminaron con el lanzamiento de una bomba a los policías. Los ocho detenidos fueron condenados, cinco a la pena capital –aunque uno se suicidó antes de ser ahorcado- y tres a reclusión. Este hecho dio origen a la consideración del 1 de mayo como Día del Trabajo, en homenaje a estos  luchadores condenados.

 (10) William Randolph Hearst (1863-1951), poderoso personaje, político, editor, magnate empresarial que llegó a poseer 28 periódicos nacionales, influyó todo lo posible para que EEUU declarase la guerra a España en 1898 y poder aprovecharse de sus primicias. No dudó en difundir todo tipo de patrañas relativas a la crueldad de los españoles en la isla, muy en la línea propagandística señalada. Su controvertida personalidad fue retratada por Orson Welles en “Ciudadano Kane”en 1941.

(11) Ferdinando Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti eran dos inmigrantes italianos anarquistas. Acusados del robo a mano armada y asesinato del encargado de una nómina gubernamental y un vigilante, el 15 de abril de 1920 en Massachussets, sufrieron un juicio plagado de irregularidades que más tarde sería declarado nulo. Condenados en base a prejuicios, dieron origen a movimientos de solidaridad que lucharon durante años por salvarlos. Finalmente fueron ejecutados en 1927.













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