jueves, 28 de junio de 2018

COSÌ



Hoy asistiremos a la representación de una ópera ambientada en la Nápoles del siglo XVIII, patria de Luca Giordano, la canzone y la pizza. El escenario nos muestra una lujosa villa al borde del mar. En la sala, una mesa engalanada con candelabros de plata y flores, fastuosamente servida, permite presentir un evento especialísimo. Y en efecto, dos encantadoras damas ferraresas se disponen a contraer matrimonio (falso) con dos apuestos (y falsos) caballeros albaneses. Todos alzan las copas en un brindis que, dada la ocasión, podríamos suponer festivo. Suena la música… pero absolutamente nada de alegre podemos apreciar en el breve canon que sigue o en su texto, sino la melancolía sin equívocos, la delicada tristeza teñida de desencanto del Mozart final.

            En el  tuo, nel  mio bicchiero
            Si sommerga  ogni  pensiero
            E  non resti  più memoria
            Del  passato  ai  nostri cor

¡Que no permanezca en nuestros corazones ninguna memoria del pasado!  Idos para siempre los preciados recuerdos y con ellos la nostalgia que desencadenan. Desaparecidos los errores, debilidades, claudicaciones… la mala fe. Olvido eterno, además –y principalmente en el caso de esta supuesta comedia- de la deslealtad hacia los seres amados, forma exterior de la traición a nosotros mismos.

Sin embargo… ¡alto! Ese ayer que se pretende anonadar, no es solamente nuestra más preciada posesión, sino también el entero basamento de lo que somos hoy, y por lo tanto de lo que llegaremos a ser mañana. Renunciar a él podrá evitarnos, sí, las torturas del infierno interior –único real y sin duda crudelísimo- pero no significará “salvación” sino únicamente la pérdida de nosotros mismos. ¿Entonces?

Entonces no queda otra vía que la que siempre tuvimos delante -vista, resabida y no obstante rechazada con insistencia-: la aceptación. Aprender a vivir con nuestros fallos, renuncios, culpas, miedos. Como habrían de hacerlo esas atolondradas damas ferraresas y sus amantes, si tan singular historia hubiese tenido continuación: asumiendo responsablemente sus vidas con toda su luz y su oscuridad. ¿Qué otra redención podemos alcanzar, excepto la de ser  fieles a nosotros mismos y nuestras convicciones?

Finis coronat opus: la fábula napolitana culmina de manera agridulce. Es un cuento, de modo que cada uno puede interpretar libremente ese final, o incluso recrear a su gusto todo el argumento. En la vida las cosas son más complejas, y el finiquito de cada peripecia individual, sea imprevisto o anunciado, resultará inmodificable, no pudiendo ser tarea nuestra registrar su crónica.

Regresando a Mozart y a un desenlace muy diferente, optamos por retrotraernos a la propuesta de Fígaro en sus “Bodas”: “Per finirla lietamente e all’usanza teatrale…”  Finalizar alegremente, sí, o por lo menos con una sonrisa. Y ahora, antes de que caiga el telón, digamos nuestro monólogo de la mejor manera posible. Es lamentable, pero nadie nos proporciona un texto adecuado ni dirige ensayos; tendremos que improvisar, evitando tartamudeos. La escena es harto breve, así que no perdamos más tiempo: actuemos.

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