miércoles, 13 de junio de 2018

DE AVENTURAS, MEMORIAS Y TIEMPO


II  -  Remembranzas  o  la ausencia  presente

El  presente está solo. La memoria
erige el tiempo.
                                        Borges


Pocos meses antes de componer Le ricordanze, uno de sus más celebrados poemas, Giacomo Leopardi escribió en ese particularísimo diario que llamó Zibaldone (miscelánea, batiburrillo) di pensieri: “Un objeto cualquiera, por ejemplo un lugar, un paisaje, por bello que sea, si al verlo no despierta ningún recuerdo, no es poético. Pero ese mismo u otro cualquiera, absolutamente impoético en sí, será poetiquísimo al recordarlo.  El recuerdo es esencial y principal en el sentimiento poético, porque el presente, cualquiera que sea, no puede ser poético, y lo poético, de una manera u otra, vemos siempre que consiste en lo lejano, lo indefinido, lo vago.”

Aceptando la definición de poesía como “expresión artística de la belleza por medio de la palabra” (sin meternos en el arduo problema de definir “belleza”), estableceremos una primera asociación íntima entre sentimiento poético y estética.  Luego saltamos a Platón que define la poiesis como «causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser» (cambio producido cuando algo que no existía realiza su existencia). Y con un nuevo salto  llegamos a Martin Heidegger que se refiere a ella, en el campo de las artes, como “la fascinación provocada en el momento en que, mediante múltiples fenómenos asociativos aportados por la percepción, los distintos elementos de un conjunto se interrelacionan e integran para generar una entidad nueva, denominada estética.”  Con esto ya tenemos todos los elementos necesarios para las digresiones que perpetraremos a partir de aquella lectura de Leopardi.

El escurridizo, casi inaprehensible presente difícilmente puede llegar a ser poético.  (Bastante tiene con el intento infructuoso por durar.) Admitámoslo de momento, y aceptemos también denominar “presente” al famoso “aquí y ahora”, más lábil, al que sí podemos admitirle cierta duración.  Y concentrémonos en aquello lejano, indefinido, vago: el pasado generador de recuerdos (que para Borges era nuestra única posesión: “Solo lo muerto es nuestro”).  La memoria es el caudal de lo viviente que ya ha sido, su acervo y custodio.  Con esa materia sutil pero poderosa, construye ella un duplicado de la realidad -como una fotografía, que muestra lo que estaba allí, lo que era- explicitando el carácter efímero de aquel instante, al mismo tiempo que revelando su posibilidad de permanencia virtual.

Roland Barthes dice en “La cámara lúcida” (La Chambre Claire, 1980) que la fotografía es huella de lo real, certifica una presencia, una existencia cierta pero pretérita, y por ello deviene ausencia presente, alucinación barnizada de realidad. Por su parte, la memoria es también rastro, signo de lo acaecido. Ambas se resisten al paso del tiempo, lo afrontan. Sin embargo, mientras la primera inmortaliza el momento cristalizándolo en una inalterable imagen fija, el recuerdo lo muestra en una secuencia viva que la memoria retoca, ilumina y colorea diferentemente cada vez que la evoca. Así contrapone la conciencia de nuestra finitud a la insaciable apetencia humana de permanencia. Confrontándonos con el hecho recordado, nos brinda la certidumbre de aquel estar-vivo pasado –un hombre joven vagando por un pedregal de montaña, feliz al sentir en la cara el frescor de la brisa-  a la vez que la del  estar-vivo-aún en el acto de rememorar.

Hemos establecido una relación entre lo poético y lo estético -entre poiesis y belleza como cualidad capaz de provocar sensaciones o sentimientos- y también entre imagen fotográfica y remembranza. Tras recurrir a Platón para definir la poiesis desembocamos en Heidegger y el instante en que “mediante múltiples fenómenos asociativos”, un todo modifica la relación entre sus partes, transformándose en otra cosa.  A ello nos referiremos en el próximo apartado.

Comenzamos estos apuntes narrando un inusual episodio de juventud y deseamos concluirlos con otro de madurez. Años 80, otro viaje, ahora respondiendo a la invitación de un entrañable amigo en otro extremo del mundo: Stockholm.  Como lo haremos transcribiendo una página redactada en aquella época, respetaremos su forma de relato en tercera persona. Y cerramos esta suerte de interludio con otra cita de Leopardi:

                                                                                  Sottentra
                                     il  pensier  del  presente, un van desio
                                     del  passato, ancor tristo, e il dire: io fui.

(Se infiltra la idea del presente, un vano deseo del pasado, triste aún, y el decir: yo fui)

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