jueves, 15 de marzo de 2012

LA NOCHE QUE NO LLAMA

Morados, oro el aire que reíres no trae;
cristal en llamaradas de mi ventana ciega
-incendio que resbala-
ensangrienta los ásperos geranios.
Rumores de la calle:  mi balcón, la ventana...
colapso de penumbras.

Alas de mariposa la ligera
melancolía aleve.

Aliento leve y solo, el aire de la hora
en despeinar los álamos se empeña;  pensativos
árboles que se miran en el río;
río que canta quedo, de nubes pincelado.
Mi balcón, brisa suave, los geranios...
lasitudes, hastío.
Atmósfera cambiante, tenue plano tendido a la distancia
disolviéndose en púrpuras, morados, en pétalos luctuosos.

Los entreabiertos dedos ramifica la noche
que gira, gime, canta, deshabitada y breve,
pulimentando velos de niebla desvaída.
Discordes esperanzas:  silencio de la calle;
largo instante de pena fútil, desamparada.
Más allá de las cosas, el alma que vacila
busca lo que no sabe, quiere lo que no puede
y, ya en vano, fustiga los confines del sueño.
Lentamente su noche se despierta:
la noche que no llama,
que no espera, no trae.

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