jueves, 3 de mayo de 2012

UNIDAD DE VIDA Y MUERTE EN EL PENSAMIENTO DE RAINER M. RILKE

Segunda parte.

Rilke propone una doctrina de la vida y del ser –incluyendo la muerte- diferenciada de la herencia judeocristiana tradicional. Para él, Dios no es el Padre sino el Hijo, lo Venidero, que los hombres preparamos con nuestro esfuerzo; en una carta de julio de 1898 había dicho: “Somos los ancestros de un Dios.” Esa doctrina, desarrollada en las Elegías de Duino, cuenta con sus propios protagonistas (los ángeles mencionados, el héroe, los jóvenes muertos) y sus santos (las amadas abandonadas). Es en la unidad de este cosmos totalmente hecho interioridad, donde desaparece la frontera entre vida y muerte. En una carta al traductor polaco de las Elegías, en noviembre 1925, dice: “La afirmación de la vida y la afirmación de la muerte se muestran en las Elegías como una sola cosa.” “La muerte es el lado de la vida que no da hacia nosotros, que no nos está iluminado: debemos intentar realizar la máxima conciencia de nuestro existir, que reside en ambos dominios ilimitados y se nutre de ambos. / No hay ni un aquende ni un allende, sino la gran unidad.” Unidad fuera del tiempo, de todos los tiempos: el hombre se mueve hacia sus ancestros tanto como hacia los descendientes, en un mundo “abierto”.

En ese “todo” unitario aparece también la crucial diferencia entre “muerte propia”, culminación de esa “vida propia” autoconstruida, e “impropia”, la “fatalidad innecesaria”. La muerte propia aparece ya en la tercera parte del Libro de Horas, de 1903: “Allí es la muerte. No la que en la infancia // les rozó como un extraño saludo. // Pequeña muerte es la que allí se abraza, // la propia cuelga verde y sin dulzura // como fruta que en ellos no madura.” Y especialmente en un brevísimo poema formulado como una oración: “Señor, da a cada uno su muerte propia, // surgida necesariamente de su propia vida, // en la que él tuvo amor, sentido y pena.” La idea de esa muerte que ha de ser total eclosión o coronación de una vida -antes que una ruptura considerada intolerable- se manifiesta sobre todo en Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, terminado en 1910. “¿Quién todavía da valor a una muerte bien consumada? Nadie. Aún los ricos, que bien podrían darse ese lujo, comienzan a ser descuidados e indiferentes en el morir; el deseo de tener una muerte propia es cada vez más raro. Dentro de poco llegará a ser tan raro como una vida propia.” Y más adelante: “Antes se sabía (o tal vez solamente se presentía) que cada uno lleva en sí mismo su muerte, como el fruto su semilla.”

La ruptura es intolerable, hemos dicho. Y eso es lo que Rilke denuncia ya en sus dos grandes Requiem de 1908: uno para su amiga Paula Modersohn-Becker, muerta de parto a los 31 años, en 1907 y otro para el poeta Wolf von Kalckreuth, suicidado -a los 19 años- en 1906. Nuestro poeta es profundamente perturbado por estas dos muertes, que rompen el orden universal con que él sueña. Paula es la “fatalidad innecesaria” mencionada antes: ha sido arrancada brutalmente de su vida personal. “Allí te desgarró el azar, tu postrer azar. // Te desgarró retrocediendo desde un avanzado progreso // y te desgarró del todo.” “Entonces // te desgastaste y cavaste desde tu oscuro corazón // las semillas aún verdes de tu muerte, tuya, // tu muerte propia con tu propia vida, // y las comiste, granos de tu muerte, // y los comiste como todo el mundo, los granos de tu muerte, // y te quedó un regusto de dulzura, // que tú no sospechabas.” Este largo poema, protesta ante un destino desgraciado, termina con una “acusación” contra el varón que cree tener derecho a poseer: “…Porque la culpa es eso, si es que la culpa existe: // no acrecentar la libertad del ser al que se ama.” “Cuando amamos no tenemos sino esto: // dejarnos uno al otro, pues retener // es fácil y huelga el aprenderlo.”
Pocos meses después del Requiem por la amiga, y dentro del mismo “cauce de inspiración” escribe el Requiem para el poeta Wolf von Kalckreuth, el suicida que no tuvo paciencia de esperar el viraje, (umschlag) . ( “Paciencia es todo” había dicho Rilke en Carta III, y también: “Todo es: llegar hasta el término y después dar a luz.)” Comienza preguntándole si su ya-no-vivir-más lo satisfizo, o resultó muy distante del estar-muerto que pensaba. “No esperaste a que el peso // se hiciese del todo insoportable: es entonces cuando // se invierte de repente.” Y luego, el lamento: “Oh este golpe, cómo atraviesa el universo // cuando, en alguna parte, algo abierto se cierra // con esa corriente de aire, dura y cortante, de la impaciencia.” Porque el chico pasó entre los “sillares de una obra en construcción” y no vio su orden. “ Y en la desesperación a todos levantaste, // pero sólo para lanzarlos de vuelta // a la cantera.” A continuación, trata de sintetizar lo que debió ser la vida poética a la que Wolf ha renunciado: un trabajo de la vida propia para acceder a la muerte propia. “Esto era la salvación. Si sólo una vez hubieses // visto cómo el destino se funde en los versos // y no vuelve, cómo en el interior se convierte en imagen // y nada más que imagen .//. Entonces habrías perseverado.” Y termina con un verso que resume todo el concepto del “viraje”: “¿Quién habla de victorias? El resistir [o “sobreponerse”, o ”soportar”: überstehen] lo es todo.”

En 1919, hastiado y angustiado por el horror de la Gran Guerra, “ese desorden, ese desconcierto profundo, todo el ruido y la confusión de ese destino provocado”, al plantearse la obra futura que espera celebrar un día, si “le es dado” completar las Elegías, vuelve al acuerdo de vida y muerte en una carta a una de sus protectoras: “Si, en la perturbación general de lo humano, y hoy también de la vida pública, puedo ver todavía ante mí una tarea pura, independiente, no podría ser otra que esta: fortalecer la familiaridad con la muerte a partir de las alegrías y esplendores más profundos de la vida; volver a hacer de ella, que no fue nunca una extranjera para nuestra conciencia y nuestra sensibilidad, la cómplice de todo lo que vive.” Afortunadamente sí “le fue dado”, y celebrará aquellas alegrías y esplendores profundos en el final de la Novena Elegía: “Tierra amada, yo quiero. Créeme, ya no hacían falta // tus primaveras para ganarme: una, // una sola ya es demasiado para la sangre. // Desde lejos estoy inefablemente decidido hacia ti. // Siempre tuviste razón, y tu inspiración sagrada // es la amistosa muerte. // Mira, yo vivo. ¿De qué? Ni la niñez ni el futuro // menguan… Existir rebosante // me brota en el corazón.”

El tema de la muerte, como uno de los grandes motivos rilkeanos, resuena por primera vez y en toda su exaltación en una obra de plena juventud: “El canto de amor y muerte del corneta Cristobal Rilke” (1899, publicado en 1906) La figura de este adolescente que, en plena guerra contra los turcos, conoce en brevísimo lapso la amistad, camaradería de guerreros, amor físico, el valor y la muerte, es un primer esbozo del Héroe que brillará en obras más maduras, como las Elegías. Nuestro poeta analizará más tarde la “necesidad de vida” como “prisa y caza. Es la necesidad de tener la vida en seguida, entera, en una hora” y por eso es “tan cercana a la muerte.” Buena referencia al ciclo vital del Corneta, que se cumple entero, en bloque, y con tal plenitud que su inmediata caída cierra un ciclo perfecto: la muerte propia como coronación de una vida propia, según vimos antes. Y por eso, es presentada con imágenes brillantes. “El de Langenau ha avanzado entre el enemigo, pero completamente solo. El miedo ha abierto un espacio circular a su alrededor, y él resiste dentro, en el medio, debajo de la bandera que se consume poco a poco.
Despaciosamente, casi pensativo, mira en torno. Ante él hay muchas cosas extrañas y abigarradas. Jardines –piensa, y sonríe. Pero he ahí que de pronto siente que unas miradas lo detienen y reconoce a hombres y sabe que son los perros infieles y lanza su caballo hacia el pleno entrevero. Pero, sin embargo, ahora, cuando todo vuelve a cerrarse a su alrededor, todo es otra vez jardines, y los dieciséis sables curvos, que recaen sobre él, destello a destello, son una fiesta. Un surtidor sonriente.” Casi en el otro extremo de su obra, la Sexta Elegía presenta al Héroe “prodigiosamente cercano a los muertos juveniles. Durar // no va con él.” “Pero el destino, que nos calla oscuro, súbitamente entusiasmado, // se lo lleva cantando en la tempestad de su mundo estruendoso.”
Rilke se aplicó a sí mismo el consejo dado a von Kalckreuth, asumiendo con enorme pacien-cia lo “difícil”: su propia muerte, apenas cumplidos los cincuenta y un años. Días antes, escribe a su amigo Kassner: “estoy enfermo de una manera miserable e infinitamente dolorosa.” “Y yo, que nunca pude ver el sufrimiento verdaderamente de frente, aprendo a adaptarme al inconmensurable sufrimiento anónimo.” En el último poema inconcluso anotado en su carnet, dice: “Ven tú, última cosa que yo reconozco, // mal incurable alojado en el tejido carnal; // así como ardí en espíritu, mira, ahora ardo // en ti.” “Inocente, sin futuro, subo // a la turbia hoguera del dolor.” “Oh vida, oh vida: estar afuera. // Y yo en llamas. Sin que nadie me conozca. “

La décima y última de las Elegías de Duino, obra que concentra toda la cosmovisión del poeta, se cierra con estos versos:
“Solo, sube él a las montañas del Dolor Prístino. // Y ni una vez resuena su paso desde el Hado enmudecido.
Pero si los infinitos muertos suscitaran en nosotros un símbolo, // mira, señalarían quizá las candelillas colgantes // de las avellanas vacías, o // aludirían a la lluvia que cae sobre el oscuro reino terrestre. // Y nosotros, que pensamos en la dicha // subiendo, sentiríamos la emoción // que casi nos trastorna // cuando algo feliz cae.”

1 comentario:

  1. Gracias Mario por este texto.
    Ayer comí contigo en linda compañía amistosa.
    Rilke me fascina
    FLOR

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