martes, 16 de febrero de 2016

-II-

Inicio de la prédica hitleriana

 Si bien la puesta en marcha de aquella sistematización se producirá a partir del ascenso del partido nacionalsocialista al poder en 1933, los elementos teóricos están ya íntegramente presentes en esa curiosa mezcla de autobiografía idealizada, patraña pura y manifiesto ideológico que es “Mi lucha” (Mein Kampf), de Adolf Hitler.  El primer tomo apareció el 18 de julio de 1925 con el subtítulo «Retrospección»;  el segundo,  «El movimiento nacionalsocialista», se publicó en 1928. Estos textos adelantan cuestiones y proyectos que serán desarrollados más tarde desde el gobierno: el doble peligro de  la conspiración judía mundial –unido al estereotipo del judío avaro-  y el comunismo ruso, así como la necesidad de obtener más territorio físico para Alemania, en especial avanzando  hacia el este (Drang nach Osten), un espacio vital (Lebensraum) imprescindible para realizar el “destino histórico” de su pueblo. Las funciones y técnicas de la propaganda merecen especial atención y les dedica dos capítulos: el sexto del primer tomo  y el  undécimo del segundo. En ese tema, como en su particular concepto de pueblo (Volk) (1) y de liderazgo, Hitler patentiza una fuerte influencia de  Gustave Le Bon (1841 – 1931),  psicólogo social francés que analizó la propaganda como medio racional idóneo para hacer frente al comportamiento irracional de las masas. (2)

El capítulo sexto de “Retrospección” comienza diciendo: Durante la Gran Guerra empezó a observarse qué gran resultado podía deparar una propaganda bien llevada. Desgraciadamente todo tenía que ser aprendido del enemigo”…es decir de los procedimientos del Ministerio de Información inglés y el CPI que han sido objeto de los módulos anteriores. Hitler elogia explícitamente tales métodos: Fue un error fundamental ridiculizar al adversario como lo hacía la propaganda de las hojas humorísticas de Alemania. // Opuestamente, la propaganda de guerra de ingleses y   americanos era psicológicamente adecuada .//. Prueba del admirable conocimiento de la emotividad primitiva de la masa la constituyó su propaganda de las ‘atrocidades alemanas’, [nuevamente la técnica llamada atrocity propaganda] perfectamente adaptada a las circunstancias, que proporcionó, en forma tan inescrupulosa como genial, las condiciones  para el mantenimiento de la moral en el teatro de la guerra, aun en el caso de derrotas.”

 

Hitler sostendrá que la propaganda, arma en verdad terrible en manos de quien sabe utilizarla” debe realizarse  “de  modo tan perfecto que provoque  la convicción de  la realidad de un hecho o la necesidad  y  justicia de un procedimiento.” Aquí y en la posterior afirmación de la actitud básicamente subjetiva y unilateral que se debe asumir en relación al objetivo previsto (“La finalidad de la propaganda no consiste en reconocer los derechos de los demás, sino en subrayar con exclusividad el propio”) puesta de relieve con el famoso ejemplo del jabón, se está presuponiendo la “necesidad y justicia” del infundio, la tergiversación, la ocultación y todas las modalidades de manipulación precisas para alcanzar el fin deseado. Efectivamente todo esto
se llevó a cabo, después de 1933, con tal esmero que podemos decir que el discípulo superó con creces a sus maestros anglosajones.
 
 
Cartel "El judío, instigador de guerras"

NOTAS

1)      El equívoco nombre “nacionalsocialista” dado por el anticomunista Hitler a su partido, es visto por algunos autores como un intento de atraer a la gran masa trabajadora proponiéndole, en vez del internacionalismo proletario marxista, una vía estrictamente alemana que uniera lo nacional con lo social. Esa especie de nacionalismo expresado con el término völkisch, palabra que tiene connotaciones de folklórico y de populista, sería la versión germana de cierto sentimentalismo tradicionalista derivado de una visión romántica del pueblo (Volk) con sentido étnico, tal como se expresa en los Discursos a la nación alemana de Johann Fichte o en las reflexiones de Richard Wagner.  Para el nazismo el “pueblo” era, entonces, una comunidad de raza poseedora de una determinada “esencia” o “espíritu”  nacional (Volkgeist),  cuya identidad se mantiene a través de los siglos. Esto explica en parte el fuerte racismo y la xenofobia de aquel régimen, o el pangermanismo aducido para la anexión (Anschluss) de Austria.

 

2)      Le Bon, enemigo acérrimo del socialismo que consideraba irrisoria toda idea de igualdad, teorizó sobre comportamiento de las muchedumbres, características de los pueblos y superioridad racial. Sus obras “Leyes psicológicas de la evolución de los pueblos” de 1894  y “La psicología de las masas” de 1895 cobraron importancia al ser utilizadas por algunos investigadores de los medios de comunicación masivos.  Se suele señalar su influencia sobre Hitler, y también sobre Edward Berneys, el teórico de las Relaciones Públicas mencionado en Módulo I.


 


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