domingo, 17 de junio de 2018

DE PEDREGALES Y DESORDENES


Cuando viajo a Madrid me agrada hacer siempre ida y vuelta en tren y, aunque soy entusiasta admirador de paisajes, me acompaño siempre con un libro “por las dudas”. Recientemente regresaba a Salamanca en tales circunstancias; el subterfugio, esta vez, era “Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar.  Ciertamente, el encanto de ese texto, su belleza formal pero también el influjo de las ideas, me había atrapado. “…el viejo Terpandro definió con tres palabras el ideal espartano, el perfecto modo de vida que Lacedemonia soñó sin alcanzarlo: Fuerza, Justicia, Musas. La fuerza constituía la base, el rigor sin el cual no hay belleza…” 

Ay, Terpandro… los ideales (que evito escribir con mayúsculas).  Vale, aceptémoslos, pero sabiendo que son inalcanzables. Un hombre de nuestra inteligencia, capacidad y cultura no puede creer en una ¿¿¿Justicia???... una Fuerza que no sea autoritaria. (¿O sí?) ¿Y… Musas?  Bueno… vale, pero solamente en el sentido de que el Arte está al servicio de la Fuerza y se somete a ella. Palabras, palabras, palabras… meros símbolos.

Mientras mi mente iba desbocada por tales derroteros, habíamos dejado atrás las murallas de Ávila y atravesábamos una extensión de pedregales: enhiestas, grandes peñas magníficas, reinando sobre una cohorte de pétreos súbditos y sucediéndose durante kilómetros al tiempo que el tren las sorteaba despacio. Es un panorama bien conocido y cada vez me provoca similar fascinación el carácter rudo, indomable de su hermosura.  Belleza, sí; Fuerza, también. Pero… ¿rigor? ¿Es posible separar el desorden del Caos? Una desorganización hermosísima, no hay duda;  la de algo casual, totalmente desestructurado y sin embargo válido.

No obstante, en aquella mañana de otoño todo me pareció diferente.  ¿Desestructurado? ¿Era realmente así?  En el ocioso interregno del somnoliento vagón, me permití someter a juicio mis impresiones.

“Epistemológicamente –leo en la enciclopedia- se ha tendido a asociar el caos con la incapacidad humana de atender a todos los eventos de un especio concreto en un momento determinado, debiendo por esto asumir los conceptos de azar, aleatorio, incertidumbre… en oposición al orden o a una posible ratio o logos.” ¡Uuuhhh… demasiado altisonante y complicado! No, no; a fin de cuentas solo estamos hablando de unas piedras. Veamos otras posibilidades. 

El científico francés Poincaré decía: “El azar no es más que la medida de la ignorancia del hombre.”  Vamos:  que no sabemos nada y por eso buscamos explicaciones simples. Ignorancia y un poco más de rebuscamiento…como el que lleva a un viajero curioso a divagar sobre asuntos que lo sobrepasan de lejos, con riesgo de precipitarse a especulaciones relativas a una singular variante española del “efecto mariposa”, ejercida por unas peñas. No, no, dejemos en paz la Teoría del Caos. 

Mientras mi mente realizaba su propio derrotero, el tren había entrado en la provincia de Salamanca y solamente se veían campos roturados.  Planos geométricos, líneas, cada cosa en su lugar: al viejo Terpandro le hubiese gustado, pero a mí ese panorama siempre similar me resultaba un poco aburrido. Echaba en falta la potencia tosca del pedregal.  El ser humano rechaza lo informe, es cierto: necesita percibir en lo que contempla alguna suerte de estructura. Vale, pero… ¡toda esa regularidad monótona…! 

Entonces se me ocurrió volver a Poincaré, aunque lateralmente y teniendo cuidado de no pasarme de rosca. Eso que semeja desorden fortuito –me dije- ¿no será en realidad una clase de organización irreconocible para mí pero exacta? ¿Un ordenamiento –tan preciso que sería expresable en ecuaciones- derivado del origen mismo del peñascal, de las gigantescas fuerzas físicas allí actuantes, y estricto resultado de las mismas? Una especie de karma rocoso, vaya. ¡Y más teorías! Lo siento, no he podido evitarlo, siempre me sucede lo mismo. A fin de cuentas, no es descartable que yo mismo sea solo una hipótesis.

Y ya puestos a conjeturar –me dije mientras descendía del tren en Vialia- tampoco es inconcebible que la carencia de orden –si es real- esté en nosotros -es decir en mí- y no en el canchal. Un desbarajuste interno. Y de ahí que en aquella soleada mañana me saliese yo por la tangente, en plena Ávila, en compañía de Fuerza y Belleza. 

Por todo ello aconsejo a cualquier lector viajero que se abstenga de Terpandros y lleve consigo un best-seller, mejor si es de Dan Brown, para que la lectura no le induzca ni la más mínima tentación de reflexionar.

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