martes, 26 de junio de 2018

LA VIDA


What  might  have been  and  what has been
Point to one end, which is always present.

Lo que pudo haber sido y lo que ha sido
apuntan a un solo fin, siempre presente.

                             T.S. Eliot: “Burnt  Norton”





Toda vida es una historia, un relato potencial.  Y un sueño, sugería Calderón; idea que podemos aceptar en cuanto que estos siguen también un guión, desarrollan un argumento. Y qué fuerte realidad tiene para nosotros ese espectáculo que nuestro inconsciente nos organiza; como trompe l’oeil resulta eficacísimo. Sin embargo, los sucesos que representa son ficticios. Por tanto, si Calderón estuviese en lo cierto ¿qué certeza podríamos tener, de que los aparentes hechos de nuestra vida han sucedido verdaderamente?  Vaya… hete aquí que ha brotado una sospecha que puede desasosegarnos. Veamos si nuestra fabulosa cultura resulta útil para contrarrestarla.

Lo primero es recurrir a Descartes: el conocimiento recibido a través de los sentidos  suele ser erróneo; es necesario dudar sistemáticamente de todo, etcétera. Vale. Claro está que, si nos metemos con la filosofía, hay que tener cuidado de no liarse. Aristóteles dice que sin experimentación no hay verdad, pero luego aparece Kant afirmando que todos los objetos de nuestra experiencia son meras representaciones.  Espacio  y tiempo como características que la mente impone al sujeto cognoscente, que soy yo… eso me gusta. Pero antes estuve de acuerdo con la duda metódica, de modo que para ser consecuente  debo admitir  que  lo afirmado por el  prusiano puede ser  realmente así…  o no. Para colmos, luego hay que tener en cuenta a Bergson, Russell, Ortega, los realistas, materialistas, positivistas… Y todos con argumentaciones diferentes e inclusive opuestas.  No, no, basta, los seres humanos no podemos soportar tanta realidad:  eso también lo dijo Eliot, que era sujeto cognoscente al igual que Kant y yo.

Dejo de lado toda doctrina, aunque no puedo resistirme a la tentación de quedarme con aquello de la “mera representación” (interpretación, escena, trama). Con ello vuelvo atrás, al trampantojo que aparenta ser real, a la realidad polifacética, intrincada.

Estamos hechos de tiempo, sostiene Borges. Y cada instante es un aleph de instantes, abriendo una multiplicidad de posibles universos coexistentes, infinitas vías al poder ser. Unas se realizan, otras se convierten en pudo-haber-sido. Tiempo, momentos. Cada uno es  una burbuja iridiscente que destella cálida, cerrada.  Veloces reflejos circulan  de una a otra procurando componer una imagen coherente; rebotan zigzagueando, colisionan, se rozan, deflagran.  Pero el mullido interior, el hueco donde cada cosa madura y se completa o fracasa, permanece clausurado.

¿No hay nada que las amalgame? ¿Existe en verdad  un decurso ordenado, en esa danza de alocadas esferas brillantes? ¿O todo es sincrónico, aleatorio, puro espejismo? Y en tal caso  ¿puede haber realmente una “historia”  mía, tuya o de alguien cualquiera?   Que tal  maremágnum semeje ser una serie de acontecimientos, enlazados de modo lineal a través de un espacio y con una duración, no implica que en efecto sea así.

Reflejos. Líneas huidizas que se precipitan unas sobre otras para separarse de inmediato. Y nosotros, sujetos cognoscentes con apetencias de totalidad, tendemos las manos hacia ese inestable resplandor. Asiendo atropelladamente retazos de su luz, construimos con ellos un mínimo bosquejo y, satisfechos, llamamos a eso “la vida”.


 


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