Apeñuscada  noche  sabatina. Corren  y  gritan  críos en  la  acera.  Se  persiguen  y  gritan,  tropiezan, caen,  gritan.  Tornan  a  perseguirse, brincando  y  gritando. Se  detienen  inquietos  jadeando  y  gritan. 
Tránsito de  los otros:  chirridos  de  frenos,  parpadeo de  luces,  bisbiseo  de  neumáticos  en  órbitas  de  asfalto. La  mano ensangrentada  del  semáforo  los  detiene  y  se  hacinan,  nerviosos;  los  motores  trepidan,  tosen,  piafan,  impacientes  por  rugir.  Luego  se desbocan  calle  abajo  como  flechas  ávidas  de  diana, insectos  trafagando:  hormigas  guerreras  en  tren de conquista, que  estremecen  antenas  y  zumban.
Risa  masculina  irrumpe por  encima  del  torbellino, tensa  escala  inestable, copa  que se destroza: cristales  erizados  rebotando en ecos presuntuosos, pequeñas virutas que se acaracolan  y  mueren quebrantadas  por  los  metaloides ácidos del  aire.
Súbita  música  -CHAAC-PUM,  CHAAC-PUM,  machacar  psicodélico con  vislumbres  de  sudor, excitación  y  encierro-,  escapa   por  alguna  ventanilla  abierta   y asciende  en ondulaciones epilépticas, perdiéndose en  la  noche  avara  de  estrellas. Portazos. Dos  voces de  mujer, agujas  sinuosas que  remedan un diálogo:  unísonas, cada una  ignora  a  la  otra.  Pesado rodar  de  camiones,  seísmo   en mis  ventanas. Duro sincretismo de sonidos.
Echo las cortinas y el magma disonante se torna denso como aceite, una viscosidad plena de opacidades,  saturada  de  burbujeos  pastosos.  Se  infiltra  a  través  del  entramado de  la  tela,  mosca  de  alas  pringosas  agitando infinitas  antenas  ásperas;  cae sobre el  suelo con  un  retumbo de obuses lejanos y  troncos  astillados, con  insistencia  ronca  de pezuñas.
Nocherniega, la habitación se ensancha más allá de mí que escribo, más allá del recuerdo de mí escribiendo  en  la  no-consciencia  de  otras  noches. Se  amplía  propagándose  a  espacios  liberados,  mulli-dos   fieltros del  discurrir  sin  prisas, a  la mirada  sin  pupilas  hacia  muy  adentro, hacia  aguas reposadas de  limpidez  sedante,  que... Relámpago  turbio:  las  voces de  los  niños,  regresando. No,  las  niego. Insisto: nada  más  que  cursos  traslúcidos,  aguas  reposadas de  limpidez  sedante, espejeo de  enhiestos  nenúfares, raso  de  brisas  frescas.
Salgo de  mí  mismo como de  un  traje  en exceso ceñido, de  lóbregas redes  o  exiguos  contenedores  áridos. Constelaciones  virtuales  rotan  desenredándose.  Serenidades  crecen. La  extensión  interior  se acalla  en un  abismarse  de  universos  estáticos, de  industriosas  semillas en el  surco.
Y  misteriosamente,  el  alma  de  las  cosas  se desnuda. Fosforescencia,  vapor  del  ser  profundo develado, muestra   intacta  su  esencia  inconmovible. Entre  fulguraciones  fucsia de  azaleas, veo.
Detrás de las retinas, una no-imagen nítida perdura.
 
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