El   mundo  interior  es  un  jardín  guardado  por  celosas  tapias, con  una  única  puerta  que  sólo  puede abrirse desde dentro. Selva  virgen  inaccesible a toda  mirada, creciendo con  desordenada  lujuria, sabedora  de su  impenetrable  impunidad.
 En los fondos, la parte más adelgazada de la memoria se extiende en abigarrados matorrales. Enredaderas  escalan  los  añosos  troncos,  tendiendo ávidos  vástagos. Aquí,  allá,  una  pequeña  pálida  flor con  rescoldos  de  fragancia.  Malos  recuerdos  se  yerguen   también,  empinados  en  zarzales, mientras  las dichas  -frágiles,  retraídas,  pulcras-  erigen  exquisitas  estructuras  vibrátiles  con  transparentes  hilos  de  cristal,  pautando  el  verde  jaspeado de  las hojas.
 Al  extenuarse  las  tardes  en  vahídos  violáceos,  ínfimas  lloviznas  desmantelan  geometrías  que  Euclides  amaría,  jugando  al  arcoiris  en  el  silencio  inmóvil.
 Desengaños  dilatan  grandes  cogollos   rugosos,  de  abrupta,  velluda  piel  marrón, semejantes a lascivas  plantas  carnívoras;  sus  inflorescencias sombrías  hieden  empecinadamente, susurrando  ambigüe-dades.  Ilusiones   parásitas  hunden  garfios  en  los  tallos  más  tiernos, que  se  estremecen   llorando  tibia  savia  límpida. 
 En  umbríos  rincones  donde  no  llegan  vientos,  el   viejo  amor  marchito  levanta  gigantes  araucarias,  contorsionadas  encinas  y  robles  imponentes. Gruesas  lianas  descienden  de  las  más  altas  ramas, y   recordaciones   pueriles  -otoños   reiterados-  diseminan  tocas  de  hojarasca   rojiza   y  diademas  de  musgo  enardecido.  En  lo  más  húmedo  y  hondo  y  escondido, donde  se  entrelazan, obstinadas,  las  raíces, refulgen sobreviviendo capullos de  esperanza.
 Por todas partes surcan el aire nostalgias, ondulando desvaídas plumas amarillentas. De líricas gargantas  caen,  como  latidos  de  nieve,  trenos  de  tristeza,  escarcha  inacabable:  "no  más... no  más... no  más..."  Resuenan  ecos  en  las  frondas, enfriando  la  fatiga  de  la  atmósfera  enclaustrada,  furtiva, con  oscilar de  helechos  fosforescentes.  "No  más... no  más..."  repiten  multicolores  colibríes de  olvido,  libando en  tranquilas  corolas.  Y  se  perciben  recogimientos  súbitos,  opalescencias  de  neblina  que  destila  y cuaja,  apenas  adivinadas  lejanías con  altozanos  de  arena  salobre.
 Cuando  ocasos  distienden  sus cálidos  velámenes,  amo  vagar  tras  las  crecidas  vallas.   Conoce bien   mi   pie  la  grava  crujidora, la  hierba  que enarbola  dedos  temblorosos. Hay  a  veces  un  suave, melancólico aroma  bajo  aquellas   penumbrosas  enramadas. Evoca  confituras  de  infancia,  húmedos  huertos, buñuelos de  mi  abuela;  recuerda  lluvias  grises sobre cantos  rodados, en  una  orilla  sola, fría  y  norte.
 Se  demoran  en  éxtasis  los sueños. Algarabía  de  remotas  Navidades, cuando  el  mundo  era  sólido, entero... cuando  estábamos  todos.  Entre  las  frescas  ramas  del  abeto,  tintineantes  globitos  frágiles  coloridos,  abarcan  la  eternidad  en  un  destello.
 Sonrío.  Mi  mano desmenuza  y  aparta  neblinas.  El  estallido  rojo del  sol  se  posa  en  mis  pupilas. Una  mínima  brisa  viajera conduce  revolando las  ausencias;  les  doy  la  bienvenida.  Crepúsculos  anidan arrullando  en  mi  alma.  Letanía  de  grillos,  murmullos.  Las  flores  nocturnas  entreabren  cálices  sedientos de  luna.  Se  inclinan  cadenciosas  las  ramas  con  reflejos  de  plata.  Luego  todo  se  adormece  en   la  sedosa quietud  nocturna, todo acalla  sus  ansias.
 Y  entonces  dialogamos.
 
ESTA PÁGINA ES INVALORABLE! cUÁNTO TALENTO, CUÁNTA POESÍA, GRACIAS!!!!!!!!!!!!!!
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