viernes, 15 de febrero de 2013

JARDIN

El mundo interior es un jardín guardado por celosas tapias, con una única puerta que sólo puede abrirse desde dentro. Selva virgen inaccesible a toda mirada, creciendo con desordenada lujuria, sabedora de su impenetrable impunidad.

En los fondos, la parte más adelgazada de la memoria se extiende en abigarrados matorrales. Enredaderas escalan los añosos troncos, tendiendo ávidos vástagos. Aquí, allá, una pequeña pálida flor con rescoldos de fragancia. Malos recuerdos se yerguen  también, empinados en zarzales, mientras las dichas -frágiles, retraídas, pulcras- erigen exquisitas estructuras vibrátiles con transparentes hilos de cristal, pautando el verde jaspeado de las hojas.

Al extenuarse las tardes en vahídos violáceos, ínfimas lloviznas desmantelan geometrías que Euclides amaría, jugando al arcoiris en el silencio inmóvil.

Desengaños dilatan grandes cogollos rugosos, de abrupta, velluda piel marrón, semejantes a lascivas plantas carnívoras; sus inflorescencias sombrías hieden empecinadamente, susurrando ambigüe-dades. Ilusiones parásitas hunden garfios en los tallos más tiernos, que se estremecen llorando tibia savia límpida.

En umbríos rincones donde no llegan vientos, el viejo amor marchito levanta gigantes araucarias, contorsionadas encinas y robles imponentes. Gruesas lianas descienden de las más altas ramas, y recordaciones pueriles -otoños reiterados- diseminan tocas de hojarasca rojiza y diademas de musgo enardecido. En lo más húmedo y hondo y escondido, donde se entrelazan, obstinadas, las raíces, refulgen sobreviviendo capullos de esperanza.

Por todas partes surcan el aire nostalgias, ondulando desvaídas plumas amarillentas. De líricas gargantas caen, como latidos de nieve, trenos de tristeza, escarcha inacabable: "no más... no más... no más..." Resuenan ecos en las frondas, enfriando la fatiga de la atmósfera enclaustrada, furtiva, con oscilar de helechos fosforescentes. "No más... no más..." repiten multicolores colibríes de olvido, libando en tranquilas corolas. Y se perciben recogimientos súbitos, opalescencias de neblina que destila y cuaja, apenas adivinadas lejanías con altozanos de arena salobre.



Cuando ocasos distienden sus cálidos velámenes, amo vagar tras las crecidas vallas. Conoce bien mi pie la grava crujidora, la hierba que enarbola dedos temblorosos. Hay a veces un suave, melancólico aroma bajo aquellas penumbrosas enramadas. Evoca confituras de infancia, húmedos huertos, buñuelos de mi abuela; recuerda lluvias grises sobre cantos rodados, en una orilla sola, fría y norte.

Se demoran en éxtasis los sueños. Algarabía de remotas Navidades, cuando el mundo era sólido, entero... cuando estábamos todos. Entre las frescas ramas del abeto, tintineantes globitos frágiles coloridos, abarcan la eternidad en un destello.

Sonrío. Mi mano desmenuza y aparta neblinas. El estallido rojo del sol se posa en mis pupilas. Una mínima brisa viajera conduce revolando las ausencias; les doy la bienvenida. Crepúsculos anidan arrullando en mi alma. Letanía de grillos, murmullos. Las flores nocturnas entreabren cálices sedientos de luna. Se inclinan cadenciosas las ramas con reflejos de plata. Luego todo se adormece en la sedosa quietud nocturna, todo acalla sus ansias.

Y entonces dialogamos.



 

        



 

 

 

 

1 comentario:

  1. ESTA PÁGINA ES INVALORABLE! cUÁNTO TALENTO, CUÁNTA POESÍA, GRACIAS!!!!!!!!!!!!!!

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